A días de la primavera...
Florecen las leyendas
Todos los pueblos del planeta han sentido el hechizo de esos seres frágiles y palpitantes. Las flores han motivado una innumerable serie de leyendas que hoy compartimos, ante la cercana llegada de la primavera.

Las leyendas sobre flores forman un mágico mundo espiritual, que alimenta a las más diversas culturas del mundo. En Rumania, por ejemplo, existe una sobre la rosa, a la que llaman "reina de las flores", que crece en forma silvestre, pero también es cultivada, ya que su belleza y su perfume atraen a los habitantes de las más disímiles regiones del planeta.

En ese país, donde se cultivan en gran cantidad para fabricar la preciada esencia de rosas, las abuelitas cuentan desde tiempos inmemoriales una hermosa leyenda, que relata que la virgen María, al ascender al cielo, transportada en una nube, con esplendorosos destellos dorados, quiso dejar una prueba de su paso por la tierra. Para ello, hizo brotar rosas en todos los rincones del planeta y les puso espinas, recordando la corona que le colocaron a su Hijo, Jesús, cuando lo crucificaron.

El amor y el dolor de madre e hijo están simbolizados en esta planta que aman todos los seres sensibles a la belleza.

El tulipán (leyenda persa)

De la urna milenaria que atesora las leyendas persas surge la del tulipán: bellísima flor que tiene su origen en la desdicha de un príncipe enamorado.

En ella se dice que, en el remoto pasado, vivían en un fabuloso palacio de mármol, rodeado de magníficos jardines, el príncipe Farhad y su encantadora esposa Shirin.

Ambos se profesaban un intenso amor y gozaban de las delicias de una vida armoniosa, exenta de problemas y rodeada de espiritualidad.

Tomados de la mano, solían pasear en horas nocturnas por los jardines, murmurándose palabras de afecto y contemplando las estrellas que, cual cósmicos ojos, los observaban y enviaban la claridad de sus frías miradas. Un embrujo especial los rodeaba y ellos se sentían inmersos en un espacio mágico, pletórico de voces susurrantes y aromas embriagadores que los sumían en un éxtasis inenarrable.

En una ocasión, Farhad debió realizar un viaje por razones de Estado. Shirin no hallaba consuelo, mas disimuló su angustia para no afligir al amado. Un oscuro presentimiento estrujaba su dolorido corazón y una angustia inexplicable cual llaga viva martirizaba su alma, que la atribulaba constantemente.

Farhad cumplió su misión y regresaba feliz, pensando en el momento en que volvería a tener entre sus brazos a su esposa, cuando un mensajero le dio la noticia: ella había muerto. Él, desesperado, se alejó de su comitiva y galopando frenéticamente se dirigió hacia un precipicio, bajó del caballo y se arrojó al abismo. Había comprendido en un instante que no deseaba vivir sin la presencia de Shirin y, sin vacilaciones, fue a buscarla al más allá.

De su cuerpo inerte brotó una planta que ostentaba una flor hermosa, una flor trágica pero muy bella: había nacido el tulipán.

Rápidamente, se expandió por toda Persia y adornó los paisajes silvestres. Quizás esta maravilla se produjo para que los hombres no olvidaran la historia de amor que le dio origen.

La azucena (leyenda popular)

En una zona campestre, la sequía -con sus zarpas invisibles- iba secando las cañadas, lagunas y los arroyos, que mostraban sus cuencas vacías. Los animales acudían inútilmente a calmar su sed y regresaban desesperados a los campos de pastoreo, donde tampoco hallaban remedio para su hambruna.

El sol derramaba rayos tan cálidos que resultaban mortales para las plantas, y sólo se observaban matas achicharradas y árboles mustios; de tanto en tanto, un viento de fuego hacía más agobiante las jornadas. El panorama era desolador; sembradíos calcinados, animales muertos, ausencia de trinos y crespones de dolor.

Azucena, una niña que amaba las flores con locura, pacientemente acarreaba agua que extraía diariamente de un aljibe para regar las plantas de su jardín y conservar de este modo la vida de las mismas.

En una jornada agotadora, cansada de llevar balde tras balde y sintiendo sus bracitos muy doloridos, se sentó en un banco rústico para recuperar fuerzas. Poco a poco ,la fue ganando una pesada modorra, sus ojitos se fueron creando y quedó entredormida.

Una voz cascada la despertó. Era la de un anciano mendigo que le suplicaba por un vaso de agua.

La niña corrió hacia el aljibe y, con lentitud, debido al fuerte dolor que sentía en los brazos, subió el balde repleto de agua fresca y lo colocó sobre el brocal.

El anciano se disponía a beber, cuando Azucena le pidió que esperara un momento y corrió a buscar un jarrito. Apareció enseguida con un vaso blanco de porcelana muy fino y delicado. Le sirvió agua al anciano y le comentó que, como no había encontrado el jarrito, le servía en ese vaso que era un recuerdo de su madre muerta. También le rogó que lo cuidara.

Éste tomó el vaso y lo llevó a los labios. Bebió ávidamente y, al querer enjuagarlo, se le deslizó de las manos inseguras y cayó al suelo, haciéndose añicos.

La niña lanzó una exclamación de horror, mas, al tropezar con la mirada triste del viejito, sintió pena por él y lo tranquilizó diciéndole que no se afligiera, ya que lo sucedido no tenía ninguna importancia.

El mendigo, apoyando una mano en un hombro de la niña, le dijo que, si bien había perdido un objeto amado, le quedaba dentro del pecho algo de valor inapreciable: su buen corazón.

Le recomendó que al día siguiente se levantara muy temprano y se dirigiera al jardín, porque allí encontraría algo que la pondría muy alegre.

Cuando acabó de hablar, el viejo se alejó por el camino y se perdió entre los remolinos de polvo que levantaba el viento.

Al día siguiente, la niña se levantó muy temprano y corrió hacia su jardincito. Y vio maravillada, un sinfín de copas blancas sobre esbeltos tallos.

La noticia corrió por todo el pago y la paisanada acudía a ver las flores nacidas para premiar la bondad de la niña.

Así nació la azucena, que lleva el nombre de quien inspirara al viejo mendigo, que no era otro que Dios, para crear una flor tan pura y bella.

Edelweiss o estrella alpina

La hermosísima Reina de la Nieve recorría su dominio de los Alpes, esparciendo flores de cristal, sentándose de tanto en tanto en los gélidos tronos de hielo que estaban esparcidos en las blancas cúspides de las montañas y observando lo que ocurría en su reino. La soledad la atormentaba. Entonces, cuando vio a un alpinista, le sonrío seductoramente y lo invitó a ir con ella.

Él, imprudente, no resistió la invitación, encandilado por la belleza de la dama blanca y por el esplendor de las gemas de su corona centelleante. Se dirigió hacia ella olvidando los sabios consejos de prevención que dan las abuelas. Ignoraba que en el follaje habitaban los espíritus celosos, que hicieron precipitar al abismo a quien intentó acercarse a la solitaria Reina de la Nieve.

Cuenta la leyenda que, cada vez que esto sucede, ella llora y sus lágrimas descienden por el glaciar, deteniéndose en la saliente de alguna roca y formando las blancas estrellas alpinas o edelweiss que, palpitantes, testimonian el llanto triste de la Reina de la Nieve.

Zunilda Ceresole de EspinacoFotos: El Litoral