De Raíces y Abuelos
Familia Meyer-Zenhnder
Pioneros de una nueva Esperanza
Varios contingentes de origen suizo llegaron a nuestra región para colonizar y prosperar. Las ventajas que ofrecían eran múltiples y muchas familias, de la mano de Aarón Castellanos, decidían el nuevo rumbo de sus vidas.

Lucía Lehn Meyer, oriunda de Progreso, se puso nuevamente en contacto con De Raíces y Abuelos. Su permanente afán por conocer sobre las raíces de su pueblo -pasión que comparte con su hermana Ilse- la impulsa a seguir indagando e investigando. En este caso, escribió una reseña sobre la historia de sus bisabuelos maternos: Lucas Meyer y Juliana Zenhnder, ambos de nacionalidad suiza, del cantón de Argovia, distrito de Birmenstorf.

Aclaró que todos los datos de relevancia que aportó para esta nota fueron extraídos de libros relacionados con la colonización de La Esperanza, la primera denominación de Esperanza. A continuación, transcribimos el escrito:

De puño y letra

Aarón Castellanos, argentino, salteño, sonando añares de colonizar a la Argentina, con muchos fuertes brazos que removieran cultivando esta tierra virgen con su eterna inculta vegetación, con sus dos tercias partes señoreadas por los indígenas y el gauchaje.

Suiza, sobrecargada de almas, se caracterizaba -entre 1845 y 1855- por malas cosechas, baja en los precios de los productos, mayor desocupación a causa de la industrialización, la introducción del ferrocarril, las empresas foráneas en 1847, inquietantes desmanes por causa de la falta de trabajo, intranquilidad civil y religiosa, el regreso de los soldados al servicio de los reyes de Napoleón y algunos Estados alemanes a raíz de la suspensión de las capitulaciones militares, ordenada por la Constitución federal de 1848.

Castellanos no desaprovechó la situación de ambos países, que habían llegado al acuerdo de inmigración y emigración en las cláusulas necesarias. Puso a los suyos a colaborar con afiches, diarios, compañías navieras y otras, para despertar el interés de la gente. Su importante propaganda consistió en el informe del cambio que experimentarían en la nueva tierra.

Allí no hay nieve que impida el trabajo en algún período del año; el invierno parece no existir; las frutas y las hortalizas nunca faltan; la sabrosa carne está al alcance de las manos; las piedras no entorpecen las rejas del arado ni necesitan construir albergues en pleno campo -tal como vimos en nuestra estadía en Suiza- ni procurarse el forraje que se debe preparar en los meses estivales para los animales.

Ante tan halagador panorama, muchos hombres jóvenes y viriles acordaron con sus familias emprender la odisea y conquistar esta tierra, que sería tan suya, mientras que otros -quizás- estaban impulsados por distintos e importantes motivos.

Luego de la firma del contrato, prepararon sus equipajes, según les habían indicado. Castellanos había ordenado a su apoderado Vanderest, en Francia, conseguir el albergue para quienes debían esperar su embarque en Dunquerke, ya que llegaban procedentes de Alemania, Suiza y parte de Francia.

Tres eran los barcos a vela que contrató Castellanos para traer a la gente que vendría a colonizar Argentina, para hacer nuevos pueblos, sembrar y cosechar, tener alimentos.

El Kile Bristol era el barco que salió primero hacia el mar, pero el segundo en partir, el Lord Raglan, en el que vinieron mis bisabuelos, llegó primero a Buenos Aires.

La llegada a Santa Fe

Al llegar los contingentes a Santa Fe, cada grupo debió quedar dos semanas en cuarentena en una estanzuela junto a la laguna Setúbal y, siguiendo el orden de llegada, fue trasladado a su nuevo hábitat.

Aarón Castellanos llegó con los últimos directamente a dicho lugar. En el primer contingente estaban mis bisabuelos, con un hijo pequeño llamado Juan. También habían tenido un bebé que desgraciadamente perdieron en la travesía, que se llamaba Antón.

Las las carretas que llegaron al río Salado pernoctaron en su margen este. Cinco hombres intrigados en conocer este nuevo suelo no pudieron resignarse a la curiosidad y en la madrugada, al escuchar el toque de diana del fortín cercano, emprendieron una caminata hacia aquél, donde debía llegar todo el conglomerado de colonizadores.

Los cinco intrigados eran Roberto Zenhnder (al parecer, el dirigente, ya que llevaba los apuntes), Juan Séller, Ulrico Rey, Adolfo Kees y Lucas Meyer. Se adelantaron llegando alrededor de las 12 y, al verlos, el capitán sintió tan alegría que los invitó a almorzar. En tanto, las carretas llegaron recién a las 10 de la mañana siguiente, sin inconvenientes, pero sí lo fueron las pocas construcciones de albergues.

Fundadores de Humboldt

La Esperanza fue el nombre elegido por los nuevos ocupantes, sin dudas, por la bendita fe y la esperanza que tenían en un destino mejor, según dicen tantos versos y prosas, transformados en una primorosa realidad.

Transcurridos los cinco años de haberse establecido en ese lugar, se ordenó entregarles los títulos, tal como fuera prometido en las cláusulas contractuales. A raíz de esto, varios -quizás con el afán de extender sus propiedades, dedicarse a otra actividad o para repetir cuanto los impulsó a dejar el Viejo Mundo y cruzar el océano- se dirigieron a otro lugar aún inhóspito y fundaron la localidad de Humboldt.

Entre ellos estaban mis bisabuelos, Lucas Meyer y Gaspar Fritz. Sus nombres se encuentran junto a los de sus compañeros en el monumento dedicado a todos ellos, erguido en su hermosa plaza.

Asimismo, en el artístico monumento que se encuentra en la ilustre plaza de Esperanza -dedicado a los primeros colonizadores-, también se encuentra el de Lucas Meyer. Ambos bisabuelos perdieron a sus esposas a causa de la epidemia del cólera.

Por entonces, el matrimonio Meyer-Zenhnder tenía seis hijos y en el segundo, con Teresa Ruben, ocho hijos. El matrimonio Fritz-Reinheimer tenía tres hijos, y con la nueva esposa tuvo otros seis hijos.

Los Meyer y los Lang

Gaspar Fritz compró tierras en Isla Verde, una localidad cercana a La Pampa, mientras que Meyer compró diez concesiones en Progreso. Fue una de las tres primeras tierras vendidas en esa última localidad. Las tres escrituras fueron firmadas el mismo día y a la misma hora, por el entonces propietario José María Crespo. En adelante, lo hizo su apoderado, Cristian Clauss.

Cuando se conocieron los señores Meyer -residente de Humboldt- y Lang -de San Jerónimo Norte- por causa de la mencionada adquisición, debe suponerse entonces que se comunicaron acerca de la utilización de sus recientes compras.

Lucas Meyer -avezado en el uso de la tierra, poseedor de propiedades en Humboldt, en Cavour- trajo a sus hijos Antonio y Lucas y los instaló junto a Ernesto Lang. Este último en sus tareas de jornalero en San Jerónimo seguramente había aprendido bien la actividad.

Llegaron a Progreso

Indiscutiblemente, se radicaron en forma conjunta las familias de Gietz y Van Stratte, las que -escapando de la ira de la gente de su pueblo por ser defensores del matrimonio civil, que luego fue impuesto por el gobierno del Dr. Nicasio Oroño-, pasando por Humboldt, llegaron a Progreso.

Nunca supimos por qué en la historia oral del pueblo -más tarde escrita basándose en ella- siempre se antepuso a los nombres de Meyer y Weder los de Gietz y Van Stratte, si los registros son claros e indiscutibles. Meyer mandó a dos de sus hijos para trabajar esta tierra. Juan, el único extranjero, ya había creado la cochería en Humboldt; Antonio, de 18 años, y Lucas, el menor, se se establecieron en Progreso. El mayor contribuyó, además, en las mensuras y demarcación de caminos e integró el grupo que corría los indígenas que por las noches les robaban los animales. Lucas debió ocuparse del albergue y las tareas menores. Algunos años más tarde, Antonio se casó con Catalina Fritz y tuvieron seis hijos: María, que se casó con Enrique Wettstein; José, casado con María Rissi (tuvieron siete hijos y se estableció en la provincia de Santiago del Estero); Luisa, casada con Carlos Hunzicker (dos hijos y falleció muy joven); Filipina, casada con Carlos Lehn (padres de Lucía, quienes tuvieron cinco hijos); Antonio, casado con Isabel Wusmann (tuvieron cuatro hijos); y Catalina, casada con Pedro Lauxmann (tuvieron tres hijos)".

En tanto, Lucía agregó a su relato que un hermano de su madre, Antonio Meyer, fue el encargado de colocar la mayoría de los molinos a viento, que permitían a una amplia zona de Progreso obtener agua de napas. Y uno de sus hijos, Arcadio Meyer, fue piloto de una firma alemana.

Mariana Rivera