El despotismo chino

En los ámbitos académicos y políticos existe un amplio consenso intelectual en aceptar que el régimen político de China es totalitario. Se podrán discutir sus reformas económicas de signo capitalista o el futuro de una sociedad con una economía que esboza una orientación hacia el mercado con un sistema político cerrado. Pero lo que está fuera de debate es la naturaleza del régimen.

En estos días, por ejemplo, adquirió estado público la decisión de las autoridades políticas de Pekín de controlar Internet y prohibir noticias que atenten contra la civilización y las buenas costumbres. Como suele suceder en los regímenes despóticos, las prohibiciones nunca son concretas, mantienen una deliberada imprecisión y generan una cierta ambigüedad que resulta funcional a los afanes disciplinadores de la dictadura.

Nadie puede decir con exactitud cuáles son las noticias que perjudican a la civilización o las buenas costumbres. Nadie las puede definir, salvo el poder, claro está, que se encarga en cada circunstancia de interpretar y aplicar según su propia lógica represiva; lógica dirigida contra los supuestos enemigos, pero también contra los supuestos amigos, ya que en un sistema totalitario nadie puede estar seguro porque, precisamente, las garantías no existen y el ciudadano está siempre indefenso ante los atropellos del poder.

Al poder totalitario Internet le resulta un hueso difícil de roer. Regímenes opresivos como el cubano, por ejemplo, han intentado ponerle límites, controlarla y todo ha sido en vano. Uno de los grandes beneficios de la civilización es precisamente esta revolución en las comunicaciones, esta posibilidad que se abre a los pueblos y a las naciones de estar comunicados, conectados entre sí, permitiendo la circulación de ideas, novedades y descubrimientos.

Las dictaduras crecen y vegetan en el aislamiento, con sociedades amordazadas y privadas de información. No es casualidad que para estos regímenes Internet sea un problema, en tanto la necesitan, pero, al mismo tiempo, no la pueden manipular a su antojo. Las intromisiones del Estado, las iniciativas burocráticas para ponerle límites -como ahora está intentando hacerlo el régimen chino- han fracasado y los jerarcas comunistas deberán resignarse a convivir con esa "molestia".

Lo ocurrido en China se manifesta en el interior de la contradicción que expresa -como decíamos en su momento- una economía que tiende a liberalizarse con un sistema de poder despótico. Hasta dónde o hasta cuándo los comunistas podrán convivir con esta contradicción es una pregunta que no admite una respuesta fácil o un pronóstico ligero.

Sí importa saber si en Occidente, entre las naciones democráticas, existe la intención de condenar a un orden político totalitario que alienta su desarrollo económico con mano de obra esclava, mantiene campos de concentración y no vacila en ejecutar a disidentes o promover sangrientos ajustes de cuentas en el interior del poder.

Es verdad que Occidente ha suavizado sus críticas al régimen por sus adelantos económicos y por las posibilidades que brinda a estas economías el mercado chino. Pero no es menos cierto que una sociedad abierta no debe renunciar a sus valores constitutivos o a callar, en nombre de la especulación económica, atropellos incalificables contra la dignidad humana.