Pensar la política más allá de los políticos
Por César Bisso

Culminaron las elecciones legislativas en todo el país. Más allá de triunfos y fracasos, según se mida la expectativa que haya depositado cada candidato, la comunidad electoral demostró estar ubicada en la frontera de los grandes acontecimientos políticos. Porque es tan importante apreciar la distribución cuantitativa y cualitativa de los votos emitidos como también percibir que una tercera parte del padrón no se acercó a las urnas. Un dato que debe preocupar a la clase política en general.

Indudablemente, no todo lo que funciona en nuestra sociedad debe convertirse en mercancía. Durante estos últimos meses hemos observado, a través de intensas campañas de comunicación masiva, el tenaz esfuerzo de los publicistas por exteriorizar mensajes vacíos de ideas y de proyectos. Casi todos reiteraron una estrategia comunicativa más cercana a la emotividad que a la razón y muy pocos rescataron en sus mensajes masivos el lugar del Parlamento como escenario de la demanda social, las propuestas emancipadoras o los proyectos renovadores.

La ciudadanía tiende a sentirse más cómoda con un sistema democrático que actúa como mediador entre el Estado y las reglas del mercado y no como un motivador de nuevos paradigmas ideológicos. El discurso político parece estar cada vez más acorde a las necesidades de una sociedad de consumo y ésta, irreversiblemente, reacciona como si estuviera condicionada a ejercer el derecho del voto con la misma emotividad que elige una mercancía de los estantes del supermercado.

Parece que la posmodernidad, atravesada por comportamientos anómicos y fragmentados, nos deja poco espacio para las prácticas colectivas. Y mientras el mercado cosifica el imaginario social, el dirigente político queda cada vez más lejos de cumplir con el rol de nexo -entre las expectativas de la ciudadanía y el poder- que supo cumplir en otras épocas. Pero lo más llamativo es que todavía no ha resuelto la crisis de representatividad que lo ha postergado en las últimas décadas: más allá de no saber adónde va cada vez sabe menos dónde está. Por eso le cuesta ganar la calle y acercarse a la gente, salvo que él también haya adoptado como nuevo espacio público a la televisión porque considera que es más provechoso para sus fines un campo simbólico desideologizado.

También es probable que, con el paso de los acontecimientos, la sociedad haya dejado de pensar en aquellos viejos y aceitados aparatos de pertenencia, disciplina y confiabilidad política. Primero, porque las circunstancias históricas coadyuvaron para que los partidos mayoritarios reduzcan su protagonismo colectivo hasta convertirse en obsoletas maquinarias electoralistas. Segundo, porque los dirigentes aún no hallaron los mecanismos para acompañar la construcción de una nueva realidad institucional y les cuesta proveer política desde un rol de artífices de la acción y la participación social.

Quizás por eso muchos dirigentes han prestado su discurso para desviar el objetivo cívico de estas elecciones, al intentar plebiscitar la acción del gobierno nacional como la alternativa más sólida de convivencia política. Ya mencioné oportunamente, en otra nota de opinión publicada por este medio, que la preeminencia del personalismo lesiona el real funcionamiento legislativo y lo deja acotado al poder irrestricto de la acción presidencial. Y, por lo que hemos observado en las manifestaciones de campaña, nuevamente el Congreso de la Nación -y por añadidura las legislaturas provinciales y los concejos municipales- han sido relegados a la mínima expresión de su razón de ser como instituciones republicanas. De esta forma es improbable que la Argentina pueda desarrollarse jurídicamente y logre consolidar su estructura social, porque siempre estará dependiendo de las debilidades y fortalezas de los conductores políticos de turno.

Obviamente, los medios de comunicación acompañaron masivamente la idea del plebiscito a la gestión presidencial. ¿Importa medir ahora hasta dónde llegó la indiferencia o la falta de conciencia pública de un tercio de la sociedad frente a esta nueva instancia electoral?

El Estado comprende mejor que nadie que la democracia no sólo se sostiene por medio de la vigencia del voto. Ojalá que aproveche esta nueva oportunidad que le otorga la ciudadanía para asumir la recuperación de los valores y las instituciones republicanas. Cualquier proyecto de país que imaginemos comienza en la urgente búsqueda de integración social y cultural por medio de la educación, el trabajo y la distribución equitativa de la riqueza. No hay otro camino. Para ello habrá que pensar con autoridad moral el verdadero sentido de la política, más allá del éxito circunstancial de los políticos.