Francia: entre la violencia y la integración

Los desórdenes en Francia han conmovido a la opinión pública internacional debido a la espectacularidad de las acciones perpetradas por los manifestantes y su persistencia durante casi dos semanas. El gobierno galo intenta ahora controlar la situación con medidas extremas; pero los principales voceros oficiales aseguran que las causas que han desencadenado estos actos de violencia se mantienen intactas y que en cualquier momento puede reiterarse un estallido de parecidas proporciones.

Las movilizaciones han tenido como protagonistas a inmigrantes e hijos de inmigrantes, en su mayoría de origen musulmán. Se trata de sectores sociales marginales, pobres y no integrados. Para ellos, los declamados beneficios del primer mundo y de la sociedad de consumo no existen o existen como contraste con su propia realidad.

Al respecto, las cifras son elocuentes: en estos sectores sociales se observan los mayores niveles de desempleo, deserción escolar y actos delictivos. Los esfuerzos realizados por el Estado francés para mejorar su condición, a juzgar por los resultados, no alcanzan o son insuficientes.

El gobierno de Chirac sabe que el problema es serio y que trasciende su propia gestión. En ese sentido, a la oposición no le conviene especular electoralmente con el conflicto, porque esta situación no se resuelve de un día para el otro y mucho menos practicando el oportunismo político. Es decir, el tema de los inmigrantes y su inserción en la sociedad es un problema de Estado; no es un conflicto que comprometa exclusivamente a la gestión de Jacques Chirac.

Europa está pagando con los inmigrantes el precio de sus políticas colonialistas practicadas durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Asia y Africa, por ejemplo, han sido despojadas de sus recursos naturales, sus pobladores superexplotados y corrompidas sus débiles clases dirigentes.

Los hijos y los nietos de aquellas víctimas son los que hoy ingresan a Europa por cualquier medio, dado que en sus regiones es difícil la subsistencia. A este conflicto estructural se le suma el elemento ideológico o religioso que alienta el enfrentamiento contra Occidente, promovido en este caso por líderes religiosos, a través de una compleja red financiada desde el exterior. En ese contexto, las posibilidades de integración se reducen al mínimo. A las dificultades estructurales para conseguir empleos se suma la ideología de quienes por razones religiosas están más interesados en destruir que en construir.

El llamado multiculturalismo, alentado por el discurso oficial y el pensamiento "políticamente correcto", ha cumplido una función discutible. Las políticas orientadas a aceptar la cultura de los inmigrantes, incluso en aquellos puntos que contradicen los valores de Occidente, han dado lugar a la constitución de verdaderos "guetos", en donde las diferencias se cristalizan y las posibilidades de integración desaparecen.

Muchos franceses tienen serios prejuicios contra los inmigrantes, pero también hay muchos inmigrantes que mantienen esa misma actitud hacia los franceses. En ese contexto, a nadie le debería llamar la atención que cíclicamente estallen actos de violencia de resultados imprevisibles.