El lugar que debe ocupar la persona del trabajador
Pbro. Edgar Gabriel Stoffel - [email protected]

Desde sus inicios, el Magisterio Social de la Iglesia ha insistido en la idea de que la persona está por encima del trabajo y sobre el capital, resaltando que el hombre no trabaja simplemente en virtud de la estructuración de la economía o para afrontar sus necesidades vitales sino porque el trabajo es una dimensión fundamental de su ser personal.

El recordado Pablo VI en su discurso ante la OIT en 1969 señalaba que "el principio fundamental que el cristianismo ha subrayado particularmente es que en el trabajo el ser humano es lo primero" y dejaba casi como una consigna para el porvenir -que es nuestro tiempo- la siguiente afirmación: "Nunca más el trabajo por encima del trabajador; siempre el trabajo para el trabajador; el trabajo al servicio del hombre, de cada hombre, de todo hombre".

Ni qué hablar de la enseñanza de Juan Pablo II, quien sostenía que si quería darse una solución a la cuestión social desde una perspectiva humanista, el trabajo del hombre seguía siendo la clave esencial, precisando al hablar del salario que "por encima de la lógica de los intercambios, sobre la base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad".

Cabe preguntarse a la luz de esta enseñanza, de qué modo la misma ha impactado en organización del mundo del trabajo y de la misma Pastoral de la Iglesia Católica.

La problemática actual

Hace algunas semanas, desde El Litoral se analizaba por qué experimentándose una recuperación del trabajo, el mismo es uno de los temas que siguen preocupando a la gente tanto en la Argentina como en el resto del mundo y en otra edición se abordaba la problemática de los jóvenes en relación con el mismo.

Tanto la falta de trabajo, el desafío de la nueva tecnología, la inserción de nuevos grupos humanos en el campo laboral o el ingreso a un puesto de trabajo en un contexto de desocupación-reactivación según constatan las crónicas referidas son motivo de angustia y preocupación.

Si aspectos tan distintos confluyen en la constitución de una situación anímica que afecta a millares de personas de distintas edades y niveles de educación, esto está significando que la persona no está en el centro del proceso socio-económico-laboral.

Se ha llegado al extremo de considerar que para poder competir eficazmente y posicionarse mejor en el mercado son necesarias la rebaja de salarios y la quita de garantías laborales, antes que la calidad del producto que se intenta imponer y que en definitiva es lo que requiere el mercado. La contrapartida de esta postura estaría dada por una política que hiciera primar el bienestar del trabajador sobre el rendimiento, con el solo objeto de lograr que aquél produzca mejor y reporte mayores ganancias.

Como se desprende, en ninguno de los casos interesa el trabajador como tal, sino que se lo reduce a un "hombrecito económico" como gustaba decir a Leopoldo Marechal.

La Pastoral de la Iglesia

Es bueno preguntarse si esta primacía o centralidad del trabajador que reclama la Iglesia al mundo de la economía y de la empresa es una prioridad en su actividad evangelizadora.

No caben dudas de que la problemática laboral, ya por la prédica del Magisterio como por la propia experiencia que atraviesan muchos católicos junto a otros hombres de distintas maneras de pensar, se ha constituido en una de las grandes preocupaciones pastorales, pero no se advierte que la misma sea inspiradora de alternativas en esta profunda transformación que vive el mundo del trabajo.

De hecho, la misma Pastoral del Trabajo que tan vivamente recomendaba el Documento de Santo Domingo no ha sido implementada aún en la mayoría de las Iglesias diocesanas y el proyecto del Celam sobre dicha pastoral es prácticamente ignorado.

Más aún, debemos reconocer que nuestras mismas estructuras pastorales ordinarias no están preparadas para recepcionar al cristiano en cuanto trabajador y no siempre hay tiempo o capacidad para acompañar espiritual y doctrinalmente a aquellas vocaciones que quieren insertarse en el ámbito laboral para cumplir alguna tarea dirigencial en la vida sindical o empresaria.

La decisión pastoral de nuestro arzobispo Mons. José María Arancedo de visitar las organizaciones sindicales y empresarias para dialogar sobre las expectativas del sector laboral e iluminar dicha realidad desde la Doctrina Social, es en este sentido altamente valorable y ejemplar ya que marca un camino de acción pastoral que suscitará vocaciones entre el clero, las religiosas y el laicado para el servicio de los trabajadores.

Concluyendo

La realidad compleja que vive el mundo del trabajo no deja de ser providencial para los católicos, ya que nos permite no sólo confrontar nuestra concepción con los modelos que se presentan como definitivos sino poner de manifiesto que se puede ingresar en un mundo globalizado, en el cual hacen falta flexibilizaciones y reconversiones sin por esto descuidar la justicia y la solidaridad.

El desafío consiste en reclamar a los responsables y actores sociales que la persona del trabajador ocupe la primacía en la elaboración de las políticas económicas y sociales, a la par que debemos comenzar a practicar esta propuesta en la tarea evangelizadora, que valga la redundancia, será la primera evangelización del hombre de trabajo.