Panorama nacional
Tras la Cumbre, viene el ajuste en el plan y en el gabinete nacional
Brasil quedó mejor parado que la Argentina en su relación con Estados Unidos. Las medidas de Lavagna parten de la falta de acuerdo con el FMI en el 2006. El Presidente define nombres de un gabinete verticalista.

El gobierno nacional invirtió buena parte de la semana que termina en digerir el impensado y amargo resultado de la reunión bilateral entre Néstor Kirchner y George W. Bush y el de la Cumbre de las Américas.

Es cierto que sólo el mediano plazo dirá cuánto de acierto o error hubo en asumir la posición de choque que el Brasil indujo y que derivó en una ruptura del Mercosur más Venezuela con la postura pro Alca impulsada por Estados Unidos, México y Canadá, pero no caben ya dudas que el manejo de la bilateral con Bush fue un verdadero monumento a la imprevisión y al desmanejo político y diplomático.

Ahora, la Casa Rosada enfrenta el titánico desafío de reconstruir una relación dañada con Washington, justo cuando el panorama externo y el clima económico interno obligan a lo opuesto. El presidente norteamericano se fue de Mar del Plata con la peor de las impresiones personales, pero, fundamentalmente, dejó una estela de reclamos, exigencias y presiones que son para el mercado internacional y para los burócratas del Fondo Monetario Internacional el punto de referencia desde el cual se va a dibujar la relación que el mundo exterior construya con la Argentina en los próximos meses.

Cuando hacía falta distensión y dejar que el viento de cola que aún impulsa la economía actuara por inercia, se disparó un eje de discusión que nada conviene a la Argentina. Es cierto que el Grupo de los Siete hace largos meses ha tomado la determinación de no apañar comportamientos dóciles con nuestro país, pero eso no alcanza a justificar ni mínimamente la incapacidad de Kirchner para dejar que sus segundas líneas plantearan el conflicto que alimenta desde siempre con el Fondo, y dedicar su larga charla con Bush a cerrar las pocas heridas de desconfianza que quedaban abiertas desde los iniciales tiempos del 2003.

Brasil, en cambio, logró el gol de media cancha que buscaba, al forzar el razonable rechazo del Mercosur al proyecto de Alca puro que impulsan Estados Unidos y sus socios del Nafta, pero escondiendo su fiereza en la brutalidad de funcionarios argentinos que ahora hacen malabares para explicar que no quisieron decir lo que dijeron, ni hacer lo que hicieron. Es, para Bielsa, una triste despedida de funciones, que implicará para la Argentina un largo derrotero en la búsqueda de algo de comprensión internacional.

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Cambios que recién comienzan

El gobierno de Kirchner discurrió hasta ahora, en el plano económico, beneficiado por la tromba de la recuperación económica desde el abismo del 2001/2002, e impulsado por la acertada renegociación de la deuda externa en default. Sin embargo, casi repentinamente el horizonte del 2006 se muestra cubierto de incertidumbres que son las que explican la determinación con que se están lanzando mini reformas, todas promercados, desde la Casa Rosada.

A eso hay que sumar un cambio de gabinete que apunta a un reforzamiento del estilo hiperverticalista del presidente, con cargos plagados de pingüinos y pura sangre kirchneristas, pero al mismo tiempo imbuido de un foco más economicista y, por oposición, menos ideológico.

Lavagna es por ahora una pieza clave en ese juego, y Kirchner no dejará de darle dosis altas de determinación e iniciativa en la medida en que la lucha contra la inflación no jaquee al ministro. A la vez, el nombre del futuro canciller cerrará el círculo que, con cabeza en el propio Kirchner, se constituye con Lavagna y con el presidente del Banco Central, Martín Redrado, que está obligado a cerrar filas y sintonizar al instante con las necesidades de la economía.

Si hasta ahora primó en cierta medida un manejo económico cómodo, llegó el momento de la acción, con cambios que recién comienzan y una puesta a prueba cotidiana para Kirchner y su ministro.

La lucha contra la inflación

Lavagna y su equipo entendieron el mismo día de la entrevista Bush/Kirchner que no habría acuerdo posible con el FMI durante el 2006, y transformaron ese dato claramente negativo y agorero en la excusa para lanzar un miniplan de corte ortodoxo que el kirchnerismo político no alcanzó a resistir.

Se podría decir que las medidas anunciadas el jueves tienen el sesgo de la heterodoxia, pero hay una matriz marcadamente ortodoxa, que apela al ahorro de costos empresarios como argumento de la lucha antiinflacionaria. Se trata de un paquete que Lavagna puede justificar íntimamente desde el pragmatismo que siempre lo caracterizó, pero que rompe con varios ejes de lo que el gobierno de Kirchner venía planteando. Sobre todo obliga a una lectura política definida por un intento de acercamiento con el mercado y las grandes empresas, a las que se concedió finalmente la reducción del monto a pagar por indemnizaciones, se les prometió la reforma al régimen de accidentes de trabajo y se les concedió un mecanismo de defensa de la competencia.

Bien mirado, el miniplan implica una estrategia de un paso atrás para dar dos adelante: apunta a lograr un fuerte consenso interno entre las empresas y grupos locales, para usarlos como barrera de contención de las presiones que surgen desde el Fondo Monetario, abocado ahora descaradamente al intento liso y llano por obligar a un cambio de modelo económico en la Argentina, determinado por el pedido de un dólar bajo, suspensión de las retenciones, ajuste fiscal pronunciado y nueva oferta a los bonistas que rechazaron el canje.

No es una pelea que, en tiempo de crecimiento económico, debería inquietar en exceso al gobierno de Kirchner, pero que en un contexto de incontinencia inflacionaria podría transformarse en una bomba de tiempo.

De allí que todos los cañones de la gestión presidencial se hayan apuntado a la lucha contra el cercano fantasma inflacionario. Lucha impulsada además por el más recóndito gen político que anida en las ambiciones del santacruceño, que sabe como todo buen político que la inflación aniquila cualquier proyecto de subsistencia en el poder.

Darío D'Atri (CMI)