En el desierto de Atacama, en Chile
Chacabuco, testimonio del dolor
Una antigua cantera de salitre fue campo de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Todavía reside allí Roberto Zaldívar, prisionero durante seis meses después del golpe de 1973, quien se ha impuesto la tarea de conservar viva la memoria del horror.

Por Francoise Kadri (AFP)

Alambres de púas y una pancarta que advierte: "Peligro, campo minado". La antigua cantera de salitre de Chacabuco, en el desierto chileno de Atacama, guarda el aspecto del campo de concentración que fue durante el régimen de Augusto Pinochet, y donde ahora un ex detenido da su testimonio.

Chacabuco, un punto invisible en los mapas, 100 km al este de Antofagasta, fue entre 1973 y 1974 uno de los más grandes campos de prisioneros de la dictadura, que llegó a albergar a 2.500 opositores al régimen.

Esta mina, que floreció en los años 20 gracias al salitre que se usaba como abono y pólvora de cañón, cerró en 1940 y se convirtió en monumento nacional por decreto del presidente Salvador Allende en 1971, dos años antes de su muerte durante el golpe de Estado del general Pinochet.

Roberto Zaldívar, de 77 años, recluido durante 6 meses luego del golpe de 1973 en su calidad de secretario regional de una entidad de izquierda cristiana, regresó para vivir allí en un refugio que adecuó a la entrada del campo.

"Hay que ser medio loco para volver aquí. Pero eso no se puede repetir, tiene que ser conocido. Era un campo de concentración, no con torturas y desaparecidos pero las condiciones eran horribles, por el calor insoportable de día y el frío terrible de la noche; por el hambre, los golpes y la angustia de no saber cuándo íbamos a salir", dice en su diálogo con AFP.

"La tortura era no saber cuándo íbamos a salir, que nuestros familiares no sabían nada de nosotros y nosotros nada de lo que pasaba afuera", agrega.

Los prisioneros, entre ellos muchos adolescentes, dormían en antiguas casas de mineros con techo de chapa ondulada, y eran enviados en el día a tallar el ónix.

"Es la vida de él"

Alex, de 43 años, hijo mayor de Roberto, comprende la voluntad de su padre de permanecer a la sombra de los muros de Chacabuco.

"Yo lo entendí. No es una terapia, es la vida de él. Quedó muy traumatizado, su personalidad cambió mucho, tenía pesadillas, no se sentía cómodo en casa. El resto de la gente, mis otros hermanos, no lo comprendían", dice Alex.

A pesar de su pasado doloroso, Roberto no tiene malos sentimientos hacia Pinochet: "No me importa, no me interesa; ya es un hombre muerto. Quiso asaltar la historia, instalarse como dios de la verdad y de la vida pero ahora es un pobre viejo abandonado. ¿Para qué le sirve la plata si no tiene salud y no tiene amigos? Es un pobre hombre", dice.

Políticamente, Roberto se siente cercano a la candidata favorita para la elección presidencial del 11 de diciembre, Michelle Bachelet, hija de un general que fue torturado y murió encarcelado: "Confío en ella; es una mujer con claridad en su misión. Una mujer sufrida que sabe qué significa la vida en la dictadura", dice.

Chacabuco recibe visitantes con frecuencia: turistas que llegaron por azar o informados de la especificidad del lugar, y muchos ex prisioneros.

"Hace poco vino el presidente del ferrocarril, Naum Castro. Fue un encuentro emotivo para el viejo y para mí también; éramos de la misma línea política", dice Roberto Zaldívar.

El ex prisionero, que afirma ser mantenido por la alcaldía de Antofagasta, hace pagar un módico derecho de entrada, a cambio de vigilancia de un lugar que sin él -dice- habría sido desvalijado de sus planchas de pino de Oregón, dinteles y otras piezas antiguas que contiene.

En una de las antiguas casas de los mineros, los prisioneros esculpieron en arcilla una iglesia a semejanza de las que se alzan en la sureña región de Chiloé (declaradas patrimonio de la humanidad por la Unesco) y compusieron una oda a la libertad.

Sobre el muro de un teatro renovado de la mina, un chileno exiliado en Bélgica escribió en 2004 un mensaje en francés: "Para ti, papá, que perdiste tu juventud (en Chacabuco). Pero no olvides que ése fue el precio de la libertad del individuo".

En 1993, el alemán Instituto Cultural Goethe comenzó a restaurar la mina pero el proyecto fue suspendido luego de disputas con las autoridades chilenas. Por esas circunstancias, Roberto teme que Chacabuco desaparezca en el limbo de la historia cuando él no esté ya más para atestiguar.

"El Estado quiere olvidarse pero es imposible olvidar lo que pasó. Esto tiene que ser conservado", dice inquieto.