Sombras de autoritarismo en nuestro país

Mal que nos pese, en los días que corren la silueta de la república se va desdibujando. Hacia fines de la semana pasada se multiplicaron hechos que marcan una tendencia clara del gobierno hacia el bloqueo de instituciones clave en un sistema republicano.

La decisión de avanzar contra viento y marea en la sanción de una ley que modifica la ecuación representativa de sectores en el Consejo de la Magistratura, pone sobre el tapete un afán desmedido por controlar el cuerpo que interviene en la designación de jueces, ejerce la potestad disciplinaria sobre la magistratura y realiza las acusaciones ante el Jury de Enjuiciamiento. Por lo tanto, visto a través de un prisma político, cuenta con los instrumentos que permitirían en el transcurso del tiempo la modelación del Poder Judicial. Por eso es fundamental el tema de los equilibrios internos y el efectivo contrapeso que pueda ejercer ante la desbordante voluntad del Poder Ejecutivo.

Los argumentos esgrimidos por la senadora Cristina Fernández de Kirchner en respaldo de su iniciativa, recogen viejos cuestionamientos de la prensa respecto de la creación de organismos públicos que rápidamente reproducen el germen de la creación artificial de empleo que afecta al conjunto de la administración estatal.

El problema, entonces, tiene el tamaño del Estado y se manifiesta con particular desmesura en el Congreso nacional, cuya población total supera los 10.000 agentes. En consecuencia, si la preocupación fuera de esta naturaleza, la senadora -que registra antecedentes legislativos de larga duración- podría haber propuesto hace años soluciones para este remanido problema.

La cuestión es otra. Se trata de controlar desde la política una de las llaves maestras del Poder Judicial. Si esta apetencia se conjuga con la inocultable expansión del Poder Ejecutivo a expensas, por ejemplo, del Poder Legislativo, el mapa del poder institucional se concentra en la Argentina con desmedro de las libertades republicanas y del juego consecuente de la pluralidad de opiniones.

Esta perspectiva se enturbia aún más con la recurrente denostación de la prensa, posición que en los últimos días se ha visto ratificada hasta la evidencia incontrastable por las declaraciones de Cristina de Kirchner y del jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Ya sea en consideraciones de orden general o cargando las tintas sobre algún medio en particular, el papel del periodismo ha sido a veces minimizado y en otras demonizado, aunque eligiéndoselo en todos los casos como un nuevo contrincante a batir.

Así, el país ingresa nuevamente en una trama de blancos y negros, de fantasmales contrastes, porque al eliminarse los matices, los medios tonos, al igual que las imágenes, su calidad se degrada por pérdida de información. De modo que todo se plantea en términos de adhesión o confrontación, angostándose hasta la asfixia el lugar para el legítimo disenso, el debate superador o la iniciativa que no provenga del propio palo. Por ende, la política se empobrece, la república se apaga y la democracia sufre, aunque por el momento suenen los aplausos.