Los conflictos de los hijos únicos en China
Por Marga Zambrana (EFE)

El 70 por ciento de los adolescentes chinos detesta a sus padres por la presión a la que son sometidos, una actitud atribuida por los adultos a la falta de mano dura contra la generación más consentida de la historia de China, según revela una encuesta.

El estudio, realizado entre 3.000 estudiantes de secundaria de Pekín y publicado por el diario Beijing Morning Post, revela que un 6,6 por ciento de estos jóvenes "tiene miedo a sus padres, un 13,13 los detesta y un 56,28 los odia" debido a las presiones de los progenitores para que sus vástagos sean los más competitivos.

Las quejas de los padres de la primera generación de hijos únicos (conocidos como "pequeños emperadores" y resultado de la restricción demográfica en vigor desde los ochenta) se centran en los resultados académicos, el peso corporal y las amistades de los hijos.

"Mi madre me regañó por no haber conseguido la nota más alta en el examen de primer grado de secundaria", señala la joven Xiao Xiao, que es una de las mejores estudiantes de su clase.

Un 55 por ciento de los padres espera que sus hijos accedan a un doctorado y un 83,6 por ciento que estén entre los 15 mejores de su grupo. Lo justifican con el sacrificio que exige el prohibitivo coste de la enseñanza, tanto en las ciudades como en el campo, y la enconada competencia laboral en el país más poblado del mundo.

Otra encuesta realizada por la Universidad Normal de Pekín en escuelas primarias reveló que un 16,4 por ciento de los niños sufre problemas psicológicos; y un 13 por ciento en secundaria; y según el Centro de Estudios de la Infancia, el estrés afecta hasta a un 30 por ciento de los 100 millones de estudiantes menores de 18 años.

La presión no es sólo psicológica, ya que un 60 por ciento de los padres pegan a sus hijos, según la Academia de Ciencias Sociales, y hasta un 54,6 por ciento de niños y un 32 por ciento de niñas fueron "intimidados por otros", de acuerdo con un estudio del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Sin embargo y contra las teorías didácticas occidentales, la tradición china recoge varios dichos: "Conseguir que el hijo se convierta en dragón", que alude a fama y poder; y "El respeto se aprende a latigazos", ampliamente defendidos por la sociedad china.

"Mi hermano no llegó a la universidad porque mi madre no le pegó tanto como a mí", explicó una contadora china de 34 años que justifica el maltrato y no duda del amor que siente por su familia.

El porcentaje de odio sorprende al catedrático de Sociología Xia Xueluan, quien explicó que "los padres y profesores no están educando a sus hijos con valores de respeto tradicionales".

El rencor de los hijos lo entiende Xia como "el olvido de la moral tradicional de respeto a la familia" en medio de la transformación social china: "Ya no temen a sus padres", explica.

Los conflictos generacionales no son nuevos, han sido objeto de análisis de varias generaciones de cineastas chinos: el último ejemplo es "Sunflower", cuyo director, Zhang Yang, fue galardonado en la última edición del Festival de San Sebastián. Aunque la película está inspirada en su biografía, Zhang ya analizó las relaciones familiares en "La Ducha" (1999) que, al igual que otras cintas como "Hijos" (1996), de Zhang Yuan, y "Padre" (2000), de Wang Shuo (prohibidas en China), analizan la complejidad de una educación que combina mano dura, comunismo, tradición y frustración.

"No tienen remedio. Los hijos únicos están consentidos por padres y abuelos, eso no es bueno para el crecimiento de los niños", dijo el director Zhang, de 38 años, hijo único y sin descendencia, a la luz de las encuestas sobre los adolescentes.

La dureza de las memorias que desgrana Zhang evoluciona en la película hasta la comprensión hacia el padre -en la vida real también cineasta- que reconoció que ha pedido perdón a su hijo en varias ocasiones por proporcionarle esa infancia hacia el final de la traumática Revolución Cultural (1966-76).

A la vista de estos testimonios, de la justificación de la mano dura por el comunismo ayer y por el capitalismo hoy, y de la tradición china de no expresar las emociones, lo reprochable a esta generación de consentidos pequeños emperadores es que se queje.