Manuel Belgrano y la bandera
La reflexiones que siguen, de la pluma de Rogelio Alaniz, son complementarias de la lámina que acompaña la edición de hoy de El Litoral, íntegramente dedicada a la bandera nacional y a su creador. Dicha lámina contiene propuestas pedagógicas para ser utilizadas por docentes y alumnos con motivo del Día de la Bandera

Rogelio Alaniz

El nombre de Manuel Belgrano está ligado a la imagen de la bandera. Los esfuerzos de los historiadores para presentar a un Belgrano economista, militar o estratega político no han logrado debilitar esta imagen instalada en la memoria colectiva con la fuerza de un mito.

De todos modos, cuando Belgrano hizo flamear por primera vez la bandera estaba muy lejos de imaginar la mitología posterior. En ese momento las relaciones de Belgrano con el poder político distaban muchísimo de ser satisfactorias y sus tenaces enemigos no vacilaron en criticar una decisión que, según ellos era apresurada e innecesaria.

Fueron necesarias las victorias militares de Tucumán y Salta para que la bandera se legitimara como símbolo de algo que pretendía ser una nación pero aún estaba bastante lejos de lograrlo. Y finalmente hubo que declarar la independencia en 1816 para que la bandera fuese aceptada por los ciudadanos de las Provincias Unidas de América del Sud (la denominación merece ser citada en toda su extensión porque todavía la palabra "argentina" no estaba oficializada).

Debate arduo y a veces monótono fue el que giró alrededor de las motivaciones de los colores. Desde la versión escolar que aludía al cielo y a las nubes, o a los ojos azules del prócer, hasta la hipótesis de que ésos fueron los colores del manto de la virgen o los colores de la Casa Real de los Borbones, los historiadores no han logrado ponerse de acuerdo y no son pocos los argentinos se preguntan si ese acuerdo hoy tendría alguna importancia.

Tan cerrado, faccioso y bizantino como el anterior, fue el debate acerca del color azul o celeste de la bandera. Revisionistas y liberales han fundamentado con todas las pruebas del caso sus propias hipótesis, pero nadie ha logrado zanjar la polémica, entre otras cosas, porque es muy probable que para los protagonistas de entonces la diferencia entre celeste y azul les diera exactamente lo mismo.

Digamos que los próceres en esos años estaban interesados por cosas más importantes que establecer las diferencias ontológicas entre el celeste y el azul o en determinar si cada color encerraba certeros contenidos ideológicos al punto de transformar a uno u otro en enemigos incompatibles.

Como el Himno Nacional, como el escudo, la bandera integra aquellos símbolos que permiten a una nación reconocerse como tal. Fueron creados en circunstancias históricas precisas, en un tiempo que nos parece muy lejano o muy teñido por los mitos, pero es necesario recordar una cosa: son símbolos, no becerros de oro.

La relación que como ciudadanos mantenemos con ellos es histórica y afectiva. Los símbolos designan a la patria, pero la patria es algo más que una bandera. En los campos de batalla la bandera señalaba el sitio del honor y del coraje, el lugar en donde se mataba y se moría, era la insignia que los soldados seguían y a la que dirigían sus ojos un instante antes de morir. Hoy la patria se construye, o debe construirse, con la misma pasión, pero con otras armas: las del trabajo, el estudio y la decencia pública.