Positiva marcha de la economía nacional
Por Miguel Kilibarda

Los datos reales de la economía nacional -absolutamente verificables- señalan una conjunción virtuosa en las variables macroeconómicas. Podemos señalar en tal sentido que Argentina lleva 14 trimestres consecutivos de suba promedio del PIB en torno del 8,9 %, que mantiene superávits gemelos en las cuentas públicas y el balance de pagos, tiene financiado sus compromisos por el resto del año, y las reservas son equivalentes a 9 meses de importaciones.

Asimismo, se aprecia un mayor grado de formalidad en el mercado laboral, una desaceleración en los atisbos de inflación y un mejoramiento en la ejecución de la obra pública, todo ello paralelo al acuerdo con los acreedores externos por la deuda en default y a la cancelación de pagos con el Fondo Monetario Internacional. No es menos ponderable contar con un fondo anticíclico que ya tiene más de 2.500 millones de dólares.

Las exportaciones aumentan tanto en volumen como en precio -en el pasado mes de mayo fueron las más altas para toda la serie histórica a valores corrientes- es alentador analizar su composición, donde las manufacturas con valor agregado -o sea trabajo nacional-, tanto de origen industrial como agropecuario, ganan ponderación.

Si pensamos que nuestro país, a fines de 2001 y 2002, estaba inmerso en una crisis sin antecedentes que nos colocaba al borde de la desobediencia civil, debemos valorar el punto en el cual nos encontramos ahora, recordando desde donde arrancamos.

Todo ello fue posible por la voluntad política puesta de manifiesto por el gobierno nacional, que demostró que podía hacerse otra cosa que la receta neoliberal planteada durante años por los organismos internacionales, los gobiernos de turno, y los economistas del fracaso, la desocupación y la corruptela.

La escandalosa herencia que recibimos los argentinos como resultado de los sucesivos planes económicos, que tuvieron el apoyo permanente de muchos que hoy critican y descalifican a la conducción económica, motiva el constante esfuerzo para reintegrarle un presente vivible y un futuro con esperanza a millones de compatriotas excluidos.

Valorizar la producción de bienes, la generación de empleo, la investigación científica y hacer inversiones estratégicas en educación, marcan el camino correcto, abandonando la política de privilegio a la especulación financiera.

Se ha avanzado mucho. Pero falta mucho más si aspiramos a poner en funcionamiento pleno los motores integradores que impulsaron las presidencias de Perón y de Frondizi. Hace falta un plan que organice metas, objetivos y reglas de juego claras y, fundamentalmente, un gran acuerdo político y social que lo respalde bajo cualquier circunstancia.

A la vez que los resultados macroeconómicos, fiscales y de las cuentas externas de Argentina son muy buenos, la incertidumbre en los mercados internaciones nos obliga a ser prudentes y tomar todas las previsiones posibles para evitar ser afectados, más por razones indirectas que por males propios.

Mientras, en el mundo, las decisiones de inversión en la esfera real de la economía marchan despacio, las burbujas inmobiliarias, los precios de ciertos commodities y el capital especulativo se desplazan rápida y anárquicamente. Podemos afirmar que, tanto en términos relativos como absolutos, Argentina se encuentra actualmente más protegida de los cimbronazos. Pero en economía nada es para siempre.

El enorme desafió que enfrenta nuestro país es continuar por la senda del crecimiento, el trabajo y la producción, con un plan de desarrollo. Tenemos la triste y traumática experiencia de lo que significa simplemente crecer. Está viva en nuestra memoria y a la vista, en los millones de pobres y excluidos, los índices de los años 90. El crecimiento, sin una verdadera transformación estructural de la producción y la integración de todas las regiones y de todos los sectores sociales, nos haría desaprovechar como Nación, las posibilidades ciertas que hoy tenemos.

Sería lamentable que dejáramos pasar la oportunidad de avanzar hacia el desarrollo. Pocas veces en la historia, la República Argentina contó con condiciones tan favorables para el despegue a largo plazo.

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