Las agresiones a la prensa

Ya es casi un lugar común del oficialismo arremeter contra los periodistas y los medios de comunicación en general. No hay ninguna norma jurídica que prohíba a un presidente criticar a la prensa, pero cuando esto se transforma en una constante hay motivos para alarmarse, porque ya se sabe que el autoritarismo empieza con el lenguaje.

El levantamiento de programas en medios de comunicación estatales a periodistas que no recitan el libreto oficial, demuestra que en los lugares en donde el gobierno tiene posibilidades ciertas de decidir procede de la peor manera. Los ejemplos de Pepe Eliaschev y Víctor Hugo Morales, por citar los últimos, son elocuentes. Si a ello le sumamos las presiones políticas o económicas a otros medios o el manejo discrecional de la publicidad oficial, podemos decir sin temor a exagerar que la libertad de prensa en la Argentina está ingresando en una zona de riesgo.

La libertad de prensa en la Argentina o en cualquier sociedad abierta no es una garantía de la derecha o de la izquierda es, básicamente, una garantía democrática de control al poder y de formación de la opinión pública. No hay sociedad democrática sin libertad de prensa, es decir sin libertad de información y pluralismo, por lo que todo ataque a la prensa, con independencia de las razones ideológicas que se invocan, son ataques contra una de las libertades centrales del sistema democrático.

Comparado con países como Estados Unidos, Inglaterra o Francia, la prensa Argentina podría ser considerada dócil y complaciente. En Estados Unidos las críticas a Bush incluyen chistes de dudoso gusto y diferentes tipos de agravios, sin embargo, el mandatario de los Estados Unidos, que no es precisamente un ejemplo de liberalismo tolerante, nunca dedicó un párrafo de sus discursos a polemizar contra los periodistas.

Atendiendo a los antecedentes políticos del presidente y su esposa y prestando atención a lo que sucedió con la prensa independiente en la provincia de Santa Cruz, existen buenas razones para pensar que intenta reproducir en el orden nacional lo que supone que le dio buenas resultados en su provincia. No puede interpretarse de otra manera esta obsesión casi compulsiva de atacar a los periodistas porque no cantan elogios a su gestión.

El tema adquiere particular gravedad porque esta orientación autoritaria se manifiesta en el contexto de un sistema político fragmentado, con una oposición débil o con serias dificultades para ejercer su rol. Néstor Kirchner es el único presidente de los últimos años que no ha dado conferencias de prensa y no otorga entrevistas.

Atendiendo a su vocación hegemónica, el presidente habla a la sociedad y pretende modelar a la opinión pública sin interferencias. Lo que le molesta es que ese discurso único sea "interferido" por la presencia de una prensa que en más de un caso apoya algunas de sus iniciativas, pero cuando lo considera necesario no vacila en criticarlo.

En una sociedad democrática esto constituye el abc de la política, pero daría la impresión de que en estos aspectos el primer mandatario no conoce o no le interesa respetar estos principios elementales de la convivencia civilizada. A Néstor Kirchner no sólo le fastidia que lo critiquen, también le molesta que la opinión pública reciba otro mensaje que no sea el del poder.