Familia de pura sangre italiana
Familia Marsilio. Los nonnos Andrea y Mariantonia construyeron su familia en Esperanza, entre el oro del trigal. Su terreno los proveía de frutales, verduras y flores, que ellos comercializaban. Y no faltan las pastas caseras que amasaba la nonna, entre los tantos recuerdos que guarda Rosa Marsilio.

Rosa Marsilio -de profesión fotógrafa- se comunicó con De Raíces y Abuelos para homenajear a sus nonnos italianos, como ella prefiere recordar y nombrar a sus abuelos Andrea Marsilio y Mariantonia Jacobuzio.

A pesar de que perdió muchos documentos y fotografías durante la inundación que padeció nuestra ciudad, en abril de 2003, pudo rescatar el pasaporte de sus nonnos y algunas fotos. También conserva la partida de nacimiento de su padre (algo deteriorada por el mismo motivo), Francesco Marsilio, quien nació en 1910 en la Comuna de Ferradina, provincia de Matera, Italia.

Esto le dio más aliento para escribir un relato que recopila todos los recuerdos que ella guarda de su infancia, durante la cual pudo vivir con estos inmigrantes italianos, que quiso compartir con los lectores de esta sección de la revista Nosotros. El escrito lo hizo como un ejercicio de su clase de italiano, idioma que está estudiando para conocer más sobre sus orígenes. Se titula "Homenaje a mi nonno Andrea, en el Día del Inmigrante", y lo reproducimos a continuación.

"Mi caro nonno fue uno de los tantos inmigrantes que llegó a nuestro país lleno de ilusiones. Cuando llegó al puerto de Buenos Aires le dijeron que se necesitaba gente para trabajar en Córdoba, Rosario, Santa Fe y Esperanza. Y él eligió Esperanza -nacida a orillas del río Salado, entre oros de trigales- por lo que significaba esa palabra, la que hoy es ciudad y está a punto de cumplir 150 años de su fundación, el próximo 8 de septiembre.

A mis nonos los quise y los seguiré queriendo hasta los últimos días de mi vida. Ya han pasado 35 años de que no están físicamente conmigo pero que sí lo están en mi corazón. Los extraño y es imposible olvidarlos; siempre estarán presentes.

Viaje y familia

Con ellos -continuó- he vivido momentos imborrables, muchas sonrisas y algunas lágrimas. Mi nonno Andrea era un "tano" lleno de vida y amor al prójimo. Sus comienzos fueron tristes pero en la Argentina pudo sonreír y ser feliz.

Él llegó solo al país y Esperanza lo acogió. Pasó casi un año y un 19 de diciembre de 1910 desembarcó en Buenos Aires el resto de los integrantes de la familia Marsilio, quienes habían viajado en el barco Vittorio Emanuelle III (conserva el pasaporte, que se arruinó con el agua durante la inundación).

La familia se completó con la llegada de la nonna Mariantonia, mi papá Francesco, y mi tía Donata, quienes residían en Ferradina, provincia de Matera. íQué valentía la de mi nonna -observó- venir sola a los 20 años con dos hijos en un barco y hacia Argentina!. Por suerte, el sacrificio dio buenos frutos. El nonno no sólo trabajaba sino que también tenía sus "recreos" y así nacieron en la Argentina cinco hijos más.

Los años pasaron y crecí junto a ellos. Fui muy compinche con mi nonno, siempre estaba a su lado. Él tenía una huerta hermosa y yo lo acompañaba en todo momento. Me gustaba mucho regar las verduras y él me dejaba hacerlo. Ese lugar tenía de todo, era increíble: había lechuga, rúcula, escarola, acelga, hinojo, zapallitos, zanahorias, choclos, etc..

Cabe aclarar que cuando mi nonno llegó compró una cuadra de terreno y en el medio construyó la casa. La parte de atrás la destinó al cultivo de frutas y verduras y la otra mitad la dejó para que la nonna, cuando llegara de Italia, decidiera qué hacer con esos terrenos.

Frutales y verduras

En el medio de cada cantero de la quinta estaban plantados los árboles frutales: naranjas, mandarinas, pomelos, manzanitas verdes (que no vi nunca más), duraznos y limones. Mi nonno decía que las verduras debajo de los árboles frutales se ponían más lindas porque estaban protegidas del sol y del frío.

Andrea se había comprado dos caballos y un carro para vender sus verduras y frutas a su distinguida clientela. Yo siempre colaboraba con él y me gustaba mucho hacerlo. Colocaba en los cajones las mandarinas, naranjas, limones, zapallitos y tomates. Pero más me gustaba sacarlos de la planta para que el nonno Andrea las llevara. Para mí era como un juego.

Recuerdo todo casi como si fuera hoy. En nuestras charlas aprendíamos los dos: yo le enseñaba a pronunciar las palabras en castellano y él me charlaba en italiano, y así aprendí mucho del idioma. Sus clientes, poco a poco, le iban entendiendo pero igual le costó muchísimo hablar en castellano.

Con gran esfuerzo salió adelante. Día a día fue ganándose el cariño y la simpatía de sus clientes. Era muy bondadoso: vendía un kilo y regalaba dos. Sus allegados lo llamaban Don Chichilo. Su vida era la huerta: en verano se levantaba a las 5 de la mañana a regar sus verduras y luego a las 19.30 las volvía a regar. Pasaba sus días así: para él no había feriados ni descansos. Los domingos por la mañana iba a sacar las hojas secas de los árboles frutales de los canteros de las verduras. A los 75 años dejó de ir a la huerta.

Nonna María

Sería injusto de mi parte -continuó Rosa Marsilio- no recordar a la nonna Marianatonia, a quien llamábamos Nonna María. Era un personaje. Lo primero que hacía cuando se levantaba era arreglarse y pintarse porque decía que si no lo hacía ni bien se despertaba no lo hacía más. Luego se ponía el pañuelo en la cabeza y después el delantal de cocina con pechera, de domingo a domingo.

Era coqueta, cariñosa, muy trabajadora. Tenía una mirada clara y profunda. No necesitaba hablar sino que lo decía todo con su mirada. Era el pilar de la casa, muy segura de sí misma.

En la cocina era una genia y cocinaba muy rico. Me gustaban sus pizzas, ravioles, tallarines, etc.. Recuerdo cuando me mandaba al gallinero a buscar los huevos con una canastita de mimbre. Seguro que ese día hacía tallarines. Me divertía buscando los huevos: era como un tesoro escondido entre pajas y cajones.

Los sábados por la noche, cuando todos se iban a dormir, nos quedábamos con la nonna hasta la madrugada preparando los tallarines, aunque yo miraba, porque era chica. Me encantaba verla amasar hasta dejar la masa bien finita y transparente, tan grande como un mantel, y ella decía íQué belleza!. Después de arrollarla, la cortaba y me preguntaba cómo me gustaba, fina o gruesa. Y yo le decía, gruesa. Recuerdo que para ver mejor me arrodillaba arriba de una silla porque no quería perderme ningún detalle. Cortaba los fideos a mi gusto y cuando tenía todo cortado lo levantaba y lo hacía caer sobre la mesa para que los tallarines se despegaran. Yo la seguía paso a paso y dejaba todo preparado para el día siguiente.

Los domingos, una fiesta

Los domingos eran una fiesta en casa: hijos y nietos se reunían alrededor de la mesa a saborear los riquísimos spaghetti hechos por las manos de la nonna María. Llegaba al comedor con una inmensa fuente blanca de cerámica y nos decía: "A mangiare, a mangiare". El nonno Andrea decía que no había cosa más bella que ver toda la familia unida.

La nonna María, aparte de cocinar muy bien, mantenía su gallinero limpio, con muchas gallinas y pollitos; le gustaban las plantas y las flores. Era una maravilla entrar al jardín, donde todo el año había flores. En pleno invierno, había matas de puntillos, rosas, fresias, violetas, jazmines. íQué aromas y fragancias!. En el verano había alverjillas que estaban enredadas en el tejido del frente de la casa, y tenían una extensión de media cuadra.

Para el Día de la Madre, la gente venía a comprar flores. Recuerdo la cantidad de no me olvides que había, una florcita muy linda que hoy en día es difícil de ver. Sus cuidados eran intensivos y en invierno se tomaba el trabajo de tapar las plantas con sábanas viejas para protegerlas de las heladas.

Gratos recuerdos

La nonna María y el nonno Andrea se ganaban el dinero trabajando mucho: ella vendiendo sus lindas flores y plantas y los huevos de sus gallinas. No olvidaré jamás cuando llegaba la noche, antes de cenar, ellos contaban el dinero que habían hecho durante el día y dejaban guardado en su cajita de madera. Yo estaba metida en el medio y no me quería perder ningún detalle. Así eran mis nonnos, un ejemplo de vida imposible de olvidar.

Por eso digo que nunca nadie se va del todo. Siempre quedan gratos recuerdos. Aprendí muchísimo de ellos y han dejado marcado en mi alma su fuerza de lucha, su sabiduría, el cariño brindado. Por muchas razones, me enseñaron que en la vida se puede aprender muchísimo. Sólo así se evoluciona y se trasciende en la vida. Sé que ellos desde el cielo me siguen protegiendo. Gracias nonnos por haberme enseñado ver la vida, que es tan hermosa a pesar de todo", concluyó emocionada.

Recuerdos de la guerra

Historias para ser contadas

Rosa Marsilio recordó que "cuando terminaba de hacer las tareas, con mi nonno nos sentábamos en unos banquitos bajo los árboles frutales, y él comenzaba a contarme sus historias: me relataba los dolorosos años de guerra en Italia y sus gestos manifestaban gran emoción".

"Me decía: `Hija mía, he sufrido mucho, he conocido mucho a lo largo de toda mi vida la pobreza, morir de hambre, de dolor y después el bienestar y la pena y el dolor por toda la familia en Italia (padres, hermanos, primos), la nostalgia del frío y el calor, y al fin, la compañía, el triunfo y la victoria. Yo quiero tanto y bien a la Argentina porque me ha dado todo, fundamentalmente la tranquilidad de no ver más la guerra, porque es muy fea"'.

"Él siempre me decía que no bajara nunca los brazos, que siempre fuera para adelante, que luchara con fuerza porque la vida es muy bella, pero tienes que saber vivirla. `Y recuerda siempre que debes tratar de la misma manera a la gente rica y a la necesitada -sostenía-, te lo digo yo que he conocido todo a lo largo de mi vida, con cada paso que he dado'.

Así era mi querido nonno Andrea. Siempre quedarán los recuerdos de todo lo que he compartido. Es inevitable: por mi cuerpo corre sangre italiana".