Toco y me voy
íTanques!
El tanque es una presencia más o menos silenciosa arriba de nuestros techos y nuestras vidas. Nos olvidamos de ellos. Pero resulta que la cuestión no es tan sencilla como parece. Agua va...

Con los tanques uno tiene una bomba (de agua) arriba de la casa. Uno se olvida de algunas cosas: que están llenos de líquido, que pesan (uno se olvida de la tabla de equivalencias que aprendió en la primaria), que trafican -reciben y mandan- agua, que tienen, de cayetano nomás, nuestras vidas en un puño...

Los tanques son jodidos. Uno cree que en una casa se trata nomás de abrir la llave de una canilla y listo. Sale agua, es cierto; pero...¿de dónde viene? En los lugares donde la red de agua potable es firme y tiene presión, el agua sí llega al tanque y no hay problemas en su redistribución por toda la casa.

Pero hay otros muchos lugares -como en mi barrio, Barranquitas- en donde el agua no tiene presión ni para salir por una canilla a ras del piso. Ni ganas de putear te quedan.

Entonces, como si un solo tanque no fuera poco, yo poseo dos (con lo cual soy millonario), y así duplico los problemas y las amenazas que ellos postulan en silencio. Tengo un tanque abajo (absténganse de hacer cualquier comentario: no tiene ninguna gracia), enterrado (dije que no hicieran comentarios, carajo), que recibe el agüita que Aguas (en cualquiera de las instancias en que se encuentra: privada, pública, semi, en tránsito; no importa, yo siempre estuve privado del servicio) me da sólo por las noches (de día son dos gotas; en verano, ninguna), la almacena y luego la remite hacia el tanque de arriba, el formal, el que está en todas las casas...

Ya conocen el sistema: hay un motorcito (no el que chupa de la red y deja amablemente a todos los vecinos sin agua) que automáticamente manda agua de un tanque al otro. Obligo así a mis tanques a trabajar de manera coordinada. Sólo que a veces se atasca el motorcito, a veces se pelean los tanques y todas esas delicias que las cosas que tenemos para mejorar la calidad de vida hacen o dejan de hacer.

Para generar competencia entre ellos y que cada cual mejore su desempeño particular, además, los tanques son diferentes: el de abajo es de plástico y negro; el de arriba, de material (apenas cancerígeno) y blanco. El de arriba es altanero, levemente racista; el de abajo, eficiente y resentido: le vive aclarando al otro que sin él, no existiría ni tendría razón de ser, lo cual por otra parte es cierto.

Los tanques no traen problemas hasta que los traen. Los tanques son grandes; los problemas que generan, también. Mirtita tiene el tanque arriba como todo el mundo (absténganse, absténganse...) y el otro día se percató, no sin horror, que una pérdida silenciosa (del tanque) le generó una costosa mancha de humedad. Cuando la descubrió, el daño ya estaba hecho, porque uno no sube todo el tiempo a los techos para ver el tanque, o si las canaletas están tapadas o si el flotador flota. Hay gente que sube a los techos, pero para otra cosa. Y hay gente que no sube nunca.

Los tanques, así como tienen agua, también tienen sus bemoles. Por ejemplo, el tema de las tapas. Uno coloca la tapa y cree que se terminó el problema. Hasta que ve volar su tapa como si fuera un barrilete o el disco que un discóbolo gigante lanzara al vacío. La tapa aparece destrozada en los patios de los vecinos, cosa que alegra mucho a todo el mundo.

Y sin tapa, el agua se ensucia, las ranas hacen convenciones, hojas y ramas se amontonan, los gorriones beben y se bañan en el agua que después vos tomás. Así que muchos aseguran esa tapa de muy diversas formas, desde pegamentos hasta tensores, pasando por alambres caseros y sogas varias. Otros, para sellar esa tapa, ponen entre ella y el tanque un plástico o un hule, que con el viento restalla y asusta.

No le demos más rosca al asunto, seamos frescos, y vayámonos de aquí antes de que nos den con un caño. Porque el de los tanques es un tema que debería ser tratado con más altura...

Texto: Néstor Fenoglio[email protected]