La vuelta al mundo
Los compromisos de la guerra

Rogelio Alaniz

El cese del fuego se parece más a una tregua que a un acuerdo de paz. La diferencia no es menor: la paz incluye el adiós a las armas; la tregua es apenas una pausa, un descanso para juntar fuerzas, lamerse las heridas y continuar la guerra. Sería ingenuo suponer que la intervención de las Naciones Unidas va a poner punto final al conflicto. El Partido de Dios de Nasrallah no ha renunciado a sus objetivos de expulsar los judíos al mar, tampoco lo han hecho sus patrones, los integristas de Irán.

En estos días el primer ministro de Israel, Olmert, deberá presentarse en el parlamento para rendir cuentas sobre las decisiones tomadas en la guerra; esta molestia o esta pérdida de tiempo no la van a tener los jefes de Hezbolá, que no creen en esas ilusiones satánicas de la democracia liberal. En estos días, murió en el Líbano el hijo de uno de los intelectuales de Israel que militaba con más entusiasmo a favor de la paz. La muerte fue publicada como información menor en algunos diarios porque, ya se sabe, los únicos muertos que se deben llorar son los de un bando.

Se ha acusado a Israel de bombardear ciudades y cuando avisaban a través de volantes para que la población pueda refugiarse, lo acusaban de ejercer coacción sobre la gente, ocultando el hecho cierto de que estaban respondiendo a un valor humanista de la guerra. Nasrallah llamó luego a los árabes de Israel para que se cuiden; por supuesto, el llamado no incluyó a los judíos, porque para el jeque la guerra tiene un objetivo claro: matar a los judíos.

Israel siempre ha tenido dificultades para emprender acciones militares. La semana pasada en Tel Aviv, unos cinco mil manifestantes judíos salieron a la calle para exigirle al gobierno que pare los bombardeos. Esos "inconvenientes" no los tiene Hezbolá, y mucho menos el gobierno sirio, en donde toda disidencia está prohibida.

Nadie sabe con certeza cuánto durará la tregua que se acaba de iniciar. El horizonte para Israel está saturado de problemas o de frentes de guerra, para ser más preciso. Hezbolá seguirá usando al Líbano como un portaaviones contra Israel: Hamas, por su lado, continuará reclamando la expulsión de los judíos. Los dirigentes libaneses dirán que no pueden manejar a Hezbolá, una explicación atendible, aunque nunca terminaron de explicar por qué, además, le han entregado a Hezbolá dos ministerios.

En cualquiera de estos conflictos, Israel no se juega el prestigio de una batalla, la posibilidad de ganar o perder con honor, se juega la vida como Estado y como nación. Israel no puede perder, ni siquiera puede salir empatado. Un traspié, una derrota es la antesala de una catástrofe. ¿Qué tiene que hacer una clase dirigente en estos casos? Proteger a su pueblo, proteger su nación.

¿Se puede tomar partido en una guerra? En los casos de los que estamos hablando no sólo que se puede, sino que se debe tomar partido. Hay guerras de satrapías en las cuales lo correcto es la neutralidad. La guerra entre Irán e Irak, es un ejemplo. Hay guerras de repartos del mundo en que la bandera más práctica y más justa es la de la paz. Es el caso, por ejemplo, de la Primera Guerra Mundial, cuando las grandes potencias marchaban a la guerra en nombre de la Patria para que, en realidad, sus clases dominantes hicieran buenos negocios.

Pero hay guerras de liberación que comprometen el destino de un pueblo. O guerras defensivas donde un pueblo se juega su existencia. Ser pacifista con Hitler podía ser una ingenuidad o una complicidad, a Hitler no se lo podía combatir con oraciones o invocaciones al humanismo; había que combatirlo como se lo combatió, como lo combatió Churchill, hasta el último hombre, hasta la última bala.

Para decidir de qué lado importa estar en una guerra, hay que prestar atención a los valores que se ponen en juego. Los nazis reivindicaban la raza superior, el espacio vital, el orden jerárquico del Fhürer. Su modelo de sociedad olía a muerte, a explotación, a oscurantismo y barbarie; las peores pasiones de los hombres, sus pulsiones más atávicas se habían sistematizado en una teoría política y en un líder que la encarnaba.

Los Aliados no eran un bloque homogéneo, pero se unieron para parar a la bestia parda. Los intentos de apaciguar a Hitler por la vía de la diplomacia habían fracasado, las maniobras para debilitarlo internamente también; sólo quedaba dar la batalla final con todos los costos que ello implicaba en vidas, bienes y recursos. La guerra no era contra Alemania, era contra los nazis, la campaña no era contra los italianos, era contra los fascistas.

¿Y en Medio Oriente qué está en juego? Allí también importa indagar sobre los valores que reivindican los protagonistas. Israel es la única sociedad democrática en toda la región; en Israel existe un parlamento pluralista, un movimiento obrero organizado, universidades con prestigio internacional y un calidad de vida que no proviene de la explotación de los vecinos sino de la cultura del trabajo en clave capitalista y socialista.

Los valores de Israel son los valores de la modernidad, los valores del humanismo occidental. No es casualidad que cada vez que la barbarie amenaza con dar su zarpazo las primeras víctimas sean los judíos. No fue casualidad que en la Argentina los militares y policías torturadores se ensañaban con particular predilección contra los presos judíos. La causa de Israel, sigue siendo por lo tanto la causa de las sociedades abiertas, la causa de la democracia, de la libertad. ¿Incluyendo a Estados Unidos? Incluido Estados Unidos, con Bush o sin Bush.

¿Qué sociedad proponen los enemigos de Israel? Los programas políticos de Hamas y Hezbolá y otras organizaciones terroristas que operan en Medio Oriente difieren en cuestiones consideradas menores, pero coinciden en la necesidad de destruir a Israel. ¿Pero qué tipo de sociedad proponen? Una dictadura teocrática fundada en las supuestas verdades del Islam. En Occidente estas variantes de fanatismo religiosos fueron derrotadas hace más de tres siglos; en Medio Oriente, la maquinaria oscurantista de la Inquisición sigue vigente, esta vez en nombre de Alá.

¿La guerra incluye solamente a Medio Oriente? Sería ingenuo creer que sólo está localizada en ese lugar. Israel es el primer escollo a una estrategia que los principales líderes del fascismo islámico han definido como un imperio que se extiende desde Filipinas a España. Las masacres religiosas en Sudán, los muertos en Bombay, los ejecutados en Paquistán, las víctimas en Madrid, Londres y Nueva York; el director de cine asesinado en Holanda en nombre de Alá, las amenazas y persecuciones contra los periodistas que se atrevieron a hacer un chiste contra los jeques ensabanados del Islam, demuestran que con contradicciones internas, a veces feroces, existe una estrategia que representa un verdadero asalto a la modernidad.

¿El Islam es entonces el enemigo? No lo es, como en su momento no lo fueron los alemanes sino los nazis. No son los creyentes de una religión los bárbaros, los bárbaros son los que en nombre de una religión asesinan y proponen un orden social cerrado, oscurantista y aniquilador.

Se equivocan los dirigentes de Occidente cuando suponen que lo que ocurre en Medio Oriente es un problema de los judíos. Se equivocan porque para los terroristas y fascistas islámicos todos somos judíos y todos estamos destinados a correr esa suerte.