Tierra del Fuego y un pionero de su exploración

"íDios mío Todopoderoso! íCuán maravillosamente hermoso es todo esto! íEsto es mi Tierra del Fuego, el país de mis sueños eternos!", exclamó Gunther Plüschow en medio del imponente silencio. Lo repetirá varias veces a la largo de su aventura, emprendida en octubre de 1927, desde Büsum, en una pequeña goleta bautizada "Feuerland" (precisamente, "Tierra del Fuego"), a bordo de la cual cruza el Atlántico.

Plüschow había demostrado sus dotes de marino en la Armada Imperial Alemana y de piloto de avión durante la Primera Guerra Mundial. Había escrito un exitoso libro sobre sus arriesgadas aventuras guerreras, y había participado en la creación de una compañía que sentaría las bases de Lufthansa.

El 23 de octubre de 1928, al despuntar el alba, llegó a la ciudad de Magallanes, Punta Arenas.

Esa maravilla fue compartida por sus compañeros. Un trueno ensordecedor y un crepitante crujido hiende el aire y las masas de hielo desprendidas se precipitan al agua, "con estrépito imponente, vuelven a emerger, rebotando en el aire, hirvientes, voltean, caen de nuevo, haciéndose añicos, y flotan ahora en pedazos menudos que centellean en el agua, convirtiéndola en un lago borbotante... El glaciar está `pariendo'. Todavía impresionado por el acontecimiento, me encamino lentamente hacia la salida del bosque, a lo largo del mar de hielo que allá afuera se junta con el fiord, en el que se precipitan continuamente bloques de hielo de todas formas y de todos tamaños. Veo anclado mi `Feuerland' y hago señas a mis compañeros de a bordo, deseoso de que admiren ellos también esta maravilla de la naturaleza.

"Durante la travesía han reído siempre, incrédulos, cada vez que les hablaba yo de mi entusiasmo por llegar a la Tierra del Fuego, creyendo sin duda, que yo exageraba como un maniático, y ahora estoy curioso por ver el efecto que la maravillosa realidad les produce. Tendido de nuevo bajo los árboles, oigo a mis compañeros que, riendo y bromeando alto, desembarcan. Turbulentos y alegres, saltan al interior de la selva virgen, abriéndose camino; sus voces y sus risas llegan hasta mis oídos...

"De repente se han callado, como cortados violentamente por una súbita aparición. Sin duda han llegado al claro de la selva y se han encontrado frente al colosal glaciar.

"Al fin, nuestro artista `Garibaldi' exhala un suspiro, diciendo, tranquilo:

"-íYa, ya, señor capitán! Como antiguo alpinista, habiendo visto tanto, yo me mostré siempre escéptico con respecto a la Tierra del Fuego, pero ahora confieso que lo que estoy viendo aquí deja muy atrás todo cuanto he conocido y todo cuanto la fantasía de un pintor pudiera concebir".

En Punta Arenas, lo espera el hidroavión Heinkel. "Nosotros somos, por medio de esta expedición, los modestos iniciadores de una nueva era en la historia de las exploraciones en la Tierra del Fuego, a bordo de un modernísimo medio de transporte: el hidroavión". Se trata en verdad de un vehículo con las alas de madera enteladas, pero con él logra lo que él mismo sabe que nadie se ha propuesto ni admitiría como realizable: volar a través "de estas solitarias y lejanas regiones, cuyas condiciones climatológicas son las peores del mundo. He venido desde mi lejana patria para volar por encima de infinidad de parajes que el ojo humano no había contemplado aún, aportando así una nueva luz a las oscuras páginas de la Historia del Mundo". Logra así unir por primer vez Punta Arenas con Ushuaia.

En 1929, regresa a Alemania con la documentación suficiente para escribir su libro, que subtitulará: "En velero y aeroplano a través del país de mis sueños". Una vez escrito encarga su traducción al español a un intelectual anarquista exilado, Armand Guerra, y siguiendo esa versión, publicada por la editorial Ullstein de Berlín, en 1930, Simurg acaba de ofrecer una reedición de "Sobre la Tierra del Fuego".

El frío es un elemento constante, cuya presencia en el texto, Plüschow logra hacer patente. Citemos un fragmento de su libro: "Me precipito afuera, con mis guantes polares en los pies, y siento crujir el hielo bajo mis pisadas. Hacia el Este veo insinuarse un pálido resplandor, y, detrás de mí, la cima del Paine, reverberándose en el horizonte. Dareblow está preparando nuestro pájaro, aterido de frío y moviéndose en el agua casi helada que le sirve de lecho. Narciso se halla, como de costumbre, sentado ante el fuego, vigilando el indispensable asado atravesado en el palo, al que va dándole sabias vueltas.

"Sólo los aviadores que volaban en campaña saben lo que significa encontrarse con el motor helado. íEl esfuerzo para calentarlo y ponerlo en movimiento es algo así como una lucha titánica contra la invencible temperatura! íNosotros conocemos este `juego' desde hace muchos meses! Debo confesar que esta vez, tanto Dreblow como yo hemos quedado rendidos de cansancio viéndonos obligados a un corto reposo antes de elevarnos en los aires.

"Al Este aparece un rosado rayo cerniéndose sobre las pampas; a nuestros pies todo está helado: la nieve fresca ha caído hasta unos trescientos metros de altura apenas.

"Inspeccionamos la atmósfera helada y silenciosa...

"El frío es intenso, y cada cien metros que ganamos en altura va haciéndose más vivo, más penetrante todavía. íY esto es ahora para nosotros lo más duro: el frío espantoso que nos envuelve! Afortunadamente, hemos introducido nuestras manos en los guantes polares y llevamos ropas de abrigo sobre nuestros cuerpos; de lo contrario, pronto quedaríamos petrificados".

La nostalgia de estas soledades acosará a Gunther Plüschow, y finalmente se dejará tentar por un nuevo viaje a la Patagonia, donde morirá en 1931, debido a un accidente de su avión en los alrededores del lago Rico. Su acompañante, Ernst Dreblow logró lanzarse al vacío y que su paracaídas se abriera, pero al caer en las heladas aguas sólo sobrevivió algunos minutos a Plüschow.