El último gran líder chino
Hace treinta años moría Mao Tsé Tung
Manejó su país con mano de hierro durante más de 25 años y hasta hoy, cuando China se aleja rápidamente de los postulados comunistas, su figura sigue siendo objeto de veneración popular. A diario, el mausoleo de Mao en la plaza Tiananmen recibe miles de visitantes y su imagen está en los billetes.

Ana María Bertolini (Télam)

Murió en la madrugada del 9 de septiembre de 1976, enfermo de Parkinson, de esclerosis amiotrófica, de enfisema y sumido en la neurastenia que -según sus biógrafos- lo acompañaba desde su adolescencia y le producía profundas depresiones. Se llamaba Mao Tsé Tung.

A 30 años de su muerte, la República Popular China es hoy bien distinta de aquel país comunista que Mao pergeñó en los fragores de la revolución cultural: ahora es una potencia capitalista.

Sin embargo, se le rinde homenaje ante su mausoleo, en la plaza de Tiananmen; y su retrato no sólo preside la entrada del palacio imperial, sino que se reproduce en prendedores y amuletos, y también en los nuevos billetes del país.

Mao se presentaba a sí mismo como aliado de los campesinos y trabajadores y como enemigo de los terratenientes, de los hombres de negocios y de las potencias occidentales.

Creyó que el socialismo era la única respuesta para China porque los Estados Unidos no permitirían que su país avanzara bajo un régimen capitalista.

Su teoría no era del todo errada: la Casa Blanca mantuvo hasta 1972 el embargo comercial. Lo levantó Richard Nixon cuando consideró políticamente correcto un acercamiento, en virtud de la Guerra Fría con la Unión Soviética.

La República Popular China, establecida por Mao el 1° de octubre de 1949, fue la culminación de dos décadas de lucha dirigida por el Partido Comunista.

Entre 1954 a 1959 Mao inició la colectivización de las tierras, que fueron redistribuidas entre campesinos, tras ser expropiadas a terratenientes y avanzó en proyectos de industrialización. Durante este período, el PBI chino creció entre un 4 y un 9 por ciento.

Uno de los programas lanzados fue el Movimiento de las Cien Flores, traducido como la voluntad de Mao de considerar diferentes opiniones, lo que impulsó a políticos e intelectuales a vertir sin tapujos sus cuestionamientos. Pero al cabo de unos meses, las flores marchitaron: Mao apresó a todos sus opositores.

Según Jung Chang y John Halliday, autores de "Mao: la historia desconocida", el movimiento fue una maniobra para identificar a los enemigos.

Traducido a 30 idiomas y desde abril pasado al castellano, el libro, cuyo título original es "Cisnes salvajes", generó polémica en Occidente -hay quienes dicen que carece de rigor histórico- pero en China fue directamente prohibido.

El Gran Salto... al vacío

Sus autores desmitifican a Mao: lo responsabilizan de la muerte de 70 millones de personas y sostienen que algunas incidencias de la Gran Marcha, en particular la batalla del Puente Luding, fueron totalmente falsas.

Sin duda, la revolución maoísta tuvo sus claroscuros, como el Gran Salto Adelante, que Mao lanzó en 1958.

Era un plan económico alternativo al modelo soviético, basado en el desarrollo de la industria pesada, la colectivización de la agricultura y la promoción de la pequeña industria, que al principio incrementó considerablemente la producción agrícola y la industria del acero.

Pero luego, debido a desinteligencias políticas, la Unión Soviética canceló los acuerdos de asistencia técnica que le brindaba a China y una serie de sequías severas afectaron la producción agrícola.

El Gran Salto Adelante terminó así en una hambruna gigantesca: según los cálculos más conservadores, 30 millones de personas murieron por inanición.

Las desinteligencias de Pekín con Moscú comenzaron tras el fallecimiento de Stalin: Mao se consideró a partir de ahí la cabeza principal del comunismo, un papel que Nikita Kruhchev no estaba dispuesto a cederle.

Como resultado del desastre del Gran Salto Adelante y de la ruptura con Moscú, algunos líderes chinos decidieron que Mao debía ser depuesto como jefe de Estado y lo relegaron a una posición meramente simbólica.

En 1959, Liu Shaoqi asumió como jefe de Estado y Mao conservó la presidencia del Partido Comunista.

Viendo que el poder se le escapaba de las manos, Mao lanzó en 1966 la famosa Revolución Cultural, para impulsar el camino al socialismo, lo que le permitió disponer de los guardias rojos.

Estos jóvenes defensores de la ortodoxia ideológica amaban a su líder y en su nombre llegaron a crear sus propios tribunales, a perseguir a los que vestían traje y corbata (había que usar cuello mao) y a destruir todo lo que oliera a burguesía o religión.

En 1969, al celebrarse el IX Congreso Nacional del Partido Comunista, Mao anunció que la Revolución Cultural había terminado, pero en realidad se extendió hasta su muerte.

Mao falleció el 9 de septiembre de 1976 a los 82 años y le sucedió una disputa entre tres grupos dentro del partido.

Uno era la Banda de los Cuatro, dirigida por su viuda, Jiang Qing, proclive a continuar la política de movilización revolucionaria de masas.

Los otros dos, más moderados, eran el liderado por Hua Guofeng, sucesor designado por el propio Mao, que abogaba por el retorno a la dirección centralizada, de estilo soviético; y el de Deng Xiaoping, que proponía reformar completamente la economía.

Al final, se impuso Deng Xiaoping y China se apartó totalmente de la línea maoísta.

Líder histórico y gran criminal

Al cumplirse hoy el 30 aniversario de la muerte de Mao Tsé Tung, un repaso del país muestra lo poco que queda de su legado ideológico, y aunque su icónica figura planea sobre sus dirigentes, éstos parecen considerar que China navega muy bien en ausencia de su otrora "gran timonel".

"China suele conmemorar las fiesta de nacimiento y no los fallecimientos, quizá por eso no hay organizadas muchas actividades", aduce Zhang Tongxin, profesor del Historia del Partido Comunista de la Universidad del Pueblo y el único experto chino que aceptó hacer declaraciones a EFE, en relación a los escasos actos previstos para recordar la fecha.

"Mao fue un gran líder histórico y un gran criminal", afirma categórico Sidney Rittenberg, que vivió en China entre 1944 y 1979 y que, todavía hoy, es el único ciudadano estadounidense admitido en el PCCh, el cual abandonó tras la Revolución Cultural.

Rittenberg, de 85 años, fue intérprete de Mao y testigo privilegiado del nacimiento de la República Popular.

"Uno de los mayores errores del líder fue creerse con derecho para decidir sobre el futuro de millones de personas", opina el estadounidense, quien critica que Mao iniciase campañas "a sabiendas de que estaba experimentando y desconocía los resultados".

"¿Qué queda de Mao en la China de hoy día?. Rittenberg saca una pequeña lupa de su bolsillo y con ironía afirma rotundo: "He buscado y no he visto nada".