Ensayo sobre la Constitución

Carmen Coiro (DyN)

Inquietos, imparables, los políticos argentinos suelen exhibir una tentación irrefrenable de modificar las leyes fundamentales del país para su mejor conveniencia. Como si la Argentina no tuviera aún muchísimos temas de fondo por resolver, tales como la pobreza estructural, la desocupación, la crisis en la salud y la educación, la cada vez más injusta distribución de la riqueza, ahora se plantea, o se insinúa, como una suerte de globo de ensayo, la idea de tocar una vez más a la Constitución Nacional.

Lo hizo Juan Domingo Perón para acomodar las leyes a un nuevo estilo de vida -no sólo de política- que se impuso en la suya, una de las épocas más dinámicas en la historia del país.

Lo hicieron luego los militares que lo derrocaron, y así sucesivamente, hasta el tiempo de Carlos Menem, que logró imponer una de las modificaciones más revolucionarias, incluyendo la reelección, y no consiguió la re-re porque el país verdadero, aquel que no pudo reformar como los papeles o las leyes, se le vino encima.

Fernando de la Rúa estuvo poco tiempo y tuvo que lidiar con hechos mucho más graves como para poder pensar en un cambio constitucional, pero probablemente lo habría hecho, de haberse quedado todo su período en el poder.

Hoy Néstor Kirchner insinúa de nuevo la posibilidad de afrontar un cambio. Su vocero principal, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, lo dijo a la prensa apenas regresó la comitiva presidencial de Nueva York.

Fernández dio un puñado de ideas que se estarían macerando en el seno del fuerte poder kirchnerista: volver a un período presidencial de seis años -o de cinco, acotó- y quitar la cláusula de la reelección a nivel del Poder Ejecutivo Nacional, y curiosa o paradójicamente, sí admitir a intendentes y gobernadores el pasaporte a la "reelección indefinida".

¿Por qué para el presidente no habría siquiera la posibilidad de una reelección, y para los otros cargos ejecutivos electivos, sí? La explicación de Fernández fue poco convincente. Habló de la cercanía de los votantes a sus líderes municipales o provinciales, de otro estilo de instituciones y demás... Podría abrigarse la sospecha de que Kirchner estaría auscultando la posibilidad de que se lance efectivamente una reforma constitucional y, finalmente, incluyera la cláusula de reelección indefinida en el nivel presidencial.

No es descabellado que la idea esté en su cabeza, si se tiene en cuenta que lo intentó en su provincia y que, en general, suele gobernar al país como si todavía estuviera en la Gobernación de Santa Cruz.

Se sabe que no es lo mismo manejar una provincia rica y de escasa población como la que vio nacer al presidente, que gobernar un país tan complejo como la Argentina, pero también está claro que, hoy por hoy, la oposición no tiene todavía ninguna posibilidad de soplarle en la nuca al kirchnerismo.

En consecuencia, ésa es la mejor carta que podría jugar el gobierno si quisiera perpetuarse indefinidamente. Pero todavía falta mucho para que pueda siquiera instalar el tema en el nivel nacional. Por ahora, lo enunció, como para ir viendo las reacciones que despierta.

Es curioso también que Alberto Fernández haya decidido lanzar la idea apenas regresó la comitiva presidencial de una más que prolongada visita a Nueva York. No es que el viaje -cuestionado, como le pasó antes a Menem, por lo injustificado de su extensa permanencia, y lo gigantesco de la comitiva, incluidas la hija del presidente y una amiga de la joven- haya hecho relumbrar a Kirchner en algún campo.

Su paso por la Gran Manzana fue opaco, no tuvo ningún hito que sea memorable para la historia.

Kirchner pronunció ante la Asamblea de las Naciones Unidas un discurso que prácticamente no se diferenció de los que había leído en los años anteriores en el mismo foro. Tuvo las mismas reuniones con los hombres de negocios más poderosos, que quisieron saber algunas cosas como para aventurarse a seguir invirtiendo: si la crisis energética es tal como la pinta la oposición, si el manejo de control de precios se va a perpetuar, si la seguridad jurídica será obedecida. Las mismas preguntas que les han hecho a cada uno de los últimos presidentes argentinos que visitaron esa ciudad.

El presidente no tuvo entrevistas con líderes mundiales de relevancia, salvo el encuentro con el premier italiano Romano Prodi.

Está claro que no está siendo visto en el mundo como una estrella refulgente en la política latinoamericana, como fueron observados en sus mejores momentos Raúl Alfonsín o Carlos Menem.

Hoy las relaciones del gobierno con el mundo no parecen ser el mejor lugar para la administración nacional. Pero sí lo son el crecimiento económico imparable y el aumento del poder político ante la constante retirada de la oposición.

Y ninguno de esos datos son poca cosa a la hora de plantear posibilidades de perpetuarse más tiempo en el poder a través de un nuevo toqueteo a la Carta Magna argentina.