Perspectiva funcional

Desde una perspectiva funcional, el adulto mayor sano es aquel capaz de enfrentar el proceso de cambio a un nivel adecuado de adaptabilidad y satisfacción personal, según lo enunciado por la OMS. De esta manera, el concepto de funcionalidad es clave dentro de la definición de salud para el anciano; por ello, la OMS propone como el indicador más representativo para este grupo etario el estado de independencia funcional (o funcionalidad). Se trata de la capacidad de cumplir acciones requeridas en el diario vivir, para mantener el cuerpo y subsistir independientemente. Cuando el cuerpo y la mente son capaces de llevar a cabo las actividades de la vida cotidiana, se dice que la funcionalidad está indemne.

El sector salud debe producir un cambio de paradigma, pasando a un modelo que ponga énfasis en la atención primaria. Uno de sus principales objetivos debe ser la atención de los adultos mayores, un grupo que requiere atención y cuidados que superen las limitaciones del paradigma biomédico. Por eso, el propósito de los cuidados en salud será evitar que estas limitaciones se conviertan en impedimentos para el desarrollo de actividades que el adulto mayor necesite o desee realizar, y se deberán esforzar en disminuir el nivel de dependencia de este grupo etario y las oportunidades en que estas personas precisen ayuda asistencial.

Los cambios naturales y problemas de salud que experimenta el adulto mayor se traducen en la declinación de sus capacidades funcionales. Si se desea aumentar los niveles de funcionalidad del anciano, se deben detectar en forma anticipada aquellas situaciones presentes en el adulto mayor que coloquen en riesgo su mantención, con la ayuda de instrumentos creados específicamente para este fin.

Riesgos y fragilidad

Actualmente, se asocia a estas características el concepto de fragilidad, definido como el riesgo que corre una persona de edad avanzada, en un momento dado de su vida, de desarrollar o aumentar sus limitaciones funcionales o algunas incapacidades. Esto implica la pérdida de reservas fisiológicas y sensorio-motrices, que afecta la capacidad para mantener el equilibrio con el medio y/o restablecerlo luego de eventos negativos. Se refiere a la capacidad de la persona respecto de su autovalidación y se la distingue de su fragilidad social, que involucra sólo algunos aspectos de los incluidos en éste.

Parte de la disfunción es consecuencia del propio envejecimiento. Sin embargo, cada vez se comprende mejor que muchos de estos problemas se relacionan con hábitos poco sanos relacionados con el consumo de alcohol, el tabaco, una dieta inadecuada y una vida sedentaria. Los factores ambientales, como los agentes infecciosos y tóxicos, al igual que los peligros físicos, como el suelo irregular o la mala iluminación, también contribuyen a una disminución funcional.>

El conocimiento de estos factores del entorno y la posibilidad de prácticas de autocuidado no sólo pueden evitar el ingreso a la fragilidad, sino que también son modificadores de la salida de este estado fisiológico, si se hubiera instalado, evitando la discapacidad o que ésta progrese. Lo ideal es ayudar a vivir hasta una edad suficiente, manteniendo una función prácticamente óptima hasta el momento de la muerte.>

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