Educar para el hombre íntegro
Por Monseñor José M. Arancedo (*)

En estos días, ha sido presentado el proyecto de la nueva ley de Educación para ser tratado por el Poder Legislativo. Es un hecho trascendente que determina tanto el presente como el futuro de la Nación; por ello no podemos permanecer indiferentes. Junto con la familia y el trabajo, la Educación es un tema que hace al nivel de vida y al desarrollo moral y social de una comunidad. Esta centralidad de la educación nos llevó a los obispos a presentar, en la reciente Asamblea Plenaria, algunas reflexiones con el deseo de contribuir a su mejor elaboración.

Obligación del Estado

Se trata, ante todo, de un bien público, que también es personal y social, es decir, todos tienen derecho a recibir una educación de calidad. No puede haber una escuela buena para unos y regular para otros. En esto cumple una tarea indelegable de justicia el Estado asegurando una buena educación para todos. También debemos señalar que es obligación del Estado sostener y garantizar la libertad de enseñanza como un derecho de los padres garantizado por la Constitución Nacional. Esto significa que en la unidad de nuestro sistema educativo, que es público, conviven el de gestión estatal y el de gestión privada. Esto es una riqueza que asegura a los padres el poder de elección de acuerdo con sus propias convicciones y creencias y, por otra parte, permite enriquecer la oferta educativa del mismo sistema. No es justo que una familia que paga los impuestos no pueda ejercer su derecho constitucional de elegir la educación para sus hijos. Por ello hablamos del principio de la justicia distributiva, que es el que permite, con el aporte del Estado, sostener de modo equitativo la educación de gestión pública como privada. Creo que plantear hoy enfrentamientos entre escuela pública y privada es desconocer la realidad, la historia y los derechos que implica el ejercicio de la libertad de enseñanza.

Una concepción del hombre

Particular relieve adquiere en una ley de Educación la antropología que está en la base de todo proyecto educativo, y que responde a la idea o imagen del hombre que se tenga. No hay planteo de educación posible que no parta de una definición del hombre, incluso que responda a la pregunta: ¿qué hombre queremos formar? Por ello decimos que una concepción integral de la educación incluye necesariamente la dimensión trascendente del hombre, es decir, no sólo ponderar su desarrollo en la dimensión social, laboral o científica, sino que en cuanto ser espiritual, tiene un horizonte cultural, espiritual y religioso que debe ser reconocido y atendido. Como vemos, de la concepción del hombre que tengamos nace el ideario y el proyecto educativo de una escuela; en él se define y asegura ese derecho inalienable de los padres a elegir para sus hijos una educación acorde a sus convicciones. Esto es parte de esa riqueza que presenta, en el marco de la unidad del sistema educativo, la libertad de enseñar y de aprender, que es un derecho constitucional que el Estado debe tutelar y hacer posible en su ejercicio a todos los ciudadanos.

(*) Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz