Los testimonios de quienes sobreviven por el cirujeo
Vivir de lo que nadie quiere
Los 30 minibasurales ubicados principalmente en el cordón oeste y en el norte y sur de la ciudad son el testimonio latente de una actividad que se alimenta, paradojalmente, de basura.

Santa Fe (El Litoral - Red de Diarios en Periodismo Social).- La bolsa de desechos que muchos ciudadanos arrojan contienen material de valor para cientos de santafesinos que viven del cirujeo. Latas de tomate vacías, botellas de gaseosas, cartones, papeles, sillas rotas, cables y hasta la comida que otros desprecian son recuperadas en un circuito informal que comienza con la recolección por las calles, continúa con la separación en los domicilios o terrenos baldíos aledaños y finaliza con la venta de los elementos recuperados al acopiador. La cadena sigue pero para quienes forman parte del primer eslabón del engranaje no es un negocio rentable sino una forma de supervivencia.

"Saco 200 ó 300 pesos por mes, no es mucho pero para pucherear me alcanza. Prefiero salir a cirujear y que digan `éste es un negro', pero por lo menos trabajo y no ando robando", dice Pedro Colman.>

Este hombre de 25 años sale de San Pantaleón a las 19 y regresa a las 23, luego de recorrer bares, kioscos, galpones y cooperativas. En total, unos 20 "clientes" le guardan la basura y evitan que el joven recorra las calles sin rumbo definido.>

Para Pedro no hay día de descanso. Trabaja de "lunes a lunes" para juntar unos pesos más y poder sostener a su mujer y a sus dos hijas. "El plástico lo vendo un vez por mes y saco 50 pesos, el cartón lo entrego una vez por semana y son unos 70 pesos y al vidrio lo apilo y vendo cuando llego a juntar tres mil o cuatro mil kilos porque vale cinco centavos", comenta Colman.>

Todo sirve

La recaudación es variable y depende de la basura que genere el resto de la ciudad, de las épocas del año y del tipo de material que rescaten. "Hay días que se junta más cartón y otros que no sale nada, según como está la situación en Santa Fe. La mayor cantidad de botellas de vidrio se levantan el 25 de diciembre y el primero de año. Esos días lleno una chata, y si no tardo 7 u 8 meses en hacer esa cantidad", ejemplifica Pedro.

A metros del galpón de los Colman, Blanca Videla intentaba cortar un hierro en la puerta de su casa; a su alrededor, bolsas y basura desdibujaban el piso de tierra por donde caminaban algunos de sus cinco hijos, de entre 2 y 13 años.>

"Hace cinco años que estamos en esto: no tenemos cómo hacer para trabajar y no podemos salir a robar para darle de comer a nuestros hijos. Mi marido es grande y camina 30 cuadras empujando el carro, porque nuestro caballo se murió hace dos meses".>

Juntan "cartón, chatarra y botellas de plástico, pero no podemos conseguir suficiente material para salir a vender y nuestros hijos a veces comen bien y otras no", cuenta Blanca, quien comenta que por vivir en un ambiente donde hay basura una de sus hijas "casi se muere, porque tomó dos pastillas para dormir que encontró en la basura".>

Más allá del material que sirve para vender, quienes tienen animales también rescatan la basura orgánica. "Las papas, pan y verduras, lo más limpio y en mejor estado, se les da a los caballos; con lo demás alimentamos a los chanchos", comenta Anabel, la mujer de Pedro.>

En el microcentro

Son casi las 21 y en la esquina de San Martín e Irigoyen Freyre dobla un carro a toda marcha, repleto de cartones. Lo conduce un joven de unos 20 años que mientras junta lo que tiene enfrente -cajas y papeles- mira para todos lados para localizar la próxima carga y sobre todo, evitar que otro cartonero se lo lleve antes. En la mayoría de los carros que se ven circular viajan niños, que son quienes recorren las cuadras a pie, buscando lo que después juntarán sus padres o hermanos mayores.

Algunos metros más hacia el sur, en San Martín y Eva Perón, Emiliano espera frente a la puerta de un local, perteneciente a una cadena de comidas rápidas, que su padre regrese con lo que consiguió recolectar. Tiene 16 años, es de barrio Santa Rosa, se le nota que está creciendo. Recuerda que su papá tuvo otro trabajo del que lo echaron, por eso empezó a cirujear y a vender lo que encuentra.>

Dice que le gusta jugar a la pelota con sus amigos y hermanos -tiene cinco-; que va a la escuela pero que a veces "le da una mano a su papá para juntar". Mientras espera, mira cómo otros chicos de su edad degluten hamburguesas en el local y cuenta que buscó un trabajo para ayudar en casa, pero que no lo toman porque es muy chico. "No me gusta hacer esto y tampoco que mi papá lo haga; me gustaría que tenga otro trabajo donde le paguen mejor" dice Emiliano y mira unos juguetes que encontró en una de las bolsas.>

Tiene vergüenza y mira hacia el piso todo el tiempo, ocultando unos enormes ojos verdes.>

Parada, como custodiando un tesoro, estaba Felisa, alrededor de las 20, en la esquina de San Martín y Tucumán. Es de barrio Barranquitas y todas las tardes camina por el centro con su marido, también buscando cartones. >

Después que acumulan lo que más pueden, deben esperar a que sean las 20 para poder entrar con el carro al centro a juntar; les pagan 0,10 ó 0,12 centavos el kilo. No todos cumplen el horario impuesto por la Municipalidad, porque si entran más tarde pierden la carga. >

Felisa no sabe exactamente cuánto gana por mes, pero "con esto hacemos la moneda". Según dijo, en un día de mucha suerte, obtienen 30 pesos y si no sacan 150 ó 200 pesos por mes. A su casa vuelve alrededor de las 21, allí la esperan sus seis hijos. "No traigo a los chicos conmigo porque me da miedo por los autos", dice Felisa, que en ese momento sí estaba acompañada por el más chiquito, Néstor Fabián, de cuatro años. "Se vino con nosotros, no lo pude hacer quedar en casa", explica la madre. >

Su casa también se inundó, así que de lo poco que sacan por comercializar el cartón tienen que vivir y recuperar lo que perdieron. "Mis hijas van a la escuela. Me gusta que estudien, así aprenden a trabajar y consiguen otra cosa", explica Felisa, sobre lo que espera para sus críos. >

Néstor Fabián deja los cartones que tiene en la mano, se acerca al grabador y pide que le saquen una foto. El pequeño cuenta que tiene zapatillas nuevas: "Me hace así la pata grande", dice de su calzado que debe ser tres números más del que debería usar. Se sabe: la necesidad es hereje y duele. >

Un duro contraste

El barrio Playa Norte queda en la espalda del barrio Guadalupe, lugar que es estigma en Santa Fe del ascenso social, todo nuevo rico lo elige para vivir por todo lo que significa y donde se nota que las casas se levantan mirando a la de al lado, para superarla, obviamente.

Casi al mismo momento en que termina una ostentosa construcción, empieza otra levantada con sólo chapa y cartón, eso es Playa Norte. Ni bien este medio entró al barrio consultó a un señor sobre alguna familia en particular que viviera del cirujeo. Hizo que pensó unos segundos y contestó: "Acá todos..., te tendría que decir todo el barrio". >

Allí reside Verónica, de 25 años, con sus tres hijos y su marido, que es ayudante de albañil. Es callada, pulcra y habla muy bajo. Comentó que era de la localidad de Alejandra y por unos problemas de salud de uno de sus hijos, se mudó a Santa Fe. Empezó a cirujear por su cuñada y es la primera actividad -y la única- que hizo desde que vino de su pueblo. Le dedica algunas horas del día, cuando sus hijos están en la escuela o se los puede dejar a una vecina para que los cuide. >

"Vengo, clasifico acá y cuando tengo mucho lo vendo. También junto basura y busco acá -señala el `patio' de su casa- bronce, cobre, aluminio y botellas. No, no me pongo guantes", cuenta. >

Verónica hace poco que se instaló en esa parte del barrio. Antes estaba unos metros más al oeste, pero se inundó y tuvo que subir. Su casa está rodeada de basura, el barrio está tapizado de basura, bolsas, moscas y perros -es lo que se puede ver a simple vista.>

"Si tuviera la posibilidad haría otra cosa y me iría a otro lugar, pero a mí no me falta nada acá; además, ése es mi trabajo, junto el cartón y tengo que venderlo. A veces yo limpio acá alrededor, saco un poco la basura, pero lo que pasa es que hay otra gente que también cirujea y tira por todos lados", cuenta la joven. >

Verónica trata de valorizar su trabajo. Reclama respeto a pesar de que sea juntar basura. Sabe que hay otras actividades y que lo que ella hace no es bien visto, "pero es mi trabajo", explica. >

Salir del cirujeo

Mientras los cirujas y recolectores informales hacen el trabajo en forma individual, en el norte de la ciudad un grupo de 108 personas separa los residuos orgánicos de los inorgánicos, pero lo hace en forma cooperativa y organizada.

Trabajan en la Planta de Selección y Clasificación de Residuos, que funciona desde hace 10 años en un terreno contiguo al relleno sanitario, que ha sido cedida en comodato por el Municipio para que pueda ser explotada por la Asociación Civil Dignidad y Vida Sana.

Cambiar Los Caniles, donde hurgaban en busca de alimento y elementos con valor de reventa, por la Planta significó un cambio de vida. "De un día para otro, en casa no teníamos para comer y terminé en el volcadero. Cuando los vecinos o algunos familiares me preguntaban dónde trabajaba, no les decía que iba a cirujear. Ahora cuando lo hacen, les digo que trabajo en Dignidad y Vida Sana", comenta su presidente, Gustavo Romero.

Para ahorrar trabajo a los clasificadores y optimizar el beneficio, a la planta sólo llegan los camiones provenientes de las zonas que tienen basura de "mejor calidad".

"Los camiones primero van al relleno, allí los pesan y se fijan que venga de una zona que nosotros podamos reciclar", comenta Susana Grandoli, secretaria de la asociación.

Luego de pasar por un embudo gigante, la basura se transporta por una cinta de elevación y llega a la de picoteo, donde un grupo de personas aparta el material reciclable del desechable. En tres turnos de 7 horas, los 108 hombres, mujeres y adolescentes (sólo se permiten mayores de 16 años) clasifican por día "13 toneladas" de elementos que otros descartan; entre ellos, vidrio, nylon, telgopor, latas, tetra, cobre, aluminio, metal, cartón, papel, PET y plástico.

El cobre cotiza alto, entre 13 y 15 pesos el kilo, pero no es el material que marca la diferencia en los números finales, ya que es "es muy difícil encontrarlo. Acá llegan los cables pelados", comenta Romero.

"El material que vendemos más y el que nos está dando prácticamente de comer es el PET (cuyo valor va desde los 70 centavos a 1,15 pesos, según su tipo)", cuenta Susana, quien remarca que el producto llega en más cantidad a la planta en verano, como consecuencia del aumento en el consumo de gaseosas.

Pero, a nivel global, la mayor producción de basura recuperable se obtiene "luego de los fines de semana largos y de las fiestas", afirma Romero.

A pesar de que el trabajo es arduo, las familias logran llevarse a casa 130 pesos por mes, a veces, y 250, en las mejores épocas. "Con esto no vivís, sobrevivís, que son dos cosas distintas", aclara el joven, quien dice que él tiene la suerte de que su mujer también trabaje en la planta.

Grandoli comenta que el dinero que recaudan es "variable". "Si no se rompe ninguna máquina y la producción está bien, se gana un poquito más. Hay muchos que salen de acá y tienen sus rebusques, sus changas", comenta la mujer, quien agrega orgullosa que tienen un comedor financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que permite comer al socio y llevarle una vez por día la vianda a su familia.

Trabajar envueltos por el olor de la basura no es un problema para quienes están en la planta, pero ni Susana ni Gustavo ocultan su deseo de conseguir alguna otra ocupación en el futuro. "A todos nos gustaría trabajar en algo mejor", sintetiza la mujer, quien dice caminar con "la frente en alto" porque tiene un trabajo que le permite dar de comer a sus hijos.

"Me gustaría depender de alguien; sacrificarme y trabajar 7 horas con la basura y tener un sueldo digno, porque acá, si no hay producción, no comés. Cuando se rompe dos o tres días la máquina y está todo parado, estamos con la cara larga porque sabés que no vas a sacar el dinero que esperabas", comentó Grandoli.

¿Cuánto se paga?

A los recuperadores les pagan por kilo de material, los siguientes valores:

-Cartón: 20 centavos

-Papel: 18 centavos

-Latas: 9 centavos

-Vidrio: 10 centavos

-Pet: el blanco, $ 1,15; el verde 70 centavos y un peso el soplado.

-Vidrio: 10 centavos

-Aluminio: de 4,80 a 5 pesos

-Cobre: de 13 a 15 pesos

* Fuente: Asociación Dignidad y Vida Sana