Toco y me voy
Exactamente esos minutos...
Cuando llamamos a un taxi o remís para que nos busque, se formaliza más que un contrato: hay una pulseada, lisa y llanamente, en la que cada minuto cuenta. Este toco y me voy ya para allá.

En muchas cosas (y no me resigno a que esté del todo mal) uno tiene todavía una visión principista y hasta inocente. Por ejemplo, desde la escuela uno cree que el Legislativo hace leyes, que el poder judicial imparte justicia, los policías son buenos y están para ayudarte y otros cándidos etcéteras.

La realidad te muestra una cara menos edulcorada, más prosaica, porque en ella no está la pureza de los manuales (y tampoco me resigno a que esté del todo mal), porque los zapatos impecables se ensucian, la ropa se arruga y el peinado no aparece tan prolijo como en la tranquilidad de una habitación...>

Quiero decir, en fin, que cuando uno llama un taxi cree firmemente que llegará a tiempo y que nos llevará al sitio que queremos sin inconvenientes. Y supongo que del otro lado, del lado del taxista, aspira a encontrar un cliente normal, bien dispuesto, listo, de charla amena que pagará al final sin chistar el precio que el reloj marca.>

Pero esa es la formulación ideal, de manual. Porque en la práctica, lo que realmente sucede es que empieza y no termina (y a veces no termina del todo bien) una pulseada por los minutos de más y de menos: los que demora el auto en llegar, los que nos faltan a nosotros para estar listos, los que necesitamos para estar a tiempo en el lugar al que nos dirigimos. Son demasiados relojes andando al mismo tiempo como para que todos se pongan de acuerdo y se condensen y resuman en ese único reloj del taxista que va cambiando los números de lo que debemos...>

Las urgencias y los conflictos se magnifican por ejemplo en los horarios pico o en los días de lluvia. Porque uno especula con los minutos de demora normal del taxista. Hay chicas (disculpen ustedes) que hacen unos cálculos que ni la Nasa efectúa para el ingreso de una nave en la atmósfera. Por eso anticipan el llamado a la central mucho antes de estar listas. Saben que en general en horas pico el taxi tiene una demora de diez minutos.>

Esos diez minutos a la mañana temprano se cotizan como oro. Porque en ese lapso la señorita (disculpen ustedes) se terminó de vestir, encendió la planchita, se peinó, se maquilló, acomodó papeles y cosas y, precioso encuentro astral, cuando hizo todo eso aparece el taxi como una gloriosa carroza imperial (y hay que tener cierta imaginación para ver en algunos de nuestros destartalados taxis a una carroza) y la traslada hacia su destino. Todo fluye con armonía en el universo.>

Pero sucede también muchas veces que el taxi en cuestión estaba acá a la vuelta, y te aparece no en diez minutos sino en uno, y toca su bocina entre apremiante y canchera, como diciendo "¿querías taxi? acá está el taxi"... Y la señorita, disculpen ustedes, está todavía sin pollera ni botas, tiene una toalla en el pelo, el cepillo de dientes en la boca y masculla un mñyavá mientras, lógicamente, se desespera. No hay acople armonioso entre la nave y la base, sino más bien choque de satélites.>

Y sucede también que puede ocurrir que la señorita, no disculpen más nada, esté en efecto ya lista y esperando y el taxista estaba en otra galaxia, y pasan diez, doce, quince minutos: son los minutos más largos del universo. Entonces uno vuelve a llamar a la central y comienza otro contrato, esta vez más áspero y duro, casi con abogados en cada parte.>

Por supuesto, del lado de los taxistas, lo mismo: ya saben que fulanita (disculpen ustedes) los cuelga tres, cuatro, cinco minutos tan largos como los de la espera del otro lado y que, ya advertidos, cuando el llamado es para esa dirección, ni se calientan en llegar rápido. Ya funciona otro contrato, el del conocimiento de usos y costumbres del usuario del servicio.>

Está todo bien, mis chiquitas. Yo lo que quiero es que todo ande como en los libros y los manuales, en ese mundo ideal en que uno llama a un taxi para ser llevado en tiempo y forma a un lado; y a su vez el taxista encuentre alguien preparado, de buen talante, que no lo va a aburrir ni a robar. Les quiero decir que vengan de una vez: yo ya estoy listo.>

Néstor Fenoglio