La campaña y el operativo para blanquear algunos problemas

Todo cambia. Néstor Kirchner ha comenzado a abrir hendijas para que Cristina Fernández respire en algunos temas, de cara al próximo turno presidencial que, aseguran en la Casa Rosada, no puede escapársele. En el caso de las papeleras y en la negociación con el Club de París, vía Fondo Monetario, se ha iniciado el "operativo blanqueo" para que la candidata intente salir de alguna de las trampas en las que su propio marido se empecinó en meterse.

En otros casos, como en el reconocimiento del desborde de los precios y su secuela de manipulación de los índices de precios o del quinquenio perdido en materia energética, probablemente el gobierno no tenga margen para hacer nada en este mes que falta para las elecciones.

Si el matrimonio se sucede, sería el único caso conocido de un gobierno que se deja a sí mismo una herencia envenenada, que nadie podría criticar de modo estentóreo, pero sí rectificar, si la ideología o los prejuicios no le ganan una vez más al pragmatismo.

Justamente, el "todo cambia" tuvo su correlato en lo que afirmó más de una vez la senadora el miércoles pasado en Nueva York, frente a la mesa tendida por el Consejo de la Américas, una entidad de lobbies que cobra suculentos honorarios por organizarle a políticos y presidentes ese tipo de tenidas gastronómicas con la flor y nata de la Gran Manzana: "Nada es para siempre". Si bien para catequizar a sus interlocutores en relación con los beneficios del "modelo que se ha planteado en los últimos cuatro años y medio" Cristina utilizó repetidamente esa referencia respecto de los ciclos económicos y de las políticas del pasado de otros gobiernos, las menciones de la candidata, hechas frente a ese pelotón de linces de los negocios, quedan para la interpretación política.

Está muy claro que sus palabras le caben perfectamente a la situación de reacomodamiento de piezas que ha emprendido el gobierno, quizás como justificación de un cambio, a partir de la necesidad que imponen las cuestiones electorales. Palabras más, palabras menos la sustancia de lo que le dijo a los comensales, aunque con mucho de voluntarismo, pasó por este eje: "desechamos la ortodoxia de hacer lo que quieren ustedes para sentirse convencidos. Ésta es la heterodoxia que tenemos y como ya está probado que funciona, ahora esperamos que vengan a invertir".

En este aspecto, ni la sinuosidad que presentó el discurso, estructurado de modo bastante escolar y destinado a describir la matriz productiva diversificada de la Argentina, en relación con el modelo de "acumulación con inclusión social", ni tampoco eludir determinados temas candentes y tolerar (o pedir) que los organizadores filtraran las preguntas más comprometidas sobre inflación, deuda o energía la dejaron bien parada ante el público. Aunque la duda mayor del auditorio pasó por saber si los prejuicios ideológicos de los Kirchner les dejarán campo de acción a ese cambio que hoy electoralmente se declama.

La línea de rectificar algún rumbo de manera plena no ha sido el caso de las señales que se han dado respecto de los Estados Unidos, donde la verborragia del presidente y alguna referencia de la candidata, más allá de la charla con Bill Clinton, marcaron bien las preferencias del matrimonio presidencial por los demócratas, antes que por la administración republicana, justo hoy la que, para cobrar sus acreencias por cierto, estaría dispuesta a sacarle las papas del fuego a la Argentina, frente al Club de París.

Primero fue Cristina, en ese almuerzo del Waldorf, quien le pidió disculpas a Tom Shannon, el hombre del Departamento de Estado que más cerca está de la Argentina, ya que había afirmado sin sonrojarse que era un cliché que los republicanos eran mejor administradores que los demócratas, porque Clinton había dejado el superávit que luego destruyó George Bush.

En realidad, lo que quería señalar también la candidata es que en la Argentina los progresistas tienen fama de malos administradores y los liberales de buenos y que este gobierno, a la inversa de los 90, tiene superávit. Un silogismo a varias bandas, pero con algunos garrafales errores de construcción.

Sin ser tan lineales, bien podría decirse que ni los demócratas son tan progresistas como la senadora cree, y sólo vale recordar que el consenso de Washington se construyó bajo la administración Clinton, ni los progresistas que hoy gobiernan la Argentina son menos conservadores que sus pares estadounidenses. También podría haberse matizado la postura, de haber tenido en cuenta que los republicanos no han sido nunca tan proteccionistas como los demócratas y que el mal del populismo es lastre de estas tierras y no precisamente de aquellas otras latitudes tan criticadas. Con la misma concepción del habitual "ellos o nosotros" que usa tanto de entrecasa, también el presidente cruzó dardos con la Administración Bush, a la que le falta aún un año de mandato. Lo hizo tras su contundente y elogiada exposición en las Naciones Unidas, sobre todo en lo que hace al caso Irán, en relación con la AMIA. Pero como Irán es aliado de Venezuela y éste a su vez lo es de la Argentina, a Kirchner le pareció bien separar las cosas y no tuvo mejor idea que recordarle a Shannon que su país es quien "financia" la revolución bolivariana, con sus compras de petróleo. Para ponerle más ruido a la cosa no se privó de decir que los Estados Unidos no "acompañaron" a la Argentina durante la crisis. Salvo en esta sinuosa relación, nada menos que con el aún país más poderoso del mundo, comenzaron a aparecer señales que apuntan a desbrozarle el camino a Cristina, quien ha hecho trascender como promesa de campaña que ahora se viene un período de mayor inserción internacional. Ya sea por estilo, por la presión de la senadora o porque cambiaron los vientos de las encuestas, o por todo a la vez, lo cierto es que el presidente Kirchner parece haber comprendido que ya no hay más tiempo para sostener otros clichés y que es hora de un viraje en ciertos temas.

El blanqueo del caso Botnia ha sido muy duro para él, por la reacción de los asambleístas contra su decisión, pero más porque sostuvo durante mucho tiempo que ese problema era "una causa nacional", postura ratificada en un acto ecológico en Gualeguaychú, armado junto a todos los gobernadores, destinado a criticar la basura de los demás, sin pasar el lampazo en el patio propio.

En este tema, no sólo lo apuran los tiempos de la facilitación del rey Juan Carlos, sino que tiene que devolverle a Uruguay la gentileza de no pisar el acelerador hasta que pasen las elecciones. El presidente dijo una verdad muy cruda ("Botnia ya no puede relocalizarse") y se comió más de una chicana de los opositores: "¿Recién ahora se da cuenta?", le disparó Roberto Lavagna.

En tanto, la candidata oficialista hacía campaña en Nueva York y daba estas explicaciones edulcoradas, en la Argentina hubo evidencias de que el Indec manipuló groseramente la inflación mendocina y le hizo el campo orégano a la oposición que, en masa, encontró la gran veta para la crítica unánime.

Hugo E. Grimaldi (DyN)