Lo que no ha sido
Por Carlos Catania

Lo que perdura con más tenacidad en la memoria son nuestras frustraciones. Y como todos somos frustrados en algún aspecto, esta manifestación de impotencia parecería inherente a la condición humana. Pero en tal generalización, se advierte una progresión gradual que, en el afectado, se extiende desde el sereno reconocimiento de su ineptitud, hasta la neurosis de empecinamiento, consistente en creerse y hacer creer lo que no se es. Esto último, propio de sujetos que alimentan sin saberlo su propia humillación, tiene la particularidad de fecundar el salpullido de la envidia, que deriva en artilugios de fingimientos y cuyo objetivo hipnótico es la "venganza". Atribuir el fracaso a otro individuo o a la sociedad (en vez de reconocer la propia incapacidad para tal o cual emprendimiento) altera la vida de seres cercanos que están de acuerdo consigo mismo. El frustrado de esta especie es, aceptando la redundancia, además de enfermo, idiota.

El capítulo V se ocupa de indagar el tipo sicológico al que pertenece el sujeto en cuestión. No es tarea fácil. En el análisis del carácter, los sicólogos hallan una gama de tendencias, a menudo contradictorias, destinadas a perfilar su retrato interior. ¿Es un fantaseador que, por carecer de juicio, está imposibilitado de comprender que la opinión pública los subestime constantemente, debido a que su comportamiento es de naturaleza inferior? ¿Es víctima de la imagen idealizada?, etcétera.

Dispongo de muy poca información y conocimiento acerca de los quehaceres cotidianos de los hombres cuya vida se desgasta en asegurarse una revancha contra la serie de agravios que, en su imaginación, ha provocado su frustración. ¿Cómo será el transcurrir de quienes han amordazado su conciencia con el finísimo tapiz de una perspectiva unidimensional? No creemos que sea placentero. Vientos racheados suelen adherir la tela al rostro impidiendo la respiración. Es entonces cuando la envidia invade el territorio de la indiferencia y el descalabro síquico, producido por el no ser o no poder, provoca trastornos dramáticos.

En Cali, Colombia, el señor que nos recibió cuando llegamos para representar "Danza macabra" era director de una institución de las llamadas "culturales" (como si cultura fuera exclusivo sinónimo de arte). En la cena posterior al estreno, un actor local se descolgó aduciendo que todos apoyaban con entusiasmo la gestión de aquel señor, pues el cargo le impedía dirigir obras teatrales. El tono de broma no atemperó su malévola indiscreción, tanto más injusta cuanto que dicho actor recurría a nuestro anfitrión cada vez que necesitaba dinero para montar sus obras. Y aunque no es difícil advertir que las frustraciones son particularmente lancinantes en el terreno del arte y en las instituciones donde se tiene la posibilidad de "hacer carrera", el hombre criticado por el actor conocía sus limitaciones. De todas maneras, arte y burocracia son términos incompatibles, antagónicos, y si contraen nupcias en nombre de una "política cultural", no es extraño que cuenten, como ocurre con la política a secas, con jadeantes oportunistas, ávidos de un puesto que mitigue sus íntimos fracasos.

En cualquier caso, se trata, como se acostumbra decir, de "ganarse la vida", eufemismo económico redundante, ya que la vida "se gana" al nacer. Curiosa ironía, por otra parte, puesto que desde ese instante se comienza a perderla. Pero la vida se mece atosigada de aforismos por el estilo que, no por ser poéticos o lenitivos, dejan de ser falsos. Tal el caso de "descanse en paz", donde se omite caritativamente que para descansar es necesario estar vivo. No obstante, sería imprudencia mofarse de dichas máximas, a las que se recurre cuando ya no hay nada que decir.

No descarto que las iras mencionadas produzcan venganzas mentales, de aquellas maquinadas en el entresueño. Con todo, en los registros policiales figuran asesinatos de personas que el homicida ha considerado culpables de su íntima tragedia. Como resulta imposible matar hechos circunstanciales o derivados de la "mala suerte", el odio suele concentrarse en personas "exitosas", a los que en ocasiones ni siquiera se conoce personalmente. El frustrado es un ladrillo apelmazado entre otros ladrillos. No intenta moverse ni cambiar de pared. Incluso llega a sentir cierta seguridad en no hacerlo. Ser parte del muro es una buena excusa. También el aturdimiento lo sustrae de pensar siempre lo mismo.

En los poderes del Estado, donde los asalariados poseen un título y la posibilidad de "hacer carrera" ascendiendo de categoría y autoridad, es común detectar las estrategias de trepadores sin talento y sin real vocación, que se consideran congelados en la sala de espera. Paulatinamente, la mendacidad e hipocresía van conformando una mentalidad putrefacta. Impulsados a traicionar a los más capaces entre sus "colegas", aceptan y hasta exigen llorando el socorro de alguien con poder. Resulta lastimoso tal el caso de aquel incompetente funcionario fulano de tal, mencionado anteriormente, que logró ser (íal menos!) inspirador y protagonista de un chiste, emitido al instante de haber sido descubiertas sus maniobras: "Hoy me siento más solo que ese fulano de tal en el día del amigo".

También es una cuestión de obstinación compulsiva. El joven Karl Marx, a los 17 años, en sus primeros escritos, señala el choque que existe entre determinaciones ideales y determinaciones materiales. "Una mala elección profesional -sostiene- corre el riesgo de hacer desdichado a un hombre durante toda su vida. Por añadidura, en el momento de realizar esa elección, todo joven está sometido a coerciones personales, las primeras de las cuales son de orden social". (Attali).

Y entonces, inevitablemente, surgen las huracanadas palabras de Cioran: "Sólo nos importa lo que no hemos realizado, lo que no podíamos realizar, de manera que de una vida no retenemos más que lo que ella no ha sido".

(Fragmentos del ensayo "Las hojas")