Apostar por más

Julio César Bibolotti se dedicó durante cinco años a extraer peces del río, desinfectarlos y desparasitarlos para luego comercializarlos. Al poco tiempo de comenzar con la actividad aprendió a criarlos y comenzó a venderlos en acuarios de Santa Fe, Sunchales, Rafaela, Porteña, Rosario, Córdoba y Mendoza.

"Mis caballitos de batalla son el quitasueño (coridora astatus y aneus), que es el limpia fondo de las peceras, el que come toda la mugre de las piedritas y de los adornos, y las viejitas del agua (ottocinclus), que son las que limpian el alga verde que se forma en el vidrio", explicó Bibolotti.

También extrajo sarpae, federales y pez vidrio, entre otros, y crió decenas de peces entre los que mencionó el beta, caracio, levistes, dragón de fuego y carpa de color.

La idea de incursionar en este mercado surgió por casualidad. Bibolotti vendía carnada y alquilaba lanchas en la localidad costera de Cayastá para sostener a sus cinco hijos y a su mujer. "Un día pasó un argentino radicado en Francia y nos comentó que estaba buscando peces para su acuario. Nos capacitó y empezamos a trabajar con él. Así que comenzamos de entrada con la exportación", comentó el lugareño.

Cada vez que sacaba carnada para vender, "veíamos todos esos bichitos pero los devolvíamos al agua porque no sabíamos para qué servían". Y la oportunidad de incursionar en lo que él considera "un buen negocio" llegó de la mano de un comprador ocasional.

Ahora es un experto en el reconocimiento de peces y en su reproducción, pero pagó su piso. "Los más difícil fue manejar el tema de la comida y las drogas para desinfección. Hay algunas muy buenas y otras que matan los peces. Con las primeras tandas que sacamos, cuando nos levantábamos a la otra mañana, estaban muertos porque no sabíamos manejar las drogas. No es fácil. Me asesoré con Pablo Ribas y leí libros que él me proveyó", comentó.

Al hombre le llevó un tiempo "entender los nombres científicos, conocer los peces, distinguir el macho de la hembra y aprender cuándo están en postura de huevo".

Horas de dedicación y esfuerzo le permitieron convertirse en un experto y armar un criadero con 27 piletas y 84 peceras, que en marzo del año pasado sufrieron los efectos de un incendio. Parte se quemó y el resto fue desmontado para evitar derrumbes. Ahora está a la espera de un subsidio de la Subsecretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Provincia para poder reconstruir su criadero, al que piensa también utilizarlo como instrumento educativo para las escuelas que visiten la zona.

Cueste lo que cueste, asegura que no bajará los brazos y reconstruirá lo que perdió porque es un negocio redituable.