En los últimos cinco años
Doce investigadores santafesinos fueron repatriados
Las becas de reinserción del Conicet, la ausencia de cupos para ingresar a la carrera de investigador y la asignación de mayor presupuesto para el área crearon las condiciones para atraerlos.

María Sol Pogliani

Estuvieron en institutos y universidades extranjeras de renombre pero volvieron para hacer ciencia en el país. En los últimos cinco años, 12 investigadores regresaron a nuestra ciudad luego de perfeccionarse en Francia, Estados Unidos, España, Suecia, Dinamarca, Alemania e Italia. Otros 21 desembarcaron en Rosario y uno en Rafaela.

Estos 34 investigadores integran la camada de 346 científicos que volvieron al país a través del programa de reinserción del Conicet a partir de 2002. Esta política de repatriación implicó al Estado Nacional una inversión superior a los 5 millones de pesos: 974 mil fueron destinados para el traslado de los investigadores, de sus familias y del equipamiento del hogar o del trabajo y 4.200.000 para financiar 280 becas durante 24 meses, período que dura la evaluación para el ingreso a la planta permanente del Conicet.

La llegada de los científicos fue posible porque "el presupuesto para entrar a la carrera de investigador se ha incrementado y no tenemos cupos como había antes. La persona que se iba y quería volver después de un tiempo, le era imposible, por lo menos, a través del Conicet. Ahora todo el que se presenta y está en condiciones se lo incorpora", explicó Ricardo Farías, vicepresidente de Asuntos Científicos del Conicet.

Pero el programa no es sólo para los argentinos que desean retornar sino para los residentes de nuestro país. "En estos cuatro años, aparte de los 346 que vinieron del exterior, ingresaron a la carrera 1.500 nuevos investigadores", sostuvo Farías.

Decisión política

Los que se encuentran en el exterior y desean regresar, pueden postularse si cumplen con los requisitos exigidos para ingresar a la carrera de investigador, pero deben acreditar una estadía mínima.

"El programa exige que tenga un mínimo de residencia en el exterior. O sea, la persona que se fue no puede regresar a los cuatro meses. Tiene que estar afuera por lo menos unos tres años porque salen del país para realizar un posdoctorado y perfeccionarse. Esta gente que ya tiene una formación, después de trabajar en otros laboratorios, adquiere una mayor preparación", argumentó Farías.

La posibilidad de repatriar científicos se conjugó con la política estatal conducente a dar prioridad al área. "Fue una decisión política de agrandar el sistema científico argentino, que la realidad indica que es muy pequeño. En el Conicet hay 5.170 investigadores y cualquier instituto de mediana envergadura en Estados Unidos tiene esa cantidad", argumentó Farías.

El déficit

Se estima que aún quedan 7.000 científicos y tecnólogos trabajando en el exterior, una cifra poco significativa si se la evalúa en relación con la cantidad de investigadores de otras latitudes que se encuentran en países desarrollados, pero preocupante si se consideran los recursos humanos que pierde el país.

"Si se lo ve en términos mundiales, la migración argentina es totalmente marginal. Pero no lo es para nosotros que tenemos una comunidad científica pequeña, con poco más de 20 mil investigadores incorporados al sistema", sostuvo Mario Albornoz, investigador del Conicet y director del Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica (Caicyt).

Estos guarismos llevan a Farías a indicar que la Argentina necesita triplicar o cuadruplicar, por lo menos, el número de científicos, algo que dependerá no sólo del sector público sino también del privado. "Mientras no tengamos un desarrollo tecnológico importante en la industria, vamos a seguir con la parte de la ciencia un poco académica. En los países avanzados, los científicos se emplean en las industrias y es por eso que tienen un gran desarrollo".

¿Fenómeno en retirada?

La migración de científicos se está revirtiendo progresivamente a partir de las oportunidades de reinserción que ofrece el Conicet, el otorgamiento de 1.500 becas anuales desde 2004 para iniciarse en la investigación y el programa Raíces, de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación, que colabora a través de diferentes estrategias con la repatriación de los que quieren regresar.

Con estas políticas gana el país porque "el beneficio es tener científicos en la Argentina, que necesita inteligencia para desarrollarse", sostuvo Farías, quien destacó que "nos caracterizamos por tener muy buenas universidades pero después no aprovechamos lo que creamos".

Más allá de los esfuerzos que se realicen para atraer a los científicos, hay que contemplar que "dadas las características de la distribución internacional del trabajo, de los salarios y de las condiciones laborales en los distintos países, hay una migración que vino para quedarse y que se va a mantener, no sólo en la Argentina, sino en todo el mundo", sostuvo Albornoz.

"Aplicar mi investigación en EE.UU. fue algo casi natural"

Fabio Guarnieri es bioingeniero, doctor en ingeniería, investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Entre Ríos. En 1999, obtuvo una beca para realizar su posdoctorado en Estados Unidos, país en donde se encuentran los más destacados expertos en el área que él investiga: la aplicación de modelos computacionales para medir el comportamiento de la córnea durante una cirugía láser.

Se instaló en California junto a su familia y tuvo como destino de trabajo la Universidad de Stanford, ubicada en el Silicon Valley, sede de las industrias de Internet y comunicaciones.

Luego de tres años de perfeccionarse y aportar su experiencia en Estados Unidos recibió propuestas pero optó por volver al país. "Tuve ofertas para quedarme pero elegí regresar a la Argentina por cuestiones personales, familiares, y sobre todo, porque aquí vi un empuje pro tecnología".

En California, trabajó codo a codo con Peter Pinsky, un destacado científico estadounidense, y tuvo la oportunidad de probar el software que había diseñado para medir y comprender el comportamiento de la córnea durante la cirugía láser.

"Trabajé desde la Universidad y hacia empresas tecnológicas que necesitaban mi modelo para investigar y poder entender muchos de los dispositivos o equipos que se utilizaban para las cirugías oftalmológicas", comentó Guarnieri, quien también probó su software en el Centro Visión Mendoza (Argentina), (Visx-Santa Clara, California) y en FerraraRings (Belo Horizonte, Brasil).

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Las diferencias

El científico destacó que en Estados Unidos "la investigación es algo que no se discute". "Todos los docentes universitarios son investigadores y la gran mayoría está relacionada con la industria".

En ese contexto, "aplicar la investigación que hice fue algo casi natural porque continuamente iban las empresas y buscaban expertos en el tema que necesitaban y se hacía un contrato o convenio. Era algo muy normal y cotidiano", rescató el profesional.

Guarnieri no sintió la brecha en cuanto a su formación profesional pero sí en la posibilidad de acceso a materiales bibliográficos. "Algo muy práctico y muy importante para el investigador es el acceso a la bibliografía. Cuando uno investiga quiere hacer algo original y para eso debe saber muy bien lo que ya se ha investigado antes para no reinventar la pólvora. Allá, en esa época, podías ir a bibliotecas y tener journals del año treinta. Había mucha información y revistas, y tenían continuidad", sostuvo Guarnieri.

"Me di cuenta de que había demorado meses en leer y entender algunas cosas y allí lo hacía en una semana porque iba al libro o a la revista adecuada y no perdía el tiempo esperando un artículo", comparó el investigador, quien recordó la "buena noticia" que recibió a su regreso en el 2003 cuando se enteró que la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación había comprado "bases de datos muy grandes" a las que se puede acceder vía Internet.

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Lo que trajo

En Estado Unidos, Guarnieri hizo un giro en su investigación al descubrir la tecnología para hacer microchips "no sólo electrónicos sino también los que incorporan la parte mecánica, biológica y química". "Me fijé qué tipo de problemas había en oftalmología y traté de buscarle una solución a través de ella".

Así surgió el desarrollo de una microválvula inteligente que permitirá medir la presión ocular y cambiar su apertura de acuerdo a la cantidad de drenaje que requiera el ojo, pero en forma inalámbrica y sin necesidad de nuevas cirugías como se precisa hoy. El desarrollo ganó el premio Innovar 2007, en la categoría "investigación aplicada".