La oposición siguió perdiendo después de las elecciones
La hora de la concentración
Lejos de ser una rara avis, el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, es una expresión paradigmática del kirchnerismo, que ahora va por todo.

Sergio Serrichio (CMI)

Todavía no es seguro desde dónde ejercerá su influencia, pero está claro que, lejos de correr el riesgo de ser eclipsada, la figura del polémico secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, más que una anomalía de los gobiernos kirchneristas (el actual y el que viene), es su expresión más paradigmática.

El jueves, con los anuncios sobre el futuro gabinete de Cristina Fernández de Kirchner todavía frescos y mientras aún se evaluaba la designación del joven Martín Lousteau al frente del Palacio de Hacienda, los ministros de Economía, Miguel Peirano, y de Planificación Federal, Julio de Vido, anunciaron un brutal aumento de las retenciones (impuestos) a las exportaciones de petróleo crudo, nafta y derivados, con el objeto de mejorar la recaudación fiscal y de planchar el precio doméstico de los combustibles.

El factotum de la medida -desde la idea hasta su formateo, pasando por los cálculos y la redacción del texto- fue ni más ni menos que del secretario de Comercio Interior. Para el caso, De Vido y Peirano actuaron casi como sus voceros.

DE CUÑA A TAPÓN

En resumidas cuentas, lo que Moreno, con la anuencia de Kirchner, decidió fue desconectar por completo el precio interno de los combustibles y de la energía de las oscilaciones del petróleo (y de la energía) en los mercados internacionales. Hasta ahora, las retenciones eran una cuña, una suerte de amortiguador entre unos y otros valores. Con la nueva medida, pasaron a ser un tapón.

Muchos la celebraron. Muchos se beneficiarán de ella. Es dudoso, sin embargo, que a largo plazo la Argentina gane con este tipo de políticas. El combustible y la energía relativamente baratas pueden ser pan para hoy y hambre para mañana, aunque el gobierno de Cristina descanse en la relativa tranquilidad que los costos más importantes no se sentirán sino de aquí a algunos años.

A diferencia de las retenciones a los productos agrícolas, que en gran medida se exportan, las retenciones al crudo y derivados, que se consumen fundamentalmente en el mercado interno, significan no tanto una redistribución de ingresos entre los productores privados y el Estado (por eso en este caso el efecto fiscal no es el objetivo más importante, sino el secundario) como entre los productores y los consumidores de energía.

Algunos justifican el carácter de exacción de la medida (el Estado se quedará con el ciento por ciento del valor de las exportaciones por encima del precio de 42 dólares el barril de petróleo o del precio equivalente de sus derivados) por el hecho de que, al fin y al cabo, las empresas petroleras son privadas y se trata de un recurso natural no renovable. Nacional, por supuesto.

Pero el problema central es la descapitalización de un sector de la economía que provee bienes y servicios cuya escasez podría estrangular el fenomenal crecimiento de los últimos años.

La Argentina ya estuvo ahí. La historia petrolera oficial del país, a punto de cumplir cien años, se inició en diciembre de 1907, con los primeros pozos del oro negro y el embrión de lo que con el tiempo sería Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF).

Durante casi medio siglo YPF fue una empresa rentable, condición que perdió en 1953. ¿Que había pasado en los años previos? Primero simplemente para alentar el consumo y luego también como política "antiinflacionaria", el primer peronismo decidió que los precios de los combustibles no acompañaran la inflación, sino que fueran muy inferiores a ella. El precio de la nafta base, cuyo índice daba para 1943 un valor de 100, había caído hacia 1952 a 71. Esto es, el precio "real" de la nafta había caído 29 por ciento.

YPF estaba castigada además porque parte de sus ingresos también se usaba para financiar otras fuentes de energía. En ese contexto, afirma Nicolás Gadano en su libro "Historia del petróleo en la Argentina", en 1953 "YPF cerró un balance en rojo por primera vez en su historia". No sería, se supo después, la última.

La moraleja es que sea la empresa productora estatal o privada, la política de subsidio indiscriminado al consumo (respecto al precio internacional) significa descapitalizar un sector y postergar su desarrollo. Aunque parezca ridículo echar lágrimas por las poderosas, rudas y duras empresas petroleras, lo que hagan en los próximos años tendrá mucho que ver con la suerte de la Argentina.

Esto es así porque el país está perdiendo velozmente sus reservas y su capacidad de autoabastecimiento energético. En julio y agosto pasado, la "balanza comercial" del sector fue negativa por primera vez en muchos años. Aunque influenciada por cuestiones estacionales, esa constatación pone en evidencia que, en el margen, la Argentina importa prácticamente todo tipo de energía: gasoil y fueloil de Venezuela, electricidad de Brasil y Uruguay, gas natural de Bolivia. La nafta es el único combustible importante fuera de la lista, por el hecho de que la estructura productiva y de precios del país desalentaron su consumo (relativo al gasoil y al GNC) y dejaron un importante saldo exportable.

Hay que esperar

El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, afirmó hoy que "hay que esperar" para saber si los secretarios de Estado Guillermo Moreno (Comercio Interior) y Ricardo Jaime (Transporte) continúan en el gobierno durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Remarcó que "siempre es la presidenta la que decide y la que tiene la última palabra", pero puso de relieve que Moreno "es una persona que ha trabajado en muchas cosas bien, ha sido cuestionada por algunos sectores aparentemente por sus modos, más que por otra cosa, y esto tiene que ver con los intereses que no representa" para saber si continúa en el cargo.

Tomo todo

Planchar el precio de la energía y subsidiar su derroche no sólo es una mala política ambiental, sino que el gobierno la lleva a cabo mediante una herramienta (las retenciones) que, a diferencia de las regalías petroleras o del impuesto a las ganancias, va íntegramente a las arcas K. Un efecto comparable al de la política de "acuerdos" de precios con la que Moreno, como secretario de Comercio Interior, favoreció la concentración en varios sectores de la actividad productiva.

¿Qué tiene que ver esta exposición de cuestiones económicas con la política? Que lejos del discurso antimonopólico, descentralizador y democratizador, la tendencia a la concentración está en el ADN del kirchnerismo y de sus principales ejecutores, como Moreno.

Ese instinto básico del oficialismo coexiste con una tendencia a la dispersión del arco opositor. En las elecciones del 28 de octubre, ambos fenómenos hicieron que, con el porcentaje de votos más bajo para un presidente electo desde el retorno de la democracia, Cristina se jactara, correctamente, de haber obtenido el triunfo más amplio en relación con sus adversarios.

La dispersión opositora siguió tras los comicios. Elisa Carrió tiene dificultades para mantener unida su Coalición Cívica. Lavagna y el radicalismo, más que un matrimonio reciente parecen un par de ex divorciados hace mucho. Macri está arrinconado en Capital Federal. Rodríguez Saá fue un saludo postrero al peronismo arcaico. La izquierda sigue siendo pequeña. Sobisch no pasó de Neuquén. López Murphy dilapidó su capital político.

Los Kirchner, en cambio, la tienen clara. Con valores como Moreno, aunque debatan internamente cuánto mostrarlo, ahora van por todo.