Por Nidia Di Giorgio Medici
Josefina, Josephine, como le agrada que la nombren, al asomarse por los cristales del ventanal observa el mar, el océano. Mar tranquilo, casi siempre. Un pequeño velero con un ala blanca se acerca lentamente. Semeja una arrojada carta que viaja a destino.
Lo mira largamente, ve cómo se desdobla, asciende y se pliega, se desdobla y repliega, acercándose al caserío, a los altos edificios.
Más próximo cambia el aspecto, más corpóreo, ahora es una gaviota.
El mar trae esperanzas. Las alas dejan caer mensajes, pequeñas algas, una medusita, una estrella.
Esta vez pasó no más. Inclinó la cabeza, se pudo ver el ojo izquierdo, oscuro, color tormenta.
Ella quiso enviarle una señal: -estoy aquí, no quiero los pies, los brazos, deseo surcar el cielo, el mar, el más allá.
La gaviota percibió, agitó con más fuerza las alas y en el ojo oscuro mostró un guiño.
Hacia dónde va, a la otra orilla seguramente.
Entre pájaros
Yo volaba sobre las torres entre las blancas palomas.
No encontraba el destino no podía escuchar tu voz.
Transcurrieron años. Por fin el reencuentro.
Amanecimos juntos. Juntos alcanzamos el molino, el verde bajo el sol. Los girasoles al vernos tornaron las caritas amarillas.
Volamos sobre el río. Volando te entrego el ramito aquél.
Tu voz me dice: -Es un sueño, esto es un sueño.
Y seguimos por el camino azul sobre barcos entre pájaros.
Gato con estrellas
Las colinas oscuras semejan pájaros, se levantan y se esconden detrás del horizonte.
Una nube persigue la luna como una novia desesperada, como un relámpago que se desvanece.
Las figuras humanas se deslizan desprendidas del drama de la vida.
Cuando traspasan el límite, un sol ardiente intenta descubrir el día, pero la oscuridad se hizo espesa y confundió los destinos.
Entonces un gato negro, gigante, avanza con predominio. Los ojos verdes, encendidos, alumbran la ruta que comienza a delinearse.
El gato avanza, le fosforecen los colmillos y con las uñas aparta las últimas estrellas.