Celebración del libro II
Un incunable argentino
Tirso de González, General de la Compañía de Jesús. Firmada por Juan Yaparí. Fotos: Gentileza de la autora

Incunables: libros impresos con tipos móviles desde la aparición de la imprenta (1453) hasta los primeros años del siglo XVI.

Mucho se ha escrito sobre la labor desempeñada por la Compañía de Jesús en América, acción que comprendió todos los aspectos de la vida económica, social, educativa, religiosa y cuyas huellas, aún vigentes en nuestro territorio y vecinos, nos siguen asombrando.

Para la tarea evangelizadora, la imprenta era un auxiliar imprescindible, por lo que se constituyó en uno de sus más preciados objetivos. Vehículo de conocimiento y difusión de las ideas, herramienta vital para la difusión de la fe, faena a la que se dedicaron con gran vehemencia.

De esta inigualable experiencia y entre tantos y tan valiosos testimonios queda la importante obra editorial que surgió de aquel medio hostil, en plena maraña selvática, de donde emerge la primera imprenta íntegramente americana que funcionó en las Doctrinas a fines del siglo XVII y principios del XVIII.

Al jesuita austríaco Juan Bautista Neuman (1659-1705) se debió la concreción de dicha imprenta, hecha con maderas autóctonas y tipos de estaño y plomo. La misma selva les proveyó las tintas de impresión, dependiendo de España la única y nada fácil tarea de enviar el papel.

De Juan Nieremberg

Se trata de "La Diferencia entre lo Temporal y lo Eterno. Crisol de desengaños con la memoria de la eternidad, postrimerías humanas y principales misterios divinos", del padre Juan Eusebio Nieremberg.

De padres alemanes, Juan Eusebio Nieremberg y Otin (1595-1658) inició la tarea con la inestimable ayuda de otro clérigo también jesuita, el español José Serrano. A este sacerdote le cupo la responsabilidad de traducir el texto al guaraní, dado el gran interés de los religiosos por todo lo concerniente a la guía espiritual de los pueblos originarios. Su traducción a la lengua vernácula posibilitaba la transmisión a la población, compuesta en esa época por más de 100.000 habitantes ávidos de enseñanzas, de su contenido espiritual sin "intermediación".

La primera edición española (Madrid 1640) fue traducida a varias lenguas. En 1684 se autorizó su publicación en Amberes (Gerónymo Verdussen, Impreflor y Mercader de libros, en el León Dorado, 1684), la que nos interesa particularmente no solamente por haber sido la utilizada por Serrano para su traducción, sino porque está ilustrada con grabados del belga Gaspar Bouttás, Gasp. Bouttas fecit (ejemplar de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires), que sirvieron de modelo para la reproducción y recreación por parte de nuestros indígenas.

El mencionado volumen está compuesto por cinco libros que suman en total seiscientos cincuenta y cinco páginas dispuestas en dos columnas, organizados por capítulos en los que se desarrollan temas referentes a "los bienes eternos y temporales"; "el juicio de Dios"; "la mudanza de las cosas temporales, su pequeñez y su vileza, sus peligros y daño"; "la grandeza de las cosas eternas"; "la búsqueda del cielo"; "la infinita gravedad del pecado mortal"; "las dichas que aguardan a quienes renuncian a los bienes temporales y el amor que le debemos a Dios" , todo un compendio que intenta reflexionar sobre la fe, la vida espiritual y las verdades que difundieron Jesús y sus apóstoles.

Las ilustraciones

Apostaron al libro conscientes del poder inmenso de la palabra escrita. Ésta fue complementada con imágenes, en este caso imprescindibles para la comprensión de aquellos nativos en su mayoría analfabetos "pero con gran avidez para la lectura y capacidad de aprendizaje".

Llamativas láminas de tamaño similar a las hojas impresas son intercaladas en el cuerpo del volumen de acuerdo a la temática desarrollada en cada uno de sus apartados. Éstas fueron copiadas de los originales de Bouttas. Por la calidad no siempre uniforme de las ilustraciones se evidencia la intervención de varias manos que dotan de singular plasticidad a algunas y en otras trasmiten modestamente la fuerza de las que le sirvieron de guía. Emplearon la técnica del aguafuerte demostrando destreza en el uso del buril, correcta dosificación de los valores y equilibrio en la composición.

En las escenas que reproducen aspectos de la vida temporal y eterna sorprende la capacidad que tuvieron los nativos para reproducir elementos desconocidos por ellos y de una cultura que no les era propia o simplemente modificando rasgos por otros que les eran familiares. Así reprodujeron fortalezas, navíos, carruajes, edificios, ropajes, maquinarias, estilos arquitectónicos que nunca vieron. Otras veces se apartaron del modelo incorporando elementos de su entorno afines a su cultura o reemplazando elementos extraños por aquellos que les eran familiares.

Esta tarea ilustrativa fue realizada en forma anónima. Una sola lámina, la dedicada en las primeras páginas al General de la Compañía P. Tirso Gonzáles lleva la firma de Juan Yaparí.- "Yoan Yapari Sculpus- Doctrinis Paraquariae". En la misma aparece el rostro del sacerdote enmarcado en un óvalo sostenido por una arquitectura clásica. Completan la composición signos pertenecientes al orden divino y terrenal, que realzan, como en la mayoría de las imágenes el escudo de la Compañía de Jesús.

Otras ilustraciones grafican los castigos del infierno, los bienes terrenales y espirituales, el juicio final, la protección de Dios y el poder divino entre otros temas.

Algunas Letras Capitulares y pocas viñetas de dispar resolución plástica sirven de apertura y cierre a los cinco libros mencionados que componen el total de la obra.

Indudablemente los grabados de Gaspar Bouttas iban dirigidos a "un público culto que no necesitaba de su auxilio para desentrañar las enseñanzas del texto" que hacen hincapié en la grandeza de Dios y los beneficios de la vida eterna en contraposición a las miserias de la vida terrena y la obtención de los bienes temporales.

En cambio la edición misionera tenía clara la diferencia intelectual del público destinatario por lo que apeló a distintos recursos para guiar la comprensión de las imágenes, como numerar las secuencias de su lectura o separando las escenas en diferentes campos como si fueran capítulos de un mismo discurso.

La custodia de nuestros ejemplares

Dos volúmenes se encuentran en nuestro país. Uno solo de ellos dispuesto (y digitalizado) para la consulta pública pertenece al Complejo Museográfico Enrique Udaondo, archivo Estanislao Cevallos de Luján que lo recibió como parte del legado del estudioso Enrique Peña. El segundo perteneciente a la colección del Sr. Horacio Porcel. Ambos están coronados de una interesante historia.

De investigadores que se interesaron en el tema y por datos pertenecientes al personal del Museo Enrique Udaondo de Luján, sabemos que el ejemplar consultado fue donado por Elisa Peña. Este ejemplar fue reencuadernado en Europa con un criterio no acorde con su estilo por lo que perdió en parte su valor original.

"El ejemplar perteneciente al Sr. Horacio Porcel conserva su encuadernación primitiva, seguramente hecha en las Misiones (tapas de cartón forradas con piel de cordero y cuadernillos cocidos con tientos). Antes de llegar a manos del coleccionista mencionado, viajó por España, Inglaterra y Escocia, hasta que, de regreso de Londres, fue comprado por un bibliófilo argentino de la Librería L'Amateur (c.1930), donde lo adquirió el Sr. Porcel".

De aprobaciones y censuras

Nos interesa hacer notar el extremo cuidado ejercido por las autoridades religiosas sobre el carácter y contenido de los libros que se hacían públicos. Eran varias las autoridades que se pronunciaban sobre la conveniencia o no de la impresión y divulgación de los mismos. No escapa este libro a ese rigor según testimonio obrante en las primeras páginas donde constan ya sea el permiso, parecer y/o autorización de los prelados consultados.

La edición de Amberes (1684) fue autorizada por el calificador de la Suprema y General Inquisición, del prior del convento San Felipe de Madrid y del canónigo de la Iglesia Catedral de Amberes.

"...no he podido hallar cosa que censurar..." dice el D. Joseph Bernardino Cerbin, comisario del Santo Oficio de la Inquisición y gobernador del Obispado el 18 de setiembre de 1700; al D. Pedro Orduña de la Cía. de Jesús le "...ha causado admiración al ver la propiedad, claridad y elegancia con que V.R. pone a la vista materias tan difíciles de explicar en la lengua..." y Simón de León, Provincial de la Compañía expresa "...doy licencia para que se imprima..." , todo ello referido a la edición misionera.

En el libro que nos ocupa (1705) su traductor el padre Serrano dedica un párrafo al general de la Compañía P. Tirso González donde resume de este modo su admiración: "...pues así la imprenta, como las muchas láminas para su realce, han sido obra del dedo de Dios, tanto más admirable, cuanto los instrumentos son unos pobres indios, nuevos en la fe y sin la dirección de los maestros de la Europa...".

Si bien este texto de Nieremberg fue precedido por el "Martirologio Romano" y "Flos Sanctorum" (c.1700) del P. Pedro Rivadeneira de los que no se conocen ejemplares es dable considerar al presente texto como el primero nacido de los tórculos misioneros, que juntamente con los innumerables testimonios aun vigentes en las estancias jesuíticas renuevan y acrecientan nuestra admiración por la encomiable labor de la Compañía de Jesús, su prédica fecunda, su elocuencia y desprendimiento que despertó la sumisión creativa, el esfuerzo y la adhesión de nuestros primeros habitantes.

Nanzi Vallejo