Oportunidad de paz entre judíos y palestinos

La paz en Medio Oriente dispone de una nueva oportunidad. Después de siete años de enfrentamientos militares, las máximas autoridades políticas de Israel y Palestina se reunieron para arribar a un acuerdo. El garante de las tratativas es Estados Unidos de Norteamérica, pero la novedad radicó en la presencia en la reunión de importantes naciones árabes interesadas en que este problema se resuelva de una buena vez.

Tanto Ehud Olmert como Mahamoud Abbas han expresado su voluntad pacifista. En sus intervenciones, los mandatarios plantearon que era necesario asumir con realismo los problemas que impedían la paz. En la misma línea, se manifestaron los observadores árabes de Siria y Arabia Saudita. Optimista, Abbas llegó a decir que, a partir de ahora, en Medio Oriente podría hablarse de un antes y un después de Annapolis, lugar donde se celebró la conferencia internacional.

Los participantes acordaron que en el término de un año lograrán saldar las diferencias y anunciar un acuerdo definitivo. La propuesta es audaz, y en homenaje a la verdad, los interrogantes que se abren hacia el futuro son más fuertes que las certezas. Esta duda inquietante atraviesa a todos los actores del drama, sobre todo si se tiene en cuenta que ésta no es la primera vez que palestinos y judíos se reúnen para acordar una paz que luego sus representados no acatan o sabotean con renovada violencia.

Como para confirmar las alarmas, la dirigencia de Hamas se expresó contra el acuerdo y llamó a continuar la resistencia contra el sionismo y los traidores palestinos. Por el lado israelí, el panorama tampoco es tranquilizador. Los dirigentes ortodoxos advirtieron contra un acuerdo que traicione la causa histórica del pueblo judío. Dicho con otras palabras: los extremismos israelí y palestino resistirán por todos los medios el acuerdo de paz.

En consecuencia, Annapolis es más un desafío que un logro. Es valioso que se reanuden las conversaciones en busca de la paz, pero los protagonistas de este proceso tienen en claro que lo más difícil está por hacerse. Sentarse a conversar es un gesto, superar diferencias políticas que se han profundizado en los últimos cincuenta años exige de decisiones que van más allá de los gestos de buena voluntad.

Concretamente, en un año, palestinos y árabes deberán dar respuesta a los siguientes conflictos: la cuestión de la ciudad de Jerusalén, sede milenaria de las tres grandes religiones monoteístas; la devolución de los territorios de Cisjordania ocupados por colonos judíos que no están dispuestos a cederlos; el reclamo de Siria sobre los Altos de Golán; y la situación de los refugiados y su retorno a Israel, un tema que el gobierno de Tel Aviv ha rechazado de manera terminante.

Por el lado palestino, la principal dificultad de Abbas es el ejercicio de su autoridad. Hamas ocupa desde hace casi un año la Franja de Gaza y no hay indicios de que vaya a abandonar ese territorio. Tampoco hay señales de que vaya a deponer su vieja consigna de arrojar a los judíos al mar. Como podrá apreciarse, por ahora la paz es sólo una esperanza, y Annapolis apenas el primer paso hacia su difícil concreción.