Cartas a la dirección

Sahdamundi

Señores directores: Lo que sigue no pretende ser una crítica, sino la transcripción de sensaciones frente a la muestra de Domingo Sahda.

Líneas y líneas en círculos y círculos. ¿Círculos colonistas o unionistas? De alguna manera la vida en esta ciudad nos marca, íay, qué compromiso!

Mucha energía en la entrada. Entusiasmo. El lenguaje cuando es propio da alegría y eso se percibe fuertemente.

La verdad de esas mujeres en la playa, hombres caminando, jugando al fútbol, y círculos, en cavidades, y líneas, y espacios blancos, para respirar. Entramados y silencios. Y juegos e inteligencia.

La alfombra roja me hace trastabillar y caigo frente a los paisajes, que no juegan el juego, que no comparten la misma música. Que podrían ser olvidados, como el torso de aquella esquina noroeste. La fiesta de las mujeres con sus redondeles, y atrás los hombres oscuros, amordazados, silentes, el bosque de cabezas en el fondo de la sala, en el fondo de la vida. Las cabezas que repiten las formas del plano. Redondeles aterciopelados que quieren amortiguar el espanto. El ángulo rojo -¿infierno?- con sus cabezas a la espera de su interlocutor.

Transito esta ciudad.com.ar sin veredas ni peatonales. Con asombro me detengo en la vidriera del líquido de color atrapante -azul intenso- con su propuesta de esplendor que recorre el mundo entero. ¿Qué veo? Frutas maduras en sus pedestales negro quirófano. Se ha diluido el mágico azul. Ellas parecen felices con sus "boquitas" pintadas y sus collares de barro. Se tornan vaporosas, casi diría amorosas.

Dorados de presencia barroca. Dorado pintado, tela dorada, en buscado contrapunto con colores. Dorado es el triángulo inscripto en cuadro redondo, cantando y ocultando desnudeces e impudicias. Dorado de amor y de lujuria en el cuerpo rayado, en la superficie esgrafiada, en las inscripciones constantes, que luchan por salir de límites, que quieren contar.

Mi entusiasmo se derrumba en la sala Bachini. Creo ver antiguos ecos, reconocibles y cercanos. Vuelvo a sostener mi mirada en los círculos concéntricos y de los otros. Anclo en esa forma inmensa y oscura que me recuerda un caracol, y de la cual he quedado suspendida, y que invita a recorrerla. Siento que existe una línea de flotación adherida a la pared de este Museo, en la cual íincreíble! ha brotado una planta de sus muros que acompaña la instalación, y que, claro, daría para tantos otros comentarios.

Hay títulos, hay obras, pero no se encuentran.

íSí!, a las mujeres en bicicleta, la pesadez, la fealdad atrapante, el monstruismo redondo, redondón. Mujeres que escapan en ruedas de la gravidez de la vida. Mi ingravidez a su lado me respira. Y siento que hay ternura en sus carnes. Y las abrazo. Y quisiera una para mí.

¿Habrá sido la intención mostrar el uso, la vida que puede acarrear una obra, cuando se ve alguna parte deteriorada, algún ángulo que perdió la pintura? En fin, sí, prolijidades que se extrañan.

Camino este recorte de ciudad. Me detengo y juego. Líneas que giran sobre sí mismas. Todo sucede dentro del círculo. Aguas convertidas en magma blanco.

Me alejo y me deleito en su partido de fútbol.

Me llevo preguntas. La materia se enrosca y luego se alisa en el plano, en el espacio. Voluntad de indagar, sospechar, contrariar y luego la quietud, aunque no la paz. La realidad se hace ficción y la ficción realidad.

Susana Ocampo.

Artista plástica. Ciudad.