El malestar

Uno de los primeros biógrafos de Descartes, asegura que al padre de éste le indignaba la insaciable curiosidad de su hijo respecto de las causas y los efectos de todo ("¿Qué necesidad había de traer al mundo un hijo lo bastante ridículo como para interesarse por semejantes majaderías?"). El malestar de aquel señor se equipara al malestar que produce en el sujeto que atesora una visión del mundo desflecada, tardía, acomodada a su sinrazón, lo que le impide entender más allá de la zanahoria al extremo del palo. "Si niegan, rechazan o aceptan, no saben lo que niegan, rechazan o aceptan; y por tanto, deben ser considerados como autómatas absolutamente carentes de ideas" (Spinoza).

Menciono esto sólo como constatación despojada de criterio moral, bien que los rechazos malhumorados que suceden al malestar, son tan grotescos y candorosos que inspiran cierta compasión. ¿No se cae a menudo en las trampas que la ignorancia se tiende así misma? El malestar metafísico es otra cosa. Quizás valga la pena examinarlo más adelante. Se ha dicho que comprender es, ante todo, unificar. Camus sostenía que entre la certidumbre que tengo de mi existencia y el contenido que trato de dar a esta seguridad, hay un foso que nunca se llenará. Dejémoslo aquí.

Me interesan, por ahora, los seres ensordecidos, en lo cotidiano, por los estruendos, las musiquitas y las letras del vacío, a quienes la mínima idea profunda les produce urticaria; seres a los que se "ofende" si se proclama que el mundo debe cambiar. La sola enunciación de tan sencillo axioma, desata en ellos una sarta de lugares comunes, de clichés archimasticados y una enfermiza tendencia a defender lo peor. Revancha del malestar, que no sirve para nada; sólo lo aumenta.

Apoltronados en el colchón de la costumbre inveterada, suelen imaginar que sus razones no admiten dialéctica. Desde luego, defenderé su derecho a emitir tonterías. Lo trágico acontece cuando el secreto malestar (porque a veces no se manifiesta) destila esa neurosis que incide en el ámbito social, propagando los fantasmas nominales que terminan poblando esta civilización acartonada, donde por regla general predomina el "espíritu" de análisis, mediante el cual se permite afirmar, sólo para dar dos ejemplos remanidos que todos los hombres son iguales o que uno es libre. Humanismo de escaparate; estilo esencial de un sistema alborozado, epicúreo, prendido al consumo y a lo virtual.

En el primer caso se olvida que el hombre, por encima de las esencias consagradas, está inmerso en una determinada situación, de manera que el slogan es tan falso como el segundo, puesto que el hombre será libre cuando todos los hombres lo sean. Eso de arrogarse atributos universales imaginarios, quizás sean apósitos destinados a atemperar los dolores del malestar que, sospecho, se alimenta también de frustraciones. Una vida inerte que nada ha podido elegir, es natural que obligue a otros a hacerlo. No hay peor rector que aquel que ha desperdiciado su existencia.

Se advierte que un crecido número de insatisfacciones buscan ser neutralizadas en brazos de nuestra elegante e hipnótica sociedad de consumo (desde luego, los pobres, los marginados, desconocen los "beneficios" que depara tal sociedad). El los súper, en los híper, en los mega... y en los que vendrán, usted hallará todos los objetos que procurarán, como suele decirse, dispensarle una "mayor calidad de vida". En realidad, ignoro lo que esto significa. Pensaba que la calidad de vida se lograba en la medida que fuéramos capaces de barrer nuestra mugre interior, con las escobas de la conciencia y la lucidez. Pero esto también causa molestias a las personas que tragan el anzuelo como píldora vivificante.

Lo curioso es que el malestar persiste pese a los cantos de sirenas, música de fondo de los objetos a nuestra disposición... si es que podemos pagarlos. Asimismo, resulta curioso procurarse una "felicidad" recurriendo a exterioridades. Los atisbos de conciencia que suelen suscitarse al enfrentar la opulencia con la miseria, mueren al amanecer. Hay quienes opinan que el malestar es hijo de la inseguridad, cuando la verdad es que hemos sido patrocinadores de la misma. Eso de que "yo nunca hice mal a nadie", constituye la mentira con que los idiotas procuran cubrirse la espalda. Cuando un delincuente mata a un semejante, nadie es inocente. Y si esto resulta difícil de tragar, examinemos lo que no hicimos, nuestras huidas y silencios.

No es difícil advertir que el asunto es demasiado grave como para agotarlo en una simple nota. De todas maneras, las contradicciones están a la orden del día.

Tecleo mi vieja máquina de escribir en estos últimos días del año, cercado por el estruendo de los petardos y la agitación que reina en las calles. Hay algo de infantil (dicho sin ironía) en el hecho de aprovisionarse convulsivamente para festejar el Año Nuevo. Me pregunto a qué "coordenadas" del Tiempo llamamos Nuevo. ¿A un número en el calendario? ¿Al momento propicio para una transformación mágica de nuestra conciencia? ¿A la alegría de una familia compartiendo una mesa? ¿A la floración de fugaces sentimientos humanitarios?... No hallo una respuesta profunda para otorgar un sentido a esta comunitaria exaltación de los sentidos. Lo cierto es que, por agradable que resulte la fiesta, festejamos la llegada de un desconocido. No digo ni que esté bien, ni que esté mal. Digo que es así.

En cuanto a lo que apuntaba anteriormente "...todas las formas de libertad concretas, morales o políticas, están en vías de reabsorción en la única libertad que subsiste, la del mercado, la de los valores del mercado y de su asunción por la mundialidad; también todas las violencias han sido reducidas y amordazadas en favor de la exclusiva violencia terrorista y policial del nuevo orden mundial" (Baudrillard).

Carlos Catania