Toco y me voy
Instrucciones para meterse en el agua
Todo el mundo se enfrenta a una pileta, un río, una bañera, un océano... A muchos les parece un trámite natural y sencillo introducir el cuerpo en el líquido elemento, el original por otra parte. Hay gente así, mecachi, que anda por la vida despreocupadamente sin saber por qué hace las cosas. Para esos, va esta modesta tipificación. Dale, metéte, que está linda... textos de Néstor Fenoglio

Y digo más: se podría sin inconvenientes saber cómo es una persona sólo por la forma en que se introduce (o no: hay cobardes súbitos o enemigos confesos constantes, que sólo se acercan al agua para ratificar su aversión) en el agua, desde los osados hasta los ultra prevenidos, desde los jactanciosos a los inconstantes. Los detectores de talentos, las empresas de contratación de personal, los psicólogos, las autoridades de lo que fuera, bien podrían tener un test (encima gratis) en las playas o piletas públicas, porque desde luego no es lo mismo emplear o dejar conducir o darle la mano y los alrededores de la hija a un desaprensivo que viene y se zambulle en el medio de la pileta con una gran bomba salpicadora (y que se pudra todo) que aquel que introduce un termómetro, analiza la influencia del viento o la concentración humana de ese momento para decidir si entra o no al agua...

Sacando los arrojadizos (gente que merece su propio espacio) y sus diferentes técnicas; nos dedicamos acá específicamente a parcelar la realidad corporal al momento de meterse al agua. Ya sabemos que al entrar en una pileta o en el río o en el mar caminando, hay momentos y zonas críticas.

Así que aquí sólo repasamos algunas:

* El dedito explorador. Se trata de un clásico presente en cómics e historietas. El señor estira hasta límites increíbles el habitualmente torpe y feo dedo gordo hasta tocar con sutileza de bailarina clásica el, apenas apenas, borde del agua; una caricia, un toque. Como si se tratara de la mano mecánica de una nave espacial que sale a explorar el desconocido universo para recoger muestras que serán luego analizadas antes de cualquier decisión más jugada, así el dedito del señor toca como una grácil libélula el pelo del agua y allí el entrenado señor analiza al instante la temperatura y genera una serie de proyecciones que ni la más completa computadora puede procesar tan rápido. Por ejemplo. Cómo funcionará el cuerpo en esa temperatura, cómo será la internación en el agua, el progreso de humectación de las distintas zonas del cuerpo y se proyecta más lejos aún: cómo será salir, qué y cuánto frío tendremos, dónde carajo está la toalla o la bata (gente así suele tener batas, medias, gorros, sombrillas, salvavidas, etc.). Por supuesto, cobardes racionales, no tienen problemas en dar marcha atrás, sentarse un rato viendo cómo esos dos mil tarados se meten en el agua, para finalmente irse del sitio con el único roce del agua en su admonitorio dedo gordo del pie...

* Los tobilleros. Los tipos son levemente más osados que los anteriores, pero por las dudas llegan hasta ahí. El agua a los tobillos. Como si se tratara de flamencos, pueden estar horas "en el agua", sin progresar un centímetro. El agua puede fluctuar en una zona que va desde las canillas (ningún chiste fácil entre canilla y agua: lo siento, incluso en verano esta es una columna seria y no cae en chabacanerías) hasta las rodillas, pero no trepará más allá. Los señores o señoras estarán allí viendo a los demás, a los hijos o los sobrinos por ejemplo, charlarán incluso, observarán todo, opinarán sobre la temperatura del agua y sobre otras cosas y saldrán convencidos de que se bañaron. Digo que son más osados porque a pesar de la escasa superficie corporal sumergida, están (al menos en nuestros ríos) en zona de palometas.

* Los genitales. Hay gente que se anima nomás y se banca el súbito mordiscón frío (una sutileza, lo sé) del agua justo allí. Gente que tiene un mínimo gesto de encogimiento, también facial. Uno puede tener infartos en ese momento, porque de verdad hay que tener templanza para animarse. Por otra parte, de allí no se vuelve. Es un acto de sumo coraje, un antes y un después. A gente así, yo la respeto. Esta es la segunda zona de palometas, pero no explicaré más.

* Los pecheros. Es gente que, cruzada la barrera crítica de la cintura o del ombligo, obviamente sigue unos pasos más, se sumerge sin problemas hasta el pecho. Es ya una sensación de completo placer, por cuanto ahora lo único que queda sin mojar es la cabeza. Uno suele estar a gusto con el cuerpo debajo del agua. Además ahí uno puede pisharse o emitir gasificación alguna sin pudor y sin escrúpulos (bueno; algunos lo hacen también con escrúpulos y después uno debe andar esquivando escrúpulos ajenos).

* Los totalitarios. Gente ya iniciada y perspicaz que sabe que debajo del agua no hay que respirar. Se zambullen, se mojan sin problemas el pelo, no les calienta el peinado y disfrutan en serio eso de meterse al agua.

Y mientras cada uno cavila en qué categoría de bañista milita, o se pone a observar la conducta de los otros, nos vamos nomás, como quien se mete en el mar al atardecer...