Ahora estrella mundial en ciernes
Marion Cotillard, actriz completa
Para el recuerdo. La interpretación de Edith Piaf en "La vie en rose" es profundamente conmovedora. La actriz ganó el Oscar por esta labor.

Un César y un Oscar de interpretación en la misma semana por su actuación en "La vie en rose" ("La m™me") han catapultado al estrellato internacional a Marion Cotillard, actriz francesa que lleva mucho camino recorrido y ha sabido compaginar películas de una dificultad extrema con grandes éxitos comerciales.

Para los jóvenes franceses, en particular de los suburbios, Marion Cotillard es un ícono, "la chica" de las tres primeras entregas de "Taxi", serie producida por Luc Besson que han visto millones de adolescentes en Francia y sigue circulando en los videoclubes.

Así pues, la nueva estrella no es una niña: tiene 32 años (Simone Signoret tenía 39 cuando recibió el mismo Oscar en 1960 por "Un lugar en la cumbre"). Tampoco es una primeriza. Lleva 15 años en la brecha, subiendo peldaños con paso seguro y discreto a lo largo de unos 40 títulos y personajes de todo tipo entre cine y televisión. Por eso, quienes la conocen no se sorprenden ahora.

La actriz española Laura del Sol, que en 1999 coincidió con ella en el rodaje de "Furia", se deshace en elogios. "Una persona excelente, con un comportamiento superdulce, generosa como actriz", comenta la inolvidable "Carmen" de Carlos Saura a la AFP. "Estoy convencida de que con la edad estará cada vez más fabulosa", agrega.

Luc Besson es más rotundo. "Marion es como un Fórmula 1. Cuanto más difíciles de vivir y explotar son los papeles, mejor está ella", asegura el cineasta productor.

Familia de escena

Cotillard tiene puntos en común curiosos con su colega español Javier Bardem, con quien se ha cruzado desde hace un año en los Globos de Oro de Los Ángeles, los Bafta británicos y otras muchas entregas de premios a sus respectivos trabajos antes de coincidir también en los Oscar.

Así pues, como Javier Bardem, Cotillard pertenece a una familia de la escena. El padre de Marion, Jean-Claude Cotillard, director teatral; la madre, Nissema Theillaud, actriz. Ambos le inculcaron, antes de pasar por el conservatorio, el amor por el trabajo metódico y sobre todo exigente.

"Me ayudaron a buscar dentro de mí todas las emociones y cómo actuar con ellas", asegura la actriz, cuyo primo Laurent Cotillard la dirigió en teatro en 1997.

Y los dos, Marion y Javier, perdón por esta última pincelada de prensa del corazón antes de cambiar de tema, es sabido que comparten sus vidas sentimentales con amores de la misma profesión, Bardem con Penélope Cruz y Cotillard con Guillaume Canet, a quien conoció en "Jeux d'enfants" (2003). Una relación que lleva con tanta discreción como su militancia en Greenpeace.

Capaz de bailar y cantar con una atractiva voz velada, Marion Cotillard tiene sin embargo algo de estrella del blanco y negro, del cine mudo, que se expresa más con la mirada que con palabras. Cuando subió a recoger su Oscar, dejó patente su sensibilidad a flor de piel, timidez y nervios a la vez, una mezcla que no le impidió expresarse con poesía.

Lucile Hadzihalilovic, que la dirigió en "Innocence" (2004), destaca a la AFP su carisma, ese lado "conmovedor" de Cotillard, y prefiere desgranar adjetivos: "Emotiva, fría, sexy: Marion puede ser todo eso a la vez con un deje de tristeza, de profunda falla interior", dice la joven directora francesa.

Fragilidad aparente

La dulce fragilidad de Cotillard es aparente, disimula una fuerza mental indispensable para cargar con un personaje tan complejo como la cantante Edith Piaf, un emblema de la Francia eterna, para hacerlo mental y físicamente durante los largos meses, más de un año, que dura la aventura.

Dirigida por el joven Olivier Dahan, Cotillard lleva "La m™me" a hombros, omnipresente. La película es ella, como ella es la "chica" Piaf del título francés, con un estilo interpretativo bastante opuesto al que acostumbra, dando más espacio a la representación -sobre la base de prótesis y gruesas capas de maquillaje- que a la naturalidad del personaje, del que asume además el paso del tiempo, desde la juventud hasta la muerte, en octubre de 1963, cuando no había cumplido los 48 años.

José María Riba-AFP