Por lugares que no existen

Por Diego E. Suárez

"Memorar", de Armando Raúl Santillán. Papeles de Boulevard, Rosario, 2007.

La primera parte de "Memorar" no tiene título de presentación (el lector se encuentra desprovisto de cualquier paratexto que le sirva de airbag); repentinamente, le sale al cruce la "Primera variación", que comienza así: "Por razones obvias,/ sólo puedo caminar/ por lugares que no existen"; más adelante, remata: "Lo sé,/ pero no puedo cifrar la vida/ en este cementerio de palabras". De esta manera, queda presentado el tema de las tres "variaciones" subsiguientes: la compleja y conflictiva relación entre poeta y lenguaje... "La memoria distancia la revelación profunda,/ nadie puede seducir el lenguaje/ más allá del límite simulado" ("Segunda variación"). Dos poemas cierran esta sección inicial: "En mi cuerpo hay dolores de los otros" -título de resonancias vallejianas- y "Los huéspedes enhebran", que contiene una bellísima metáfora de la lectura: "Qué somos en esta postergación/ de llaves oxidadas,/ donde pasan invisibles/ ordenados amuletos de la tribu".

La segunda parte, intitulada "hilos de sueños y fantasías", en clara continuidad temática con la primera, reúne poemas donde se expone una lúcida y casi despiadada metapoiesis, en otras palabras, una reflexión creativa sobre el proceso creativo. Encontramos al poeta en estado de meditación, buscando "retornar a la interioridad/ cifrando en el lenguaje/ la condición mítica" ("Envilece dividir el pasado"), cuestionándose "cómo ser la voz/ de un preciso límite del tiempo,/ la promesa intacta del retorno" ("No se puede sobornar") o "quién develará la autoridad/ de la palabra" ("Quién develará la autoridad"). Pero este territorio de interrogantes es a la vez una zona de iluminaciones: "Todo texto es en sí una contradicción, / la iluminación de la desesperanza" ("Todo texto es en sí"). Estos versos parecen conmemorar algo escrito por Alejandra Pizarnik: "la lengua es un órgano de conocimiento/ del fracaso de todo poema/ castrado por su propia lengua".

La tercera y última parte, "hilos de resplandeciente memoria", pone en escena la exploración de una memoria trascendental fundada sobre sí misma fuera del tiempo y del espacio; un dominio sin sucesión ni extensión; una imagen de la eternidad. No se trata aquí de la memoria acumulativa, museo o "aula inmensa", para usar una expresión de San Agustín, sino de algo dinámico, que se encuentra más allá, en el instante único e irrepetible -y, por lo tanto, incomunicable- en que el poeta se recuerda a sí mismo, y donde yo -como dijo Rimbaud- es otro: "Siempre seré un extranjero/ cuando busco mirarme en los días/ de mi infancia" ("Siempre seré un extranjero"). "Cuál fue la última palabra/ que abreviaba mi infancia" se pregunta en "Levemente" este extranjero de sí mismo.

A grandes rasgos, ésta es la manera en que Santillán entrelaza los hilos de sus texturas poéticas -vale recordarlo: "texto" deriva del latín textum, que significa "tejido"-; hilos que el poeta ovilla en el huso de la memoria trascendental y la reflexión sobre su propio quehacer creativo y vital.