En otra etapa de la construcción de poder

Carmen Coiro (DyN)

Durante su presidencia, Néstor Kirchner logró con trazos gruesos una fuerte acumulación de poder, que le permitió completar exitosamente su mandato y perpetuarse al menos un período más a través de su esposa.

Copió, pero a gran escala, los métodos que le habían resultado tan útiles para permanecer catorce años como jefe indiscutible de su provincia.

La etapa de Cristina Fernández se vislumbra como la elaboración de la sintonía fina de ese proceso de afirmación.

Néstor Kirchner, que venía a la Casa Rosada después de una de las peores crisis de país, consiguió alinear a la mayor parte de los residuos de la tropa política que sobrevivieron a la crisis del 2001, espantados de su propia orfandad.

Con una gran habilidad para el manejo de la economía, y a caballo del "regalo" que recibió de su antecesor Eduardo Duhalde, la devaluación, logró encauzar al país hacia un período de bonanza basado específicamente en el modelo agroexportador, el que nunca falló en la Argentina a la hora de recaudar fondos y avanzar hacia el crecimiento.

Cristina Fernández asumió con esa base económica que dio sustento al naciente poder político de su esposo y ahora comienza a verse el dibujo más detallado de ocupación de espacios en la vida nacional.

El espaldarazo que le dio el líder de la CGT y de los camioneros, Hugo Moyano, fue el puntapié inicial para contar con la seguridad del alineamiento del factor de poder que representan los sindicatos. Fue el apoyo de Moyano a Cristina, y no viceversa, el hecho político que se fundó en las instalaciones de Parque Norte.

El segundo paso, ya con la rama sindical asegurada, es el del brazo político del oficialismo: el propio partido justicialista.

No ajeno al desgaste que todos sufrieron en el 2001, el PJ se convirtió prácticamente en un mero sello que ni siquiera pudo ser utilizado en las boletas de las últimas elecciones presidenciales. Los Kirchner comenzaron a trabajar para que renazca de sus cenizas y se convierta en la otra pata firme en la que asentarse a la hora de anclarse, si no perpetuarse en el poder por unos cuantos años más.

La reorganización partidaria monolíticamente agrupada tras la figura del matrimonio también forma parte del hilado fino que en esta etapa podría caracterizar las ambiciones de Cristina y Néstor.

Falta alinear al factor económico, cuyos exponentes suelen mostrar amplitud de criterio a la hora de asegurar sus negocios, en los que la ideología siempre deja el lugar vacante para que lo ocupen las ganancias.

Ese es tal vez el ángulo que más le resulta rebelde en la construcción laboriosa en la que está embarcado Néstor Kirchner, el hombre que fuera del poder formal acumula gestos y acciones para asegurar el porvenir de su proyecto político.

El campo de las relaciones internacionales es el otro en el que el kirchnerismo todavía hace agua, aunque parece ir lentamente aprendiendo a fuerza de golpes.

La participación de la presidenta Fernández en la cumbre del Grupo Río, en la que el tema excluyente fue la crisis del norte de Latinoamérica, fue una movida riesgosa principalmente porque llegó a Santo Domingo después de una visita oficial a su aliado Hugo Chávez.

Cristina Fernández lucía de antemano parcial en el conflicto: su amistad sin quebrantos con el presidente venezolano desde el vamos exhibía una postura inclinada hacia Ecuador, aliada de Venezuela, en su enfrentamiento con Colombia.

De todos modos logró hacer equilibrio y la presidenta mostró que pudo salir airosa de un paso que pudo haberle costado caro en su lucha por construir prestigio internacional.

Todavía sin embargo no se muestra Cristina con intenciones de levantar su cabeza por sobre la de sus colegas latinoamericanos en el mundo diplomático: es que falta reunir experiencia y principalmente, energía que ahora debe dedicar casi exclusivamente a la resolución de los problemas internos.

Problemas que no son pocos, y que apuntan al corazón de toda elaboración de poder en la Argentina: la marcha de la economía.

El gobierno está a punto de celebrar la acumulación de reservas por 50 mil millones de dólares. La incógnita es para qué se utilizarán esas reservas y cómo se conjuga esa solidez macroeconómica con las desventuras que aumentan en el mundo de la economía doméstica.

A la creciente inflación se suma ahora el fantasma del desabastecimiento de productos, desde los combustibles hasta los alimentos de la canasta básica. No podía ser peor el panorama en ese aspecto, ya que no sólo la crisis está desatada, sino que lo que es más preocupante, no se vislumbran planes concretos para contenerla. Sólo trascienden los aprietes de Guillermo Moreno, el virtual ministro de Economía manejado por el ex presidente desde Puerto Madero; los fuertes enfrentamientos del alicaído ministro de Economía, Martín Lousteau, con ese funcionario, y la falta de un rumbo preciso para encarrilar la situación que va saliéndose de madre.

La presidenta se acerca al momento de tener que tomar una definición crucial: o mantiene el estado de cosas actual en el ámbito de la política económica, o accede a dar un giro de 180 grados para recapitular, reconociendo, al menos tácitamente, lo inconveniente del camino que intentó para frenar la inflación con acuerdos de precios que sirvieron más para dispararlos que para contenerlos.

Es difícil admitir errores y torcer rumbos, pero también es una señal de inteligencia y de flexibilidad. Ese es el principal desafío que tendrá que afrontar en el corto plazo la primera mandataria. De cómo resuelva el dilema, se obtendrán más pistas sobre la forma de construcción del poder que ejecutará en los tiempos que vengan el fulgurante kirchnerismo.