Opinión: OPIN-02
Crónica política
¿La hora del diálogo?
Por Rogelio Alaniz

El martes la presidenta dijo lo que pensaba; el jueves habló atendiendo a las conveniencias de la política. Está bien que así sea. Como ella mismo lo dijera, es la presidenta de todos los argentinos y como tal debe comportarse. Entre el martes y el jueves no cambiaron los conceptos, cambió el estilo, la forma de dirigirse a los argentinos. La expresión más representativa de ese cambio fue el "humilde" pedido al diálogo y la información de que las puertas de la Casa Rosada están abiertas.

La imagen que mejor podría graficar el posicionamiento de la presidente es la del boxeador que retrocede pegando, una táctica inteligente que ningún adversario puede desestimar. Sin duda que el gobierno acusó el golpe propinado por los ruralistas. El decreto de Lousteau aumentando las retenciones no fue la gota, fue el chorro que desbordó el vaso. El detonante se produjo porque en el campo la tormenta se venía acumulando desde hace meses. La soberbia oficialista, su visión de la política como un campo de batalla en donde todos los abusos están permitidos hizo el resto.

Es muy probable que en las usinas del poder la reacción del campo no haya sido prevista. Tarde o temprano a los abusadores les pasa lo mismo. Cuando una metodología produce beneficios se recurre a ella por inercia. Se sabe que la impunidad reproduce sus propios vicios y errores. De pronto, los mansos dijeron basta, incluso le dijeron basta a los propios dirigentes del sector que por su inevitable condición de dirigentes siempre están dispuestos a negociar. La responsabilidad de ese estallido no la tuvieron Miguens o Buzzi, la tuvo la señora Cristina, que siempre creyó que la caja de las retenciones era un barril sin fondo, siempre disponible para pagar los gastos de los negocios y negociados que se perpetran desde la política.

Todos estos detalles estuvieron presentes en los cabildeos del oficialismo a la hora de preparar el discurso de Parque Norte. El gobierno nacional podrá cometer errores, pero no es torpe. A los piquetes rurales cada vez más extendidos se sumaron los cacerolazos del martes y el miércoles a la noche. A la señora se le pusieron los pelos de punta. No es para menos. Atendiendo a los antecedentes políticos de la Argentina, lo sucedido en esos días fue para este gobierno, y para cualquier gobierno, el peor de los escenarios posibles, la más truculenta de las pesadillas.

El poder construye sus propios símbolos. Un discurso presidencial debe evaluarse no sólo por lo que se dice y se calla, sino por los tonos que se emplean y el escenario que se monta. El discurso apaciguador estuvo contrastado por un escenario partidario en donde predominaban personajes de pésima imagen pública.

Para tener en cuenta. La presidenta se dirigió al país desde Parque Norte y ante un auditorio peronista. Lo deseable hubiera sido que hablara desde la Casa Rosada. Cristina fue la protagonista de la noche, pero entre los protagonistas del escenario estaban D'Elía y Pérsico. Otorgarle al jefe piquetero ese lugar después de lo ocurrido en Plaza de Mayo, es algo más que una señal, es una amenaza para todos. D'Elía y Pérsico cumplen las funciones que en los tiempos de Perón cumplían Queraltó y Patricio Kelly al frente de la Alianza Libertadora Nacionalista.

¿Dónde está la verdad del gobierno?, ¿en la humilde invitación al diálogo o en la presencia inquietante y torva de sus matones?, ¿dónde está la verdad del discurso?, ¿en los reclamos por una mejor distribución de la riqueza o en la práctica cotidiana expresada por los De Vido y los Fernández?

La política elabora sus propias ficciones. Una de ellas parte del principio de que en una sociedad democrática la palabra de la presidente debe ser tomada en serio. Más allá de los resquemores y las desconfianzas que suscita su aparente cambio de actitud, está claro que un presidente no puede dialogar con "una pistola en la nuca".

Importa sí, recordar que el diálogo debería ser una constante de un gobierno y no la consecuencia indeseada de una huelga. Las puertas de la Casa Rosada deberían estar siempre abiertas para todos. Que la presidenta insista en las virtudes del diálogo da cuenta de una intención, pero también de una carencia. Por último, una lección de prudencia: el diálogo se ajusta a las reglas del tiempo. No es lo mismo dialogar con el país incendiado que dialogar antes.

Esa lección el gobierno debería aprenderla. No fueron los productores rurales quienes rompieron las reglas del diálogo, sino el gobierno. Esta no es una imputación gratuita, es una observación que apunta a lo que hasta el momento constituye el estilo medular del poder. El kirchnerismo llegó al gobierno en condiciones especiales y el estilo autoritario le dio muy buenos resultados. Cuando un país se incendia no hay tiempo para delicadezas. En esas condiciones, el estilo decisionista dio resultados; cinco años después, se ha agotado. El acta de defunción se extendió esta semana.

La pregunta de fondo sería si este gobierno está decidido a cambiar. Conociendo el paño hay razones para el escepticismo, pero en política nunca es aconsejable cerrar todas las puertas. El gobierno se siente fuerte, pero aunque no lo admita acusó el golpe. Siguiendo con las imágenes pugilísticas, su actitud me recuerda la de Carlos Monzón cuando después de acusar un golpe empezó a mirar de reojo la hora, esperando el gong. Nadie quiere el knock out del gobierno, pero para ello sería importante que el gobierno deje de concebir a la política como un match de box.

Una de las grandes paradojas de este conflicto es que la crisis que hizo temblar al poder la protagonizan los beneficiarios de la nueva coyuntura económica. El gobierno ve en este dato una razón para defender la justicia de su causa y una vez más se equivoca. A Luis XVI no lo derrocaron los descamisados de París, sino la nobleza enriquecida de las provincias. Se dice que De Gaulle en 1968 no entendía por qué los estudiantes provenientes de las familias más acomodadas de Francia salían a la calle. A Onganía no le entraba en la cabeza que los obreros mejor pagos del país fueran los autores del Cordobazo.

A quienes suponen que a la protesta social la provocan los desarrapados, habría que recordarles que las enseñanzas de la historia dicen lo contrario. A la protesta social la generan quienes, perjudicados por un sistema, disponen de poder. Al poder no lo limitan los pobres de solemnidad; al poder lo limitan los que tienen poder. Lenín conocía esta verdad y por eso impulsaba una organización poderosa, porque con el reclamo piadoso a favor de la justicia se puede ganar el cielo, pero no se gana en la tierra.

El gobierno cometió el error de enfrentarse con el sector más moderno y poderoso del capitalismo nacional. El error inicial se vio reforzado por un error más grave: unir en la protesta a quienes antes nunca se habían unido. Los Kirchner hablan de la perversa oligarquía terrateniente y de la boca para afuera tratan de diferenciarla de los pequeños productores. La gran contradicción de este discurso es que quienes mantienen las posiciones más intransigente no son los supuestos oligarcas de la Sociedad Rural, sino los progresistas de la Federación Agraria y los productores pequeños y medianos agrupados en Confederaciones Rurales Argentinas.

La hora del diálogo ha llegado. Bienvenida. Con convicción en algunos, con resignación en otros, se abrirá un espacio de intercambio de opiniones cuyo resultado sigue siendo imprevisible. Lo deseable es que se arribe a un acuerdo y que ese acuerdo no incluya la humillación de ninguna de las partes. Una república democrática no soporta a un gobierno humillado, pero tampoco sobrevive con ciudadanos humillados.