Nosotros: NOS-07
DE RAÍCES Y ABUELOS
Alfareros de la vida y de su posteridad
Familia Sánchez. La historia de mi familia zamorana está llena de ejemplos de valentía y determinación para aventurarse hacia América y de respeto por nuestros orígenes, a través de cartas y viajes. textos de Mariana Rivera

De chica escuché muchas veces aquellos nombres: el abuelo Mariano y la abuela Eleú (o Eleuteria, como era su nombre), los padres de mi abuela materna, nacidos en Villalpando, Zamora, España, casi dos décadas antes de que terminara el siglo XIX. Sin lugar a dudas, mi madre sugirió el nombre de su abuelo cuando pensó en el mío.

Pude rearmar la historia de mis antepasados a partir del relato de mi mamá, Indiana Candioti Sánchez, y alguna escasa documentación que ella conserva. Mariano Sánchez Redondo y Eleuteria González Zamora decidieron partir a la Argentina junto a sus dos primeros hijos, a principios del siglo XX, incentivados por otros coterráneos que ya habían emprendido aquella aventura.

Dejar Villalpando fue una valiente decisión que tomaron mis bisabuelos, dejando atrás a sus respectivas familias que nunca terminaron de entender aquella noticia de desarraigo de sus hijos que un día escucharon, que quedó retumbando en sus confundidos corazones y en las solitarias calles empedradas del pueblo.

Mi familia ya no conserva aquellas cartas a través de las cuales mis bisabuelos, y luego sus hijos y sus nietos, pudieron seguir en contacto con quienes habían quedado en el pueblo, en donde contaban sus logros y derrotas, sus alegrías y decepciones, todos aquellos sentimientos y las noticias que iban surgiendo en aquel nuevo destino que la vida les ofreció.

Supimos de ellos por aquellas cartas que recibía mi abuela Vige (como le decíamos cariñosamente, o Vigenia, como era su nombre). Esa correspondencia era un motivo más de reunión de nuestra familia, para compartir las novedades que llegaban desde España, "de las primas", como ella decía. De la misma manera, su carta de respuesta con nuestras novedades no demoraba en partir rumbo al Viejo Continente, manteniendo el noble compromiso de aquel ida y vuelta de correos postales.

Tras el fallecimiento de mi abuela, mi mamá continuó aquel intercambio epistolar con Rafael Fernández Boyano, un madrileño ubicado en la misma línea de descendencia que ella. Ambos son nietos de dos hermanos, Mariano y "Ela" Sánchez. Esas primeras cartas y las sucesivas sí permitieron seguir ordenando esta historia de los bisabuelos zamoranos y consiguieron finalmente que hace dos años mi madre pudiera conocer Villalpando, la tierra donde habían nacido sus abuelos, junto a Rafael y sus respectivos esposos.

Un pueblo compartido

Los registros de la Parroquia de la Inmaculada de Villalpando da testimonio de que Mariano Sánchez Redondo había nacido el 31 de diciembre de 1880 en Villalpando, del matrimonio que formaban Esteban Sánchez (oriundo de Valderas) y Petra Redondo (de Villalpando). Fue bautizado el 6 de enero de 1881 en la Iglesia San Lorenzo, de ese pueblo. Sus abuelos paternos eran Juan Sánchez y Dionisia Pastor, también oriundos de Valderas, y los maternos Inés Redondo (de Villalpando) y Tomasa Fernández (de Villafáfila).

La esposa de Mariano era Eleuteria González Zamora, nacida el 20 de febrero de 1879 en Calle Nueva, Villalpando. Fue bautizada en la Iglesia San Andrés de Villalpando el 23 de febrero de 1879. Sus padres eran Aldón González (aunque en otro documento figura con el nombre de Ramón, de ocupación jornalero) y Nicasia Zamora. Sus abuelos paternos eran Ignacio González (labrador) y Josefa Barrero, y los maternos, Lucas Zamora y Ángela Frutos, los cuatro naturales de Villalpando.

Mariano y Eleuteria se casaron el 13 de febrero de 1904 en la Iglesia de Santa María de la Asunción. Las noticias de prosperidad y trabajo que llegaban desde el otro lado del Atlántico no faltaron por entonces en el pueblo que los vio nacer y formar su familia y despertaron el interés de muchos. En este caso, Eleú fue la que más se entusiasmó con la idea, a pesar de que ya tenía dos hijos, y convenció a su esposo de partir para América.

"Primero vino a la Argentina el abuelo Mariano con la abuela Eleú y su hermano Francisco Sánchez, quien viajó con Felipe, su hijo mayor. Vinieron con dos hijos: Beatriz y Sinesio, cuando ella tenía 3 años y él 9 meses, alrededor de 1907. Al tiempo vino la esposa de Francisco, la tía Bernarda Herrero, con alguno de los hijos que ya habían nacido en España", contó mi mamá.

"Los Sánchez eran una familia muy humilde, en cambio los González siempre fueron de buen pasar, según me contó Rafael durante mi visita a Villalpando. Supongo que habrían sido campesinos. A pesar de tener buen pasar, la abuela tenía espíritu aventurero y buscó el bienestar de su familia. En eso mamá le heredó mucho, de su actitud emprendedora y de no achicarse ante nada en la vida. Era una flor de patriada lo que iban a hacer, con dos hijos a cuestas", opinó.

Y continuó su relato: "La abuela Eleú siempre criticaba a la tía Bernarda porque decía que había llegado de España `a mesa puesta, pues sí que te fue fácil a ti', le reprochaba. Ella se había negado a venir a la deriva. Bernarda no parecía española porque era de tez blanca como la leche y con ojos azules", advirtió. "A mesa puesta" sería después una de las tantas frases que quedarían de Eleú grabadas en mi familia, un legado más de sus dichos españoles.

Aventureros y soñadores

"Palmira -nieta de una de las hermanas de la abuela Eleú, Águeda- nos acompañó en Villalpando a recorrer el pueblo y me indicó cuál era la casa de la que habían salido mis abuelos, con sus hijos a cuesta y su hermano Francisco. Quedaba cerca de una de las puertas del pueblo. Me contó que habían quedado ambas familias llorando la partida de esos `locos' para esa época, que partían a la nada, a la Argentina. Me imagino lo que debió haber sido llegar a General Pico, en La Pampa, en plenos inicios del siglo pasado: sólo algunos ranchos perdidos en el llano", precisó mi madre.

Los tomaron como aventureros -continuó- porque en su caso no escaparon de la guerra, como otros emigrantes, sino que dejaron su tierra para hacer la América, como muchos tenían por meta. En esos tiempos se hablaría mucho dentro de las pocas o muchas comunicaciones que había sobre la gente que venía y encontraba un buen vivir.

Un dato que le llamó la atención fue que la propuesta de venir a la Argentina la tuvo la abuela Eleú, según pudo saber durante su viaje a España por María Eugenia Prieto, una amiga íntima de aquella. "Me contó que la que había tomado la iniciativa de venir a América había sido mi abuela, y no el abuelo. No sé por qué eligieron Argentina, supongo que quizás porque alguien había venido antes; la abuela siempre hablaba de los paisanos, como llamaban a todos los de la misma nacionalidad, que habían llegado hasta estas tierras. Debieron haber tenido referencias de algunas personas porque en Rosario también se habían encontrado con españoles, por ejemplo, los de apellido Pera de Jordi, que luego también se radicaron en Santa Fe".

Mi madre también advirtió que "vinieron en el período de mayor oleada inmigratoria, que comenzó a fines del siglo XIX y principios del XX. Supongo que factores económicos los habrían convencido para venir porque no había guerras por entonces. María Eugenia, amiga de la abuela, decía que el Negro (como le decía cariñosamente a Mariano Sánchez) la siguió a la Argentina porque la quería con locura".

Argentina, varios destinos

Mi mamá desconoce de qué puerto partieron para América sus abuelos y supone que -como ocurría en esa época con el resto de los inmigrantes- arribaron al puerto de Buenos Aires.

"Cuando llegaron a Argentina, la abuela contaba que primero habían ido a General Pico, en la provincia de La Pampa, y después se habían afincado en Rosario, provincia de Santa Fe. El abuelo tenía como oficio la alfarería pero no sé si cuando recién se afincó en esos dos lugares trabajaría de esto o de otra cosa. Cuando estuvieron en Rosario nació el tercer hijo, Arcadio", explicó.

Mariano y Eleuteria finalmente se afincaron en nuestra ciudad, adonde fueron naciendo los otros cinco hijos de la familia: Alcívar, Herminia, Arístides, Vigenia y Sigérico. "Entre mamá y la tía Beatriz había 16 años de diferencia. Por eso, la pariente que encontré en España por parte de la abuela, Palmira, es hija de una prima de mamá, aunque tenía casi la misma edad de mamá", advirtió.

En Santa Fe, Mariano construyó una fábrica de alfarería para trabajar junto a su hermano, en lo que hoy es la avenida J.J.Paso entre Urquiza y Francia, en el sur de la ciudad, donde actualmente hay un terreno baldío. "Ahí vivieron durante algunos años porque cuando papá la conoció a mamá me decía que vivían en Juan José Paso, donde estaba la fábrica. Después vivieron a unas pocas cuadras, en Amenábar y Francia, en la casa de la esquina noroeste, al lado de donde vivían Alfonsa y Felisa, unas primas de mamá, dos de las hijas de Francisco", recordó.

Mi madre remarcó que "la abuela Eleú no trabajó sino que siempre se dedicó a la casa, a las tareas domésticas, además porque tenía bastante trabajo con ocho hijos. Se quedó viuda siendo muy joven, con los hijos chicos, en 1935, cuando tenía 56 años y mamá estaba por festejar sus 15 años. El abuelo se murió de cáncer, como la mayoría de sus hijos varones. Las mujeres fueron las más longevas, menos mamá quien no se murió joven pero lo era para lo longevos que eran los miembros de la familia".

"Por problemas con un mal socio -continuó-, el abuelo Mariano perdió la alfarería y tanto él como su hermano quedaron en la ruina. Al poco tiempo él se murió. Ninguno de los cuatro hijos varones hizo algo para poder rescatar esta empresa, aunque desconozco si ya estaba todo perdido. Ninguno de ellos había trabajado en la fábrica. La primera de las hijas que salió a trabajar fue mamá, para sostener la familia, porque la tía Beatriz ya estaba casada, al igual que el resto de los tíos más grandes. La tía Alci se había casado joven y los que estaban en la casa eran mamá y los tíos Herminia y Sigérico".

Tiempo después, la familia -ya sin el abuelo Mariano- debió mudarse de la casa de Francia y Amenábar a otra ubicada en San Lorenzo, entre Uruguay y Entre Ríos.

Tierras del Quijote

En mayo de 1994, mi abuela tuvo la oportunidad de volver a la tierra de su madre, además de visitarla otras veces más. Coincidentemente, mi mamá se encontraba viajando por España pero el destino no quiso darles la oportunidad de compartir la experiencia de recorrer juntas las callecitas de Villalpando.

La muerte de sus madres es lo que unió a mi mamá con Rafael, con quien empezó a relacionarse al principio a través de e-mails, cartas, llamadas telefónicas y tarjetas para las fiestas de fin de año.

El destino quiso que mi madre pudiera encontrarse posteriormente con sus raíces zamoranas, de las que nosotros sabíamos por la correspondencia que mi abuela materna mantenía con sus primos y tíos oriundos de aquel pueblo y por haberlos conocido (a algunos de ellos) en varios de sus viajes realizados a España.

Mi madre tiene grabadas en su memoria aquellas campiñas bañadas de otoño, teñidas de amarillo luego de las cosechas de trigo. "Cuando íbamos llegando a Villalpando me empezó a impactar el paisaje castellano, que es hermoso con sus lomadas y cuchillas, bien como imagináramos al leer el libro El Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en donde sólo faltaban Sancho Panza y el Quijote. Como en España estaba avanzado el verano había sido tiempo de cosechas del trigo, entonces lo que quedaba de las espigas mostraba a los campos como dorados". Durante la visita a Villalpando no faltaron muestras de cordialidad y generosidad por parte de los anfitriones.

Cartas en dos direcciones

Un contacto necesario. "El contacto con la familia de España no era muy frecuente, dada la época en que vivían. Se concretaba a través de cartas, pero después que se vinieron a la Argentina ocurrieron las dos guerras mundiales y la Guerra Civil Española. Ahí prácticamente se perdieron los hombres de la familia y el contacto lo mantuvo la abuela Eleú con sus hermanas, quien como nunca pudo volver a su pueblo, se enteró por correspondencia de la muerte de sus padres y hermanos, que eran muchos", relató.

"La que recibía las cartas de España era la tía Beatriz -precisó mi madre-, la mayor de las hijas de Eleuteria, y era el motivo por el cual toda la familia se reunía a leer la correspondencia o nos pasábamos las cartas para saber cuáles eran las novedades de los parientes del pueblo, lugar que nadie conocía. A veces mandaban alguna foto, pero era muy raro y difícil para la época. Cuando no estaban en una guerra estaban en otra y por entonces demoraban mucho tiempo las comunicaciones. Posteriormente, la gente se asentó, la paz llegó y tuvo tiempo y ganas de retomar el contacto con el resto de la familia".

Mi madre desconoce cuándo se cortó el intercambio de correspondencia entre las familias, que posteriormente continuó espaciadamente la hija de Beatriz, Beatriz Rinaldi de Santomero, a quien le decimos cariñosamente "Mela".

En primera persona

Mi mamá recuerda que "Conchita (bisnieta de Águeda, hermana de la abuela Eleú) me dijo que le daba mucha alegría el hecho de haberme conocido cuando estuve recientemente en Villalpando y de haber encontrado la familia que estaba del otro lado del Atlántico, porque no había recibido más noticias nuestras. Ella también me contó que se reunían en la casa de su abuela para leer las cartas que llegaban de acá, pero que después ésto se había cortado. Me decía que era una lástima que no tuvieran más noticias nuestras porque no llegaban cartas y decía que no encontraba la manera de conectarse con nosotros. Él último contacto que habían tenido había sido con Mela, quien por sus quehaceres familiares y luego problemas de salud de su esposo y madre, no pudo mantener la correspondencia".

Cuando mi abuela Vige pudo visitar el pueblo de Villalpando por primera vez, en el año 1975, se pudo retomar el contacto con algunos integrantes de la familia González. Mi madre explicó que "cuando mamá fue al pueblo la llevaron a conocer a los padres de Rafael Fernández Boyano, es decir, parte de la familia Sánchez, que vivía en Madrid. Allí comenzó la relación con esta otra parte de la familia, que luego continuó a través de cartas entre ellos".

"Fue por eso -comentó mi madre- que cuando murieron sus padres, Rafael mandó a avisarle a mamá la mala noticia porque se conocían y frecuentaban cuando ella viajaba a España, con papá, Julio Candioti. Mamá falleció al año siguiente de la muerte de ella, en 1995".