Opinión: OPIN-01 Los niños reproducen la violencia social

La muerte de Milagros Belizán, la nena asesinada por dos niños de siete y nueve años en el partido bonaerense de Almirante Brown, provoca estupor en la opinión pública. Y no es para menos, no sólo por las edades de la víctima y de los victimarios, sino por la forma en que los homicidas acabaron con la vida de la pequeña.

Los primeros diagnósticos realizados por psicólogos y psiquiatras del Juzgado de Menores que interviene en el caso aseguran que los niños comprendían perfectamente lo que estaban haciendo y, probablemente, "repitieron escenas de violencia que veían a diario".

Pero no es necesario ir demasiado lejos para encontrar situaciones que reflejan el contexto de violencia en el que viven los menores. El sábado pasado, dos chicos de doce y catorce años ingresaron a la escuela Victoriano Montes, del barrio Alto Verde, y comenzaron a disparar contra compañeros y docentes con un rifle de aire comprimido.

Pocas horas antes, en Rosario, un adolescente de quince años había sido detenido por amenazar con una daga a sus compañeros de colegio.

Pero este proceso de violencia no sólo afecta a los niños y adolescentes de los sectores considerados marginales. Con ciertos matices, se refleja en cada uno de los estratos sociales.

A fines del año pasado, adolescentes de distintas escuelas de ciudades como Buenos Aires, Rosario o Santa Fe provocaron todo tipo de destrozos y se enfrentaron a los golpes mientras eran filmados por sus compañeros. Estas imágenes fueron ""colgadas" en Internet, de manera que todos pudieran ser testigos.

Como cualquier fenómeno social, la violencia enquistada entre niños y adolescentes puede ser analizada desde diferentes puntos de vista. La discusión tendiente a reducir la edad de imputabilidad penal para los menores no es nueva, aunque incluso los impulsores de esta idea reconocen que el Estado no cuenta con herramientas apropiadas para reencauzar a un niño-adolescente mientras purga su pena.

El problema parece ser más profundo. Resulta al menos utópico creer que el agravamiento de las penas pueda lograr que niños como los que protagonizaron el homicidio de Almirante Brown actúen de otra manera.

La sociedad argentina atraviesa desde hace décadas un complejo estado de descomposición que se refleja en amplios bolsones de pobreza, valores tergiversados y carencia de modelos confiables.

A estas características globales del proceso de degradación social, se suma la destrucción de los roles tradicionales que deben cumplir los integrantes de cada una de las familias, núcleo esencial de todo proceso educativo y formativo.

En general, los especialistas coinciden en que los adultos han perdido la figura de autoridad y, por consiguiente, la capacidad de establecer límites a los niños. Dichos límites representan pautas claras y esenciales de contención.

De alguna manera, los chicos están dejando al descubierto la carencia de modelos a seguir, de normas y autoridades a las que valga la pena respetar.

Ellos están llamando la atención, a veces de manera brutal. Lo importante será que el resto de la sociedad sepa reaccionar a tiempo.