Opinión: OPIN-04
Crónica política
El poder a cara o cruz

Rogelio Alaniz

El ministro Alberto Fernández le imputa al campo negarse a firmar un acuerdo. En términos parecidos se expresan los dirigentes ruralistas. Alguno de los dos miente. Yo creo que Buzzi es un hombre de palabra. No tiene por qué no serlo. No puedo decir lo mismo de Fernández. No es el prejuicio el que dicta mis palabras. Es el conocimiento, la experiencia. Los operadores del gobierno mienten, dicen una cosa y después hacen otra, maltratan a sus visitas. Esto lo sé yo y lo sabe cualquiera que haya tenido que tratar con ellos.

En ese contexto, ningún acuerdo es posible. En política la credibilidad es indispensable. Esto vale para todos, pero vale más para el gobierno. Un presidente o un ministro no pueden ni deben ser ingenuos, tampoco tienen la obligación de ser nenes de pecho. Pero sus palabras deben ser respetadas. Y los primeros que deben respetarlas son ellos mismos.

Como si la política nacional fuera un partido de fútbol, los argentinos elegiremos el domingo entre Salta o Rosario. El gobierno apuesta a que en esta pulseada el campo se debilite. En política, debilitarse significa perder el apoyo de la opinión pública. Tal como se desarrollan los acontecimientos, quien sigue perdiendo adhesiones es el gobierno. Y todo parece indicar que el domingo el centro del escenario político lo ganará Rosario. A Salta podrán viajar los seguidores de D'Elía y Pérsico. Allí concluyen las adhesiones espontáneas.

Rosario está en el centro del país. Es más cómodo viajar a Rosario que viajar a Salta. No concluyen allí las ventajas para el campo. A Salta viajará la cultura del choripán y los planes sociales. A Rosario, se trasladarán quienes suponen que están peleando por sus intereses o por una causa justa. Se sabe que los grandes actos de masas se preparan con mucho aparato. Pero también se sabe que la movilización espontánea siempre es más fuerte y más convocante que los aparatos. No creo prejuzgar si digo que en Salta habrá mucho aparato y que en Rosario habrá mucha gente.

En estos días, se recuerda el Mayo Francés de 1968. Conocemos de la movilización estudiantil, pero no conocemos cómo maniobró el gobierno de De Gaulle. Se supone que los estudiantes ganaron la calle, pero se ignora que la victoria política fue del gobierno. Georges Pompidou, el primer ministro de De Gaulle, fue el artífice de la estrategia. El ministro consideraba que en una sociedad democrática no se puede reprimir sin el apoyo de la opinión pública. ¿Qué hacer cuando la opinión pública está con los estudiantes?, se preguntaba. La respuesta se la dio por escrito a Raymond Aron: cómo hace un general cuando sabe que no puede defender una posición, se retira a una posición que pueda defender.

Pompidou apostó al desgaste de la movilización. Sabía que la algarada estudiantil no podía prolongarse en el tiempo. Sabía que los burgueses y los pequeños burgueses franceses en algún momento se cansarían de su gimnasia callejera y volverían a sus hogares, a sus negocios, a sus vacaciones. Para fines de mayo la movilización estudiantil quedó reducida a un puñado de militantes. El degaullismo perdió la batalla cultural, pero ganó la pulseada política. Y su principal aliado fue el Partido Comunista. De Gaulle renunció. Pero al año siguiente Georges Pompidou ganó las elecciones. Una vez más, después de la fiesta, Francia elegía ser conservadora.

Cristina no es De Gaulle y los Fernández están muy lejos de parecerse a Pompidou o Aron. Francia, además, no es la Argentina. Por su lado, el mayo de los productores rurales no tiene nada que ver con el Mayo Francés protagonizado por los estudiantes. Buzzi no es Cohn Bendit y De Angeli no es Jean Paul Sartre. Los estudiantes en la calle dejaban sólo a París sin clases. Los hombres del campo pueden paralizar a la Nación.

Lo más escandaloso y lo más patético de este conflicto es que con un mínimo de cintura política el gobierno podría haberlo evitado. Parodiando a Churchill, diría que nunca tan pocos se equivocaron tanto en tan poco tiempo. Sorprende que políticos pragmáticos, en más de un caso inescrupulosos y camanduleros, se manejen con tanta torpeza. Su persistencia en pretender presentar al conflicto en términos ideológicos, como una batalla entre el pueblo y la oligarquía, es infantil y grosera. Además, es mentirosa. Se puede hablar de la derecha, del imperialismo o de los derechos humanos. Hasta un fascista puede hablar en esos términos. La diferencia no está en la retórica. La diferencia está entre quienes están a la altura de ese discurso y quienes se valen de él para prestigiarse. En política, como en cualquier orden de la vida, desde los ideales más pequeños a los más grandes hay que merecerlos. Ese detalle es lo que diferencia a un charlatán o un farsante de un santo o un estadista.

El gobierno no se está enfrentando contra la oligarquía o las clases dominantes. Se está peleando con los productores rurales. Algunos son ricos, otros no tanto. Su discurso ideológico pretende presentar a la Sociedad Rural de Buenos Aires como el gran enemigo, cuando en realidad es el sector más contemporizador, más proclive al acuerdo.

Según la visión oficial, la oligarquía lo ataca y el pueblo lo defiende. En la vida real, el escenario está casi invertido. Los más combativos son los militantes de Federación Agraria y los más acuerdistas son los dirigentes de la Sociedad Rural.

El amigo posible del gobierno no es De Angeli o Buzzi, es Miguens. De Grobocopatel a Dreyfus y Urquía -es decir, los grandes representantes de los pools de siembra y la exportación de granos, los grandes concentradores de tierra y las empresas multinacionales- no hablamos porque, en su gran mayoría, militan en las inmediaciones del oficialismo. Y cada vez que han tenido algún problema el oficialismo se ha preocupado en resolvérselo. Cuando el gobierno viajó a Venezuela para hablar con Chávez el que subió al avión no fue Buzzi, fue Grobocopatel. El senador que puso plata y votos para el oficialismo en Córdoba, fue Urquía.

Sólo la alienación ideológica en algunos o el fraude intelectual en otros, puede atreverse a presentar un gobierno nacional y popular enfrentando a un lock-out patronal. Sólo intelectuales que no conocen más allá de Palermo o Puerto Madero, pueden creer que estamos padeciendo los rigores de la contrarrevolución de los mujiks . Arturo Jauretche en su "Manual de zonceras argentinas" lo ubicaba a David Viñas como uno de los protagonistas del libro. Cincuenta años después, lo podría seguir siendo. En este caso, acompañado de 499 zonzos que todavía creen que Kirchner y su esposa están combatiendo contra los "guardias blancos" y los kulaks contrarrevolucionarios.

Insisto: el conflicto del campo no se expresa en términos de derecha o izquierda. Como conflicto, su trama anuda diversas contradicciones: federalismo o concentración del poder; modernización económica o economía cerrada; desarrollo o atraso. Cualquiera de estos antagonismos está más cerca de lo real que la polarización entre derecha o izquierda o entre pueblo y oligarquía.

La última ducha helada que recibió el gobierno, se la propinó esta semana monseñor Casaretto. Uno de los obispos más prestigiados de la jerarquía católica informó que la pobreza crece en la Argentina. A esa noticia, el gobierno la descalifica, descalificando a Casaretto. Su capacidad para equivocarse o cometer torpezas sigue siendo asombrosa. Impugnar a Casaretto por mentiroso o desestabilizador es tan torpe como acusar a Sábat de realizar mensajes mafiosos.