Opinión: OPIN-03
Crónica política
El poder y la crisis
Por Rogelio Alaniz

"En política hay que transigir de forma continua, con uno mismo y con los demás, con el propio ideal y las propias convicciones, para durar, para subsistir, para vencer". Nicolás Maquiavelo

Un gobierno está en problemas cuando confunde el interés general con el propio. Los problemas se multiplican cuando la sociedad percibe que se invoca al interés general como un pretexto para defender un interés particular. No hay gobierno sin ambición y sin poder. El que diga lo contrario está equivocado o miente. Pero un gobierno funciona cuando la sociedad cree que el gobernante protege el interés general. Cuando la sociedad deja de creer en este supuesto empiezan los problemas.

La garantía de que se protege el interés general y no el particular es el funcionamiento de las instituciones. Con semejante crisis, en una República normal, el Parlamento estaría trabajando a pleno. Pues bien, su único aporte en las últimas semanas fue votar una ley en defensa contra la obesidad. Soy gordo, pero no zonzo. Que la única actividad parlamentaria en medio de una crisis imprevisible haya sido una ley para los obesos, parece una burla. O pone en evidencia la importancia que los Kirchner le otorgan al Poder Legislativo.

En las democracias que nos ha tocado vivir, los gobiernos son sostenidos por la opinión pública. Cuando ese sostén funciona se dice que, además de legal, el gobierno es legítimo. Cuando ese sostén se pierde, hay problemas serios, porque sólo con la legalidad un gobierno no se sostiene. El que tenga alguna duda al respecto que le pregunte a Alfonsín o a De la Rúa.

Quien diga que este razonamiento es injusto, no se equivoca. Lo que ocurre es que los desenlaces políticos no se producen atendiendo a los buenos deseos o a las mejores intenciones. La realidad de la política es la realidad del poder. Su lógica no es la del Evangelio, porque los protagonistas del poder tampoco son evangélicos. Pensar la política en estos términos habilita la imputación de maquiavélico. La acusación no es injusta, es absurda, tan absurda como imputar a un físico o a un químico porque razona con categorías científicas.

La política es, por definición, maquiavélica. En lo que hay que ponerse de acuerdo, en todo caso, es en el concepto de lo "maquiavélico". Adelanto que el pensamiento del célebre florentino poco y nada tiene que ver con los lugares comunes que le imputan. Estamos hablando del pensador político más importante de la modernidad. Un escritor exquisito y un intelectual que mereció el reconocimiento, entre otros, de Marx, Weber, Gramsci, Schmidt y Bell.

Más allá de los detalles de su biografía personal, es necesario entender que el gran acierto de Maquiavelo fue haber puesto en evidencia la lógica íntima de la política. Maquiavelo no es el inventor del maquiavelismo. El aporte de Maquiavelo consiste en haber demostrado que el maquiavelismo no en un atributo personal, es un atributo de la realidad. El maquiavelismo existe porque la realidad, con sus sinuosidades, su complejidad, sus astucias y su azares, es maquiavélica.

El problema de los Kirchner es que parecen haber confundido a Maquiavelo con el Viejo Vizcacha. O suponen que la política es una riña callejera que se gana con los músculos de Rambo. El problema de la señora presidente es que está más interesada por la muerte de Ives Saint Laurent que por la lectura de "El Príncipe" .

Perón decía que el conductor es un científico y un artista. De los Kirchner no se puede decir ni una cosa ni la otra. Por lo pronto, él ha cometido dos o tres errores imperdonables. En primer lugar, le ha cedido el poder a su mujer, algo que nunca debió hacer. Ahora no sabe si quitárselo o ayudarla. Las consecuencias de este error y estas vacilaciones están a la vista.

El segundo error es más grave: ha elegido para confrontar a un adversario equivocado. Para un confrontador compulsivo como Kirchner, la clave de sus éxitos residió en elegir enemigos a los que podía derrotar sin demasiados esfuerzos. Los militares han sido el ejemplo más distinguido. Allí pudo hacerse el guapo y presentarse ante la sociedad como el defensor de valores cuya custodia no puede acreditar en la vida real. En realidad, se dedicó a cazar leones viejos y desdentados en el zoológico. En el camino se ganó el rótulo de progresista y logró lo que ni Alfonsín ni Menem pudieron: que las Madres de Plaza de Mayo le entregasen sus pañuelos.

De la señora Cristina no es mucho lo que puede decirse. En principio, ningún mandatario rifó poder político en tan poco tiempo. No sé cómo concluirá el conflicto con el campo, pero sí sé que, desde el punto de vista político, la gran derrotada de esta crisis es la presidente. El rechazo que esta mujer provoca en amplios sectores de la sociedad es asombroso. Se sabe que ningún presidente puede pretender dejar conforme a todo el mundo. Pero lo que diferencia a un presidente de otro no es cómo mantiene el afecto de los que lo votaron, sino cómo se gana el respeto de los que no lo votaron.

La situación de la señora Cristina es delicada porque en tres meses la oposición le ha perdido el respeto. La experiencia enseña que cuando se llega a ese lugar suele no haber retorno. Justo o injusto, existe una gran animosidad contra ella. Esto no es bueno, pero es así.

A la señora Cristina no le han quitado el poder. Ella lo ha perdido. O, tal vez, como diría Borges, "sólo se pierde lo que nunca se ha tenido". Lo peor del caso es que cada vez que habla pierde retazos de poder. El otro día les recordaba a mis alumnos que en la crisis del mayo francés de 1968 De Gaulle habló una vez. Y lo hizo cuando fue necesario. No antes. La señora Cristina hace exactamente lo contrario. Habla y opina hasta cuando inaugura una plazoleta en un barrio. Los resultados de esta locuacidad también están a la vista.

El populismo suele apostar a las virtudes mágicas del liderazgo. En la fantasía populista siempre existe la tentación de suponer que un buen discurso embauca al pueblo y resuelve todos los problemas de legitimidad. El populismo cree más en las virtudes del balcón que en las virtudes de las instituciones. El problema de los Kirchner es que se han quedado sin balcón y sin instituciones.

El síntoma más evidente de que a esta pulseada la están perdiendo no lo expresan los cortes de ruta, sino las periódicas deserciones. Aunque el refrán sea desagradable, hay que recordar que las pruebas de que el barco naufraga no las dan ni el capitán ni los marineros, sino las ratas que lo abandonan. El instinto de las ratas es infalible. Nunca se equivocan.

En el peronismo, desertar del poder cuando está perdiendo sus atributos es la verdad número uno. Esto lo aprendieron en carne propia Menem y Duhalde. Ahora están aprendiendo a digerir esta lección los Kirchner. De aquí en más el problema será de los Kirchner, pero también de la oposición, porque el peronismo ha empezado a transformarse en oposición de sí mismo. Ahora descubrieron que la soja es peronista y que el campo siempre fue peronista. No es la primera vez que celebran estas acrobacias. Tampoco será la última.