Opinión: OPIN-05
Crónicas de la historia: La Reforma Universitaria (III)
Un gran cambio educativo

Rogelio Alaniz

Toma de la universidad. Cuando en 1918 la revuelta estudiantil hería de muerte a la casa de estudios conservadora, las tropas ingresaron a los claustros para restablecer un orden que ya no sería el mismo. Foto: Télam

La Reforma Universitaria estalló en Córdoba. No podría haberlo hecho en otro lado. De la ciudad de Córdoba decía Sarmiento: "Es un claustro encerrado entre barrancas. El paseo es un claustro con verjas de fierro; cada manzana tiene un claustro con monjes y frailes; los colegios son claustros; toda la ciencia escolástica de la Edad Media es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia contra todo lo que salga del texto. Córdoba no sabe que existe en la Tierra otra cosa que no sea Córdoba". Sarmiento escribió este texto en 1845. Lo podría haber escrito en 1918 porque nada había cambiado.

La Reforma Universitaria se radicaliza por la resistencia clerical. La ideología de los reformistas es difusa, pero con la prudencia del caso podría calificarse como liberal de izquierda. Ése es su alcance, y su límite. Los muchachos no escapan del clima ideológico de la época. Leen a Rodó, Ingenieros, Marx y, tal vez, Bakunin. Vasconcelos y Ortega y Gasset son autores de consulta. El positivismo se confunde con el liberalismo y el liberalismo, con el socialismo. La Revolución Rusa de 1917 gravita, pero sería una exageración decir que su influencia fue decisiva en la conciencia de los jóvenes.

Se sabe que los grandes cambios se inician a partir de reivindicaciones menores. Las reivindicaciones en estos casos son pretextos de los que se vale la historia para poner en escena un drama mayor. La Reforma Universitaria no fue la excepción. Todo empezó a fines de 1917 con una protesta: una huelga de los practicantes del Hospital de Clínicas. Los reclamos eran modestos, pero las autoridades reaccionaron suspendiendo a los sediciosos por dos años. En diciembre, coronaron el año suprimiendo el régimen de internado del Hospital de Clínicas. Los muchachos se fueron de vacaciones; 1918 se iniciaba con los mejores auspicios.

Las crónicas registran que el 12 de marzo los estudiantes se reunieron con el rector Julio Deheza. Para los interesados en curiosidades, convendría recordar que Deheza era el suegro de Deodoro Roca, un detalle que trasciende el chisme y pone en evidencia los vínculos y las contradicciones en el interior de la clase dirigente. Los reformistas de 1918 no eran trabajadores. Tampoco eran estudiantes pobres. No podrían haberlo sido, aunque hubieran querido. El número de estudiantes universitarios en aquellos años no superaba los 1.500. Ni mucho más ni mucho menos. Allí estaban los hijos del patriciado pobre y el patriciado rico. También algún vástago de la inmigración enriquecido mediante el comercio.

El 15 de marzo se constituyó el Comité Pro Reforma. La palabra reforma empezaba a ser usada. Aludía a los estatutos. El presidente del Comité era Horacio Valdés. Al nombre hay que recordarlo porque después estaría presente en otros acontecimientos. Valdés no era de izquierda; se le atribuía militancia en el Partido Demócrata liderado por un prócer del liberalismo cordobés: Ramón Cárcano.

Al respecto, y para evitar confusiones, conviene disipar algunas dudas. En la provincia mediterránea, dicen hasta el día de hoy los viejos cordobeses que los dos grandes partidos que recorren su historia son los clericales y los liberales. En Córdoba se puede ser peronista, radical, conservador, socialista, pero para la clase dirigente ésos eran detalles. Lo que importaba siempre era si se estaba a favor o en contra del obispo. Tal vez hoy esta división sea algo exagerada, pero en 1918 tenía rigurosa vigencia.

El Comité Pro Reforma lanzó la huelga general para el 1º de abril. El objetivo era impedir el inicio de las clases. La huelga fue un éxito total. Todos los estudiantes la acataron. El 4 de abril los estudiantes pidieron la intervención del Ejecutivo. Aquí conviene detenerse un momento. En la segunda semana de abril, los estudiantes se reunieron con el principal militante que sumó la UCR a favor de la Reforma Universitaria. Era un hombre austero, de pocas palabras. Se llamaba Hipólito Yrigoyen. Era, además, el presidente de la Nación. Con semejante respaldo, los muchachos consideraron que tenían la partida ganada.

El 11 de abril, Yrigoyen designó como interventor de la Universidad de Córdoba a Nicolás Matienzo. Ese mismo día se creó la FUA. Su presidente era el estudiante de la UBA Osvaldo Loudet. Como secretario general se desempeñaba Julio González, en representación de la Universidad de La Plata. Por Córdoba estaba Gumersindo Sayago. Humberto Gambino era el estudiante que representaba a Santa Fe.

A mediados de mayo, el Comité Pro Reforma dio lugar al nacimiento de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC). Como respuesta, la coalición clerical creó el Comité Pro Defensa de la Universidad. Lo presidía un muchacho que cuarenta años después sería un funcionario conocido. Se llamaba Atilio Dell'Oro Maini. Y, si en 1918 fue la cabeza visible de la reacción clerical, en 1956 sería el artífice de la denominada enseñanza libre. Lo que se dice una trayectoria consecuente.

En Córdoba, las clases se reanudaron el 19 de abril. Matienzo declaró vacantes los cargos de rector, decanos y profesores con más de dos años de antigüedad. Levantó las sanciones y restableció el internado de Clínicas A fines de mayo, los docentes votaron a los nuevos decanos. También se eligió el vicerrector. Se llamaba Belisario Caraffa y parecía ser un aliado de los estudiantes.

Para el 15 de junio se convocó la asamblea de profesores. Los estudiantes creyeron que todo estaba preparado para que su candidato, Enrique Martínez Paz, fuera elegido rector . Se equivocarían. La asamblea docente, después de algunas vacilaciones, decidió elegir rector a Antonio Nores, el candidato de la Corda frates, "la trenza clerical". Allí se inició el escándalo. Los muchachos interrumpieron el acto con insultos y silbatinas. También repartieron algunas trompadas. Se clausuraron las sesiones, pero el escándalo ya estaba en la calle. La Reforma Universitaria, como acontecimiento histórico, ya tenía su día.

Enrique Barros, presidente de la FUC, envió un telegrama a las autoridades de la FUA: "Hemos sido víctimas de la traición y la felonía". La FUA respondió con otro telegrama: "Estamos con ustedes en espíritu y corazón". El 21 de junio, se publicó el célebre Manifiesto Liminar. Ese mismo día, los dirigentes de la FUC se entrevistaron con Yrigoyen y recibieron su tácito respaldo.

La Reforma Universitaria fue una rebelión, pero no rehuyó los acuerdos políticos del más alto nivel. Ése sería uno de sus rasgos distintivos. La creación de instituciones académicas perdurables sería el otro. La rebelión destruía pero construía. Era una jornada de lucha, pero era también un programa. Sin esas dos condiciones no había Reforma Universitaria.

Mientras tanto, Nores cerraba la universidad. En algún momento, se había reunido con los dirigentes estudiantiles y les había dicho que, si era necesario, estaba dispuesto a ejercer el rectorado sobre un tendal de cadáveres estudiantiles. Lo que se dice todo un humanista. Las manifestaciones estudiantiles ganaron la calle. El diario La Voz del Interior aseguraba que más de diez mil personas se habían manifestado a favor de los estudiantes. Allí había trabajadores, profesionales y vecinos. Por su parte, el obispo Fray Zenón Bustos calificó a los estudiantes de sacrílegos.

El 20 de julio, sesionó en Córdoba, en el teatro Rivera Indarte, el primer congreso nacional de estudiantes. Lo hizo durante once días. Allí se definió el programa político de la Reforma Universitaria: participación de docentes, estudiantes y graduados, asistencia y docencia libre, extensión universitaria y periodicidad de la cátedra. El 2 de agosto, los reformistas intentaron imponer en el rectorado a Telémaco Susini. La Corda frates puso el grito en el cielo. El 7 de agosto, Nores renunció. El 23 de agosto, Yrigoyen designó al segundo interventor, José Salinas, uno de sus ministros más leales y capaces. Para esa fecha, nombró a Elpidio González como interventor del partido. González era leal a Yrigoyen y a la Reforma Universitaria. La mayoría de los radicales de Córdoba, muy en particular el sector azul, estaba más cerca de la Corda frates que de Yrigoyen.

El 9 de setiembre, los estudiantes protagonizaron una de las jornadas más interesantes de un proceso riquísimo en acontecimientos y novedades: tomaron la universidad. Pero no terminaron allí las noticias. Los principales dirigentes de la FUC fueron designados decanos y constituyeron tribunales examinadores. La experiencia duró tres días, pero el ejemplo merece recordarse. El 11 de setiembre, el ejército desalojó a los revoltosos.

El 12 de setiembre, el interventor Salinas llegó a Córdoba. Con esta intervención, el programa de la Reforma Universitaria se perfeccionaría. No todas serían rosas para Salinas. Los profesores habían sido designados por decreto. La FUC se dividió porque un sector se puso del lado de Yrigoyen y el otro reclamaba independencia política. Las discusiones entre los dirigentes reformistas constituyen un capítulo todavía no escrito.

Cuando todo parecía precipitarse en una dura refriega ideológica entre reformistas, el 26 de octubre a la noche, una banda de matones de la Corda frates atentaba contra la vida de Enrique Barros. La maniobra criminal permitió que los reformistas una vez más cerraran filas contra el partido clerical. Para fines de 1918, la Reforma Universitaria ya no era una bandera de Córdoba, era una bandera de todos los estudiantes de América Latina. La batalla por las ideas había sido ganada. Hipólito Yrigoyen lo expresó con su particular lenguaje: "Asistimos a una hora de grandes reparaciones y renovación de todos los valores. Hemos satisfecho uno de los más palpitantes anhelos nacionales". (Fin).