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DESTINOS
La diversa unidad en la arquitectura brasileña
Lo ecléctico en las calles. A lo largo de casi un siglo, prestigiosos arquitectos han desarrollado en las principales ciudades brasileñas, líneas de diseño que van desde el clasicismo hasta el brutalismo. Todos intentos por representar su identidad en la arquitectura, que hoy pueden descubrirse recorriendo sus urbes. textos de la arq. Luciana Ferreira.

"Sólo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente...Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley de antropófago". (Mario de Andrade, 1928).

"No existen ideas viejas o nuevas, todas son siempre reinterpretadas". (Paul Rand, designer)

En la búsqueda de autenticar su identidad cultural y criticar la falta de originalidad de las elites que copian modelos importados, ex colonias como Brasil, tienden a reforzar el nacionalismo. Etapas marco de convergencia de idearios se reflejan sucesivamente en nacionalismos romántico y científico llegando, a principios del siglo XX, al nacionalismo modernista liderado por Mario de Andrade y al regionalista compilado por Gilberto Freire. Estos últimos, bien implantados en el ideario nacional, son componentes fundamentales en la actual interpretación historiográfica nacional.

De los portugueses los brasileros heredan un urbanismo, costumbres y tradiciones muy conectadas con el mar y asociadas, a la vez, a una intensa cultura fronteriza. Los indígenas brasileños con su intenso censo de humor y los africanos importados con la fuerza de sus múltiples creencias, se encargaron de mantener vivas sus respectivas leyendas unificadas bajo la adhesión y participación activa de los civilizadores. Según relata Freire, fruto de estas improbables mezclas se construye la "democracia racial" en la cultura brasileña, se mantiene y se extiende tendiendo a legitimar su cultura a partir de una tradición de relectura de las varias fuentes originales.

Más allá de la persistente búsqueda de orígenes, se puede considerar de modo unánime que la primera visión arquitectónica plasmada en los trópicos brasileños, se importa desde Portugal siendo, por lo tanto, fruto del característico sistema europeo de formación por intercambio y difusión de influencias. Se agrega a este caso específico, un largo período de influencia morisca y una intensa capacidad de adaptación cultural derivadas de la vocación portuaria y comercial.

Típico ejemplo de esta influencia es Paraty (del tupi "Peixe Branco"), ciudad colonial portuguesa de 1533 ubicada al sur de la provincia de Río de Janeiro. Ahí se daba el estricto control de entrada y salida marítima de mercaderías y recursos provenientes de la ruta real. El estilo colonial portugués es fuertemente influenciado por el estilo romano y canónico, con calles empedradas, ortogonales, poseedoras de un intenso racionalismo de medios al tratar del parámetro adensamiento como modo de optimizar las infraestructuras de distribución y protección de las construcciones en tierra.

De este período se heredan la belleza de las serpenteantes secuencias de cubiertas, confeccionadas con largas tejas cerámicas y carga con doble pendiente extendida en voladizo que deja a la vista las estructuras finamente adornadas. Se combina a éstas la fuerza ritmo de las ventanas altas, angostas y finamente proporcionadas en la fachada.

En este largo período de influencia intercultural y transformaciones, la arquitectura europea radicada en Brasil empieza a presentar rasgos inéditos en su materialidad, tecnología y programa. Se identifican estilos específicos destacados de sus contrapartes metropolitanas, como la arquitectura "Bandeirista", de los expedicionarios paulistas colonial-rurales durante los siglos XVII e XVIII (inspirada en el Manierismo) y el Barroco Minero, representado especialmente por las iglesias construidas por Aleijadinho en el siglo XVII.

El origen del eclecticismo

A fines del siglo XVIII, inicio del siglo XIX, el Neoclasicismo de Brasil fructifica elevándose al surgimiento de una escuela ecléctica que, a fines de siglo, ejercería una primera y larga influencia unificadora hasta la aparición del modernismo.

Cuando, en 1922, inspiradas por los movimientos modernos de las vanguardias europeas, los frentes artísticos brasileños se manifiestan bajo el lineamiento del manifiesto antropofágico, dejan constancia de una cultura singular cómica e irreverente que se refleja también en las manifestaciones arquitectónicas (5).

La arquitectura moderna brasileña se gesta en el seno de un fenómeno cultural más amplio que involucró la literatura, la pintura, la música, las manifestaciones culturales en general, bajo la reinterpretación antropológica-sociológica y obtuvo un efecto perenne en la organización social, económica y política del país.

La Escuela Carioca conforma la línea arquitectónica brasileña más conocida internacionalmente. En el Río de Janeiro de los años 30, este movimiento liderado por el arquitecto Lucio Costa, surge con la propuesta de renovar la técnica y la expresión arquitectónicas siguiendo la inspiración de las vanguardias modernistas de la pintura, literatura y música actuantes en este entonces. Unía, bajo un mismo espíritu, a arquitectos, artistas plásticos, paisajistas y otros profesionales bajo el signo de integridad proyectual y ejecutiva.

Los arquitectos formados en la Escuela de Bellas Artes de Río de Janeiro, bajo la dirección de Costa, se explayaron por el país y diseminaron una arquitectura cuyo carácter, preferentemente prismático y racional, seguía el lineamiento del maestro Le Corbusier. Desde el edificio de MEC en Río de Janeiro, conducido en colaboración con el gran maestro francés en persona, hasta las audaces obras de la ciudad de Brasilia en el inhóspito corazón del país, se percibe el competente hilo conductor del trabajo de Lucio Costa. Fue el mayor articulador del modernismo brasileño, merced al intento de consolidar su línea conceptual de características coloniales y el uso de lineamientos modernos que se aproximarían a una respuesta material y bioclimática adecuadas al Brasil.

El estallido de la línea curva

Entre las arquitecturas del período, impregnadas de racionalidad monumental, empieza a destacarse la delicada elegancia de las líneas curvas en los proyectos del joven pupilo de Costa, Oscar Niemeyer.

Niemeyer, el maestro de la línea curva, es considerado por muchos como el real responsable de la singularidad expresiva de la arquitectura brasileña. Diseñó impresionantes formas que marcan el imaginario nacional e internacional cuando se habla de Brasil. La sensual osadía materializada en hormigón armado, exigió avances en la tecnología del uso de materiales y llevó a límites las capacidades de cálculos de los ingenieros estructurales en un momento en el cual las computadoras no eran populares.

La ciudad de Río de Janeiro era la capital del país hasta el año de 1960. Esta condición referencial para todo el país hizo que la difusión de la escuela carioca se diera de modo acelerado. Juntamente con Lucio Costa y Oscar Niemeyer, nombres como los de Jorge Moreira, Alfonso Reidy, Vital Brasil, y los hermanos Roberto, recorrieron todo el Brasil desarrollando y elaborando obras acompañados de cerca por paisajistas, artistas plásticos y artesanos.

Paisajistas como Burle Marx buscaban referencias de vegetación y clima nacionales, difundiendo y popularizando entre las provincias la asociación entre las líneas racionales envueltas por lujuriosos entornos tropicales.

Artistas plásticos como Cándido Portinari recuperan el uso portugués de los azulejos en las fachadas e idealiza murales de representación "manerista" exteriores en inmensos vanos libres de los pilotes.

Apoyados por un estado nacional fuerte, que buscaba una imagen institucional compatible con grandes ideales, el grupo carioca materializó, bajo sus normas, los más impresionantes proyectos institucionales del período.

En busca de una arquitectura socialmente comprometida

Desde antes de la famosa visita de le Corbusier a América latina, un grupo selecto de arquitectos bien relacionados trataba de insertar el modernismo en el país. A Gregory Warchavichick, un judeo ruso diplomado en Italia y radicado en Sao Paulo desde 1923, pertenece la primera casa modernista en la ciudad: la paradigmática construcción de la calle Santa Cruz (1927-28). Y en 1931 proyecta, junto con Lucio Costa, la unidad habitacional para obreros en Gamboa.

Junto con Warchavichick, Rino Levi, hijo de inmigrantes judíos italianos también diplomado en Italia, y Flavio de Resende Carvalho, brasileño diplomado en Inglaterra, fueron los pioneros en la sustitución de la estética ecléctica dominante en la ciudad por este entonces. Estos arquitectos, en general, atendían a una clientela burguesa oriunda de la comercialización del café.

A pesar de su temprano accionar, la línea paulista no sólo obtiene visibilidad con la decadencia de la línea carioca. Mientras que el movimiento brutalista, en general, pretende poner en evidencia tanto la materia cuanto su capacidad estructural, y critica duramente la ornamentación, el Brutalismo Paulista también pretende utilizar estos principios para proponer un modernismo distinto.

Propone otro modernismo que el de las alegadas incongruencias formalistas de la escuela carioca: una arquitectura latinoamericana socialmente comprometida. Esta escuela, nunca oficialmente conformada, cobra fuerza a partir de la acción más o menos constante de profesionales y docentes en líneas inspiradas especialmente por los últimos períodos de las obras de Mies Van der Rohe y Le Corbusier.

La expansión del Brutalismo

El Brutalismo cobra fuerza a partir de la construcción de Brasilia en los años 60. Se destacan en este movimiento mayormente arquitectos paulistas, aunque no se puede olvidar la participación pionera del arquitecto carioca Alfonso Eduardo Reidy, autor del MAM de Río de Janeiro (1953).

A partir de los años 70 la influencia del movimiento se difunde en varias regiones brasileñas.

Los arquitectos citados y muchísimos otros forman una muestra del panorama que dominó la arquitectura brasileña, generando uno de los raros casos en que el moderno nace como tradición, influenciando casi un siglo de la arquitectura de un país.

La fuerza conjunta del modernismo en la malla urbana nos devuelve a la unidad implantada por el colonizador portugués, permitiendo entrever el hilo que une las trayectorias aparentemente disímiles de los arquitectos brasileños: sus voraces intentos de representar su identidad en la arquitectura.

Vivenciar las experimentaciones de la arquitectura brasileña en toda su energía genera toda una multitud de sensaciones de las cuales la única que queda afuera es la indiferencia.

Más información: www.gruppaviajes.com.ar.

Una mixtura de arte y técnica

EL VANGUARDISMO DE NIEMEYER

Convertido en un maestro modernista, Oscar Niemeyer se alineaba -por un lado- con los principios del movimiento moderno, pero cada tanto adaptaba la línea recta según su deseo plástico expresivo. Así, desafió la materia bruta y derramó por todo el país y por el exterior, más de cuatrocientas obras en un mixto de arte y técnica.

El vanguardismo escultórico de su obra hizo que su trayectoria, seguida de cerca, fuera puntuada por una mezcla de admiración y críticas, locales y foráneas.

El conjunto de edificios de la Pampulha en Bello Horizonte, del Parque Ibirabuera en Sao Paulo, la sede del partido comunista francés en París, son obras célebres del maestro.

Su obra representaba la arquitectura brasileña en el mundo y se tornaba cosa pública; era la creación misma del patrimonio de la tradición del país y su difusión.

Ideales políticos y sociales

EN EL BRUTALISMO

Se destaca entre los brutalistas la figura de Joao Batista Vilanova Artigas, que marcó generaciones completas de arquitectos en su actuar docente y profesional, vinculado a un discurso orientando hacia ideales político sociales.

Autora del proyecto de la Facultad de Arquitectura de Sao Paulo y del Yatch Club de Santa Paula, en esta línea trabaja la imprescindible Lina Bo Bardi Italiana naturalizada, autora del Masp y del Sesc Pompeia y el laureado Paulo Mendes da Rocha, autor del MUBE y de la intervención en la estación de la Luz.