Nosotros: NOS-13
Toco y me voy
Vamos a bailar
Un clásico: pasaste los cuarenta, tenés pareja e hijos. Y, algún día, querés salir a bailar. Como el jardín de los senderos que se bifurcan, vas eligiendo, es decir, vas achicando el margen de elección. No elegís un carajo, bah.

Por Néstor Fenoglio

Lo primero que descubrís es que estás irremediablemente fuera de época: antes disfrutabas que hubiera mucha gente, mucho ruido y mucho humo. Ahora te molesta exactamente lo mismo. En el medio pasaron sólo veinte años que, se sabe, no es nada.

Cuando lograste ubicar o reubicar a tus hijos (tarea que no es sencilla), cuando de golpe tenés la larga y alta noche por delante y por detrás y por los costados (a cierta edad, la noche es una gran extraña), cuando acordaste con otras parejas de amigos en la misma situación, cuando por fin se dan los cruces astrales necesarios, las alineaciones de las constelaciones justas, en fin, cuando querés encarar una noche diferente que te recuerde tu gusto por bailar, aparece el primer interrogante cruel: ¿Dónde vamos?

Cuando se trata de la previa, de tomar algo, todo bien. Porque ahora tenés que hacer previas largas: los boliches "arrancan" tarde o temprano, como quieran. Pero supongamos que zanjamos esa parte departiendo amablemente, tragos y picadas de por medio, y que ahora es la hora de la verdad y vamos, por fin, a bailar. ¿Dónde?

En el primer lugar sugerido hay unos pibes con caras de pibes. Está todo mal si bajás del auto y con el primero que te encontrás es con un sobrino al que creías infinitamente más chico. Pero allí está el vago y tiene una novia que te dice ¿cómo le va? Arrancamos mal. Media vuelta. Huir. Salir rápido de allí porque aun con nuestras ganas y entusiasmo, estamos irremediablemente fuera de contexto o, para decirlo de otra forma, esos quinientos pendejos están fuera de contexto, desubicados...

La otra opción, "la de los grandes", no parece mucho mejor: propuestas con gente y música de tu época supuestamente dorada, y una mezcla un poco melosa de melancolía, peladas, pancitas incipientes (o recipientes), malas intenciones, un verdadero cóctel para nostálgicos, un viaje al pasado que al menos a mí, no me aporta demasiado...

Pero acá estamos. Siempre dicen que faltan propuestas intermedias para la mucha gente que ya no es tan joven, gente que tienen batallas sobre el lomo, varias derrotas inclusive, y que querrían un ámbito en el que poder bailar, charlar, pasarla bien, sin necesariamente tomar un tren que nos deposite tres décadas más atrás...

Entraste por fin al boliche y querés decodificar cómo son los sistemas actuales, que la consumisión, que la ficha para el vaso, que el guardarropas y todo eso. De pronto el lugar que parecía enorme te resulta chico: hay mucha gente acá, empezás a caminar chocando, dando y recibiendo y un simple desplazamiento hacia el lugar donde se baila (casi escribo pista pero, reflejos, reaccioné a tiempo) es una odisea, una especie de tren fantasma en que rostros, cuerpos, olores, intenciones te salen al encuentro...

Tenés los que te miran y te descubren "fuera de sistema". Problema de ellos, pensás, pero estás tocado, descubierto, puesto en evidencia. A esa altura, te molesta el pucho (porque está prohibido fumar en lugares cerrados pero eso excluye a los boliches y si no te gusta, viejo carcamán, andá al Concejo Municipal o a tu casa), te molesta la gente, te molesta la música alta, te molesta todo.

Bailás un rato o hacés que bailás y luego pretendés llegar a la barra -o como se llame ahora- para pedir algo para vos y tu pareja.

Tenés ganas de criticar a la juventud de ahora que no baila lento, que no habla, que se maneja en manadas, pero también tenés el sano principio constitutivo de la curiosidad, de la adaptación, de la creencia de que las cosas cambiaron pero no demasiado en esencia. Y te proyectás inevitablemente hacia atrás, y te sopesás, puro presente, con un "cómo sería" si tuviera que volver a estar solo y salir de noche a bailar...

Así que, ayer nomás, nada podía detener tu impulso de conga y salías jueves, viernes, sábados, domingos y feriados; y ahora es todo un protocolo salir una vez cada ¿dos años?, confinadas tus ganas de bailar a casamientos, cumpleaños de quince de sobrinas o hijas de tus amigos...

Sucede que ha pasado el tiempo, que tenés otras expectativas, otros tiempos, otras compañías, otras voces, otros ámbitos y otro todo. Y no es exactamente que estás viejo. Es que ese sobrino tuyo no tenía por qué cruzarse con vos esa noche ni su novia tratarte de usted.

A las tres y media, a menos de dos horas de haber entrado en el boliche, te volvés por fin con el deber cumplido y te vas a tu casa a dormir y todo está bien y todos tenemos el lugar que tenemos. Hoy, antigua fiebre de sábado por la noche, voy por la revancha. Salgo con mi sobrino y listo.