Opinión: OPIN-04
La vuelta al mundo
Mugabe y la tragedia de Zimbabwe

Se llama Robert Gabriel Mugabe. Es el hombre fuerte de Zimbabwe, una ex colonia británica que se independizó en 1980. Desde entonces, él es la autoridad máxima de un país africano de doce millones de habitantes y una comunidad negra que supera el noventa por ciento de la población. Tiene 84 años y asegura que su autoridad está respaldada por Dios. Hubo un tiempo en que invocaba la autoridad de Marx y de Mao. Ahora su apuesta es un poco más alta y algo más abstracta, pero sus ambiciones siguen siendo muy concretas.

Desde los inicios de la década del noventa, las prácticas fraudulentas son escandalosas. Zimbabwe nunca fue una democracia ateniense, pero en algún momento la comunidad internacional admitió que las prácticas institucionales eran aceptables. Hoy, los principales mandatarios de Occidente condenan el fraude, la violación de los derechos humanos y el prodigioso descalabro económico y financiero.

El principal líder opositor se llama Morgan Tsavangirai. Es un dirigente sindical muy prestigiado que, por lo menos en dos ocasiones ganó las elecciones, aunque Mugabe siempre se las arregló para descalificarlo. Ahora la maniobra consistió en convocar a una segunda vuelta. En el interín hubo razzias, atentados e intimidaciones públicas. La oposición decidió no presentarse a la segunda vuelta por falta de garantías y Mugabe ganó con más del ochenta por ciento de los votos. Curiosa unanimidad después de haber perdido en la primera vuelta.

Hoy Mugabe es presentado como un dictador, una suerte de troglodita africano. Y tal vez lo sea. Sin embargo, no siempre recibió ese trato. En principio se trata de un hombre culto, con estudios universitarios en Sudáfrica y en Londres. Maestro en su juventud, se recibió de profesor de Letras y luego se especializó en Economía y Derecho en la Universidad de Londres.

Nació en 1921 y desde su juventud se comprometió en las luchas políticas. La militancia le costó persecuciones y cárceles. Entre 1964 y 1974 estuvo preso. Ya para esa fecha era uno de los grandes dirigentes de la región y su trayectoria política podía equiparase a la de Mandela. Culto, inteligente, diplomático, impresionaba como un dirigente prudente y sabio.

Cuando en 1980 se hizo cargo del poder, las presunciones sobre sus virtudes parecían confirmarse. A diferencia de otros caudillos africanos no alentó el revanchismo contra la minoría blanca. Por el contrario, se esforzó por integrarlos al nuevo régimen y propuso una solución política graduada que permitiera compatibilizar los derechos de la mayoría con los derechos de una minoría privilegiada.

No concluyeron allí sus aciertos. La campaña de alfabetización que inició logró en pocos años reducir el analfabetismo al diez por ciento, una verdadera hazaña educativa. Para esos años Zimbabwe era el principal exportador de cereales y tabaco de Africa. La transición de la colonia a la independencia no quebró el sistema económico como ocurrió en otros procesos.

En 1990 Mugabe decidió que la propuesta de partido único de signo marxista leninista no era viable. En su lugar propuso un régimen pluralista y una república parlamentaria. No era oro todo lo que brillaba, pero los brillos seguían encandilando.

En 1992 ganó las elecciones, pero su principal rival, Tsavangirai obtuvo el 41 por ciento de los votos. Hasta allí no había críticas internacionales al régimen. Por el contrario, para más de un observador Mugabe seguía siendo uno de los jefes de Estado más modernos y progresistas de Africa.

La realidad no era tan bella como la pintaban las apariencias. La concentración del poder, la arbitrariedad, la corrupción política, el control a los disidentes ya se estaban manifestando. Todavía el régimen mantenía ciertos espacios de libertad, pero a mediados de la década del noventa la tendencia a la dictadura era cada vez más manifiesta.

Los procesos de degradación de un sistema no tienen fecha precisa, pero sus resultados suelen ser muy precisos. En Zimbabwe esta regla se cumplió al pie de la letra. De ser una de las esperanzas democráticas de África, el país se transformó en una de sus expresiones más retardatarias. En la actualidad, la esperanza de vida es de 36 años. La desocupación asciende casi al ochenta por ciento. La mortalidad infantil es de una escala pavorosa: mueren 650 de cada mil niños. Pero el fenómeno cotidiano más asombroso es la inflación. Según estimaciones confiables es del 10.000 por ciento anual. El proceso de devaluación es tan acelerado que los billetes que se imprimen tienen fecha de caducidad. La fecha no supera la semana. Una idea aproximada de lo que significa en términos prácticos este proceso, es que el salario de un maestro sólo alcanza para comprar una barra de pan.

Para la oposición política en el exilio, Mugabe es el responsable exclusivo de la catástrofe de Zimbabwe. La pésima gestión de la reforma agraria, la represión política a la oposición, la corrupción del régimen y las ambiciones de perpetuidad en el poder del dictador, han contribuido a provocar esta verdadera tragedia nacional.

Las Naciones Unidas han condenado los excesos del régimen y sus principales representantes discuten qué tipo de intervención es necesaria. En principio, se ha descartado el envío de tropas por considerar que en las actuales circunstancias esta iniciativa agravaría los problemas en lugar de resolverlos. Zimbabwe como Myanmar son hoy la manifestación visible de los niveles de corrupción y arbitrariedad política de los clanes dirigentes, muchos de ellos héroes de la lucha anticolonial.

La pobreza de esas sociedades, el atraso político, las ambiciones de poder de sus castas, son algunas de las causas que explican esta crisis. Hasta hace veinte años se responsabilizaba al colonialismo por lo que ocurría en África. Hoy a esta imputación, en parte cierta, hay que relativizarla.

Antes de 1980 Zimbabwe se llamaba Rhodesia. El nombre era un homenaje al colonialista más rapaz y talentoso de un imperio que contó con colonialistas rapaces y talentosos. Cecil Rhodes se llamaba . A él se le atribuye haber dicho mirando el cielo: "'Me apoderaría de los planetas si pudiera". Mugabe no es ni tan ambicioso ni tan poético. El se resigna a apoderarse sólo de Zimbabwe. Y lo está dejando en ruinas. Un pecado que Cecil Rhodes jamás se habría permitido.

FIRMA: Rogelio Alaniz