Opinión: OPIN-01 Pobreza: de los índices a la vida cotidiana

Datos oficiales difundidos hace ya varias semanas revelaron que los índices de pobreza y de indigencia habían disminuido algunos dígitos en el país. Más allá del debate que generaron aquellas cifras en el marco de los sucesivos cuestionamientos que reciben los indicadores proporcionados por el órgano de estadísticas y censos nacional, conviene no perder de vista que detrás de un porcentaje que involucra a la quinta parte de la población -que no es poco, por más optimismo que ocasione la baja de unos pocos puntos- existen personas reales que aún no perciben los cambios positivos que registraba hasta hace poco, en algunos sectores, la actividad económica.

La línea de pobreza es aquella que mide si el ingreso de los hogares puede satisfacer un conjunto de necesidades alimentarias y no alimentarias consideradas esenciales; es decir, si además de la comida, el grupo familiar puede acceder a vestimenta, salud y educación, entre otros conceptos. La línea de indigencia, en tanto, permite establecer si el hogar cuenta con ingresos suficientes para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas. De acuerdo con las últimas mediciones, poco más del 20 por ciento de la población se encuentra por debajo de la primera línea. El segundo indicador es del 6 por ciento.

En la vida cotidiana, y al margen de cálculos y porcentajes, ambos conceptos se materializan aún en amplios sectores de la población que no cuentan con lo mínimo y necesario para desarrollar su vida en condiciones dignas. En todo el país, son muchas las familias que todavía carecen de los ingresos indispensables para acceder a la alimentación, la salud, la educación y la vivienda -derechos mínimos a los que cabría agregar recreación- por sus propios medios. Es una verdad tan obvia que casi parece innecesario mencionarla y sin embargo -por conocida- no se debe naturalizar.

En las últimas semanas la pobreza, materializada en un mayor pedido de alimentos indispensables, quedó expuesta con toda su crudeza también en esta ciudad, a través del testimonio directo de quienes dedican gran parte de su tiempo a atender las demandas de los más necesitados. Es que la coyuntura que caracterizó los últimos meses, expresada en aumento de precios, escasez de productos y deterioro del salario, impactó en mayor medida entre aquellas personas que requieren del auxilio oficial o institucional.

Desde distintas fuentes se confirmó aquello que -paradójicamente- se sabe pero se ignora o disimula: ninguna ecuación cierra cuando se deben afrontar aumentos con un ingreso mínimo que, además, ni siquiera corresponde a un salario formal.

Más allá de las mediciones oficiales, que en todo caso sólo proporcionan un tibio optimismo a quienes se empeñan en medir el éxito por unos pocos dígitos, es indispensable no perder de vista que los números solo representan -y hasta eso está en duda- una realidad que es mucho más dura para quienes la padecen que para quienes la miden y analizan.