Opinión: OPIN-01 Colombia, el mundo y las Farc

Millones de personas en Colombia y en otras ciudades del mundo se manifestaron en las calles exigiendo la liberación de los rehenes de las Farc. En las 32 ciudades más importantes de Colombia, los manifestantes vestidos con remeras blancas se expresaron con consignas pacifistas. En París, las movilizaciones estuvieron encabezadas por Ingrid Betancourt. La condena a la violencia y a las organizaciones armadas de todo signo fue la bandera que precedió a las columnas de hombres y mujeres de todos los signos políticos.

Según la información brindada por organismos de derechos humanos, el número de prisioneros ilegales en Colombia es de 3.000 personas. Se estima que las Farc tienen alrededor de 700 rehenes, de los cuales unos veinte son considerados canjeables. El resto se trata de dirigentes campesinos, pequeños empresarios rurales y urbanos y supuestos "traidores".

Esta ofensiva popular contra el execrable procedimiento del secuestro es la más fuerte que se realiza en Colombia. El dato merece ponderarse porque desde hace por lo menos cincuenta años la violencia armada en ese país ha ido creciendo. A las organizaciones guerrilleras de izquierda se sumaron luego las bandas armadas parapoliciales y paramilitares de extrema derecha. Por su parte, los narcotraficantes se sumaron a esta suerte de infierno militarizado que llegó a ser Colombia durante varios años.

Quien motorizó el cambio cualitativo de esta dramática realidad fue, sin duda, Álvaro Uribe. Desde que llegó a la presidencia de Colombia se propuso enfrentar a la guerrilla sin concesiones políticas y militares. La legitimidad de su estrategia se reforzó cuando incluyó como enemigos de la paz de Colombia a las bandas paramilitares. La manifestación más evidente del éxito de su política la dio y la sigue dando el pueblo de Colombia, que apoya cada vez con más entusiasmo al presidente Uribe.

En el último año, las victorias políticas y militares del presidente de Colombia han sido evidentes. La liberación de Clara Rojas fue el primer paso. Al mismo tiempo se produjo la libertad de su hijo Emanuel, que demostró a la opinión pública y a los presidentes de América y el mundo que la guerrilla no tenía prisionero al niño. A partir de allí hubo una serie de noticias trascendentes. El ejército de Colombia abatió al segundo jefe militar de las Farc, Raúl Reyes, operativo que causó una crisis política regional. A las pocas semanas de la muerte de Reyes se anunció el fallecimiento del jefe histórico de esta organización, Manuel Marulanda. Y poco después se obtuvo la liberación de la rehén más mediática de la guerrilla: Ingrid Betancourt.

Atendiendo a estos antecedentes, puede afirmarse que las Farc han sido derrotadas. Su aislamiento es evidente y su poderío militar se ha reducido a la mínima expresión. No obstante, siguen controlando ciertas zonas de Colombia y sus redes de financiamiento si bien se han reducido, todavía siguen siendo importantes. La catástrofe más grande de las Farc es, por sobre todas las cosas, política y cultural. En ese sentido, su bancarrota ideológica y moral es absoluta.