Opinión: OPIN-02 Sor Juana y "Primero sueño"

María Teresa Rearte

En un continente descubierto apenas dos centurias antes de su nacimiento, el 12 de noviembre de 1651, a doce leguas de la ciudad de México, metrópoli de la Nueva España, más tarde se escucharía la voz de una monja cuya preeminencia se reflejó no sólo en las letras virreinales, sino también en el ocaso del Siglo de Oro español.

Se llamaba Juana Inés de Asbaje y Ramírez. Como otras jóvenes sobresalientes por su talento o su belleza, ella también fue enviada a la Corte, donde se destacó y recibió la protección y apoyo de los virreyes. A la vez que entablaba con la virreina Leonor Carreto, y con su sucesora María Luisa, condesa de Paredes, una gran amistad. Posiblemente insatisfecha con la sola visión estética del mundo, posteriormente ingresó en la vida religiosa. Y a los veintiún años profesó en el convento de San Jerónimo, como sor Juana Inés de la Cruz.

Aprendió a leer a los tres años. Y aprendió el latín, algo extraño en una mujer. Hubiera querido ir a la universidad; pero era un ámbito del que las mujeres estaban excluidas. No le interesaba escribir ni enseñar; sino leer y estudiar. Pensar. Tamaña osadía en una mujer de su tiempo, y por añadidura monja, la conduciría a no pocas tribulaciones futuras, en medio de los acontecimientos y conflictos entre criollos y españoles. También en el interior de la iglesia y de las órdenes religiosas. Aunque obra de Dios, los espacios eclesiales son también humanos. No siempre se perdona que una mujer alcance renombre. Lo cual no debe asombrarnos. La envidia, la mezquindad, el machismo, y otras miserias parecidas, no han perdido actualidad. Sobre todo si tenemos en cuenta las ambiciones humanas.

"Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las estrellas..." Así da comienzo "Primero Sueño", que fue lo único que no escribió por encargo como era la costumbre, sino por propia necesidad. Extenso poema al que Octavio Paz señala como el testamento intelectual de esta escritora.

La estructura filosófica del poema es aristotélico-tomista. Consiste en el relato de un sueño durante el cual viaja el alma, "... que asombrada / de la vista quedó de objeto tanto...". Antiguamente, se los llamaba sueños de anábasis. "El sueño todo, en fin, lo poseía...", dice en otro lugar. En su discurrir acerca del mundo natural, va de lo inferior a lo superior. En el sueño, acallados los sentidos, el alma participa del Ser. Y se aparta de las cadenas del cuerpo, que yace en reposo. En los umbrales de los nuevos saberes del mundo barroco, perduran los conocimientos de la antigüedad. Platón y su conceptualización del alma cognoscente, plena, que difiere del cuerpo y los sentidos que inducen al error.

En este viaje onírico, el alma se eleva como en una punta piramidal, cual llama ardiente, hacia el cielo. Hasta la Causa Primera de todas las cosas. Pero es vana la empresa de querer ver todo, porque al final no ve nada. Tras largas, penosas fatigas, prueba otras formas de subir, yendo de uno a otro concepto. Llega por fin al hombre. Pero el alma que ha desafiado la inmensidad del poder divino, se manifiesta al final del sueño como "caída". Lo cual nos recuerda la confusión de lenguas de los constructores de la altiva torre de Babel. De modo abrupto, el poema acaba así: "El mundo iluminado, y yo, despierta". Flota el enigma; pero diríase que la escritora experimenta alivio al despertar.

Hacia 1693, se había conocido la "Carta atenagórica", publicada por una tal sor Filotea, escrita por el obispo de Puebla. Este reproduce la opinión de Sor Juana sobre el sermón de un prestigioso orador portugués, Vieyra, que su autora no pensaba publicar. Los estudiosos se preguntan si fue usada, utilizando a sor Juana, para atacar al arzobispo de México, que era admirador de Vieyra. Lo cierto es que sor Filotea le aconseja a la Madre Juana Inés dejar la literatura profana y retomar los temas religiosos, como si algún peligro la acechara.

La estructura eclesiástica empieza a acosarla. La censura y se propone quebrarla. Ella se defiende y justifica como escritora. Sintetiza su vocación de pensadora y poeta en estos términos: "... que mi tintero es la hoguera donde tengo que quemarme".

La Madre Juana Inés llega así a un período de extrema soledad. Y con la conciencia atormentada, dudando si había seguido o no la verdad. Sin proponérselo, se habría enfrentado al poder. Es para pensarlo, porque a Góngora y Calderón, que eran clérigos, la Iglesia no les reprocha que se dedicaran a las letras profanas. Ni les piden abandonarlas y que retomen la teología. ¿Será porque ellos eran hombres y españoles y ella era mujer y criolla? Hoy podríamos poner otros nombres y situaciones que guardan analogía.

Octavio Paz ha mostrado el poder destructivo que pueden tener sobre una persona honesta las críticas y presiones. El afán de someterla. No es sólo que se mancilla su prestigio literario. Sino que tratándose de una mujer de fe, que asiente a los dogmas católicos, duda y teme por la salvación de su alma. O por su condenación eterna. Sacrifica su vocación literaria. No volverá a escribir. Dona su biblioteca a la Iglesia. E inicia una rigurosa, austera penitencia.

Habiéndose declarado una peste en el convento, ella cuida a sus hermanas y se contagia. Muere el 17 de abril de 1695.

Octavio Paz llama a este proceso las trampas de la fe. Se dirá que los tiempos han cambiado. Hay documentos del magisterio eclesial que pueden halagar los oídos femeninos. Pero otra es la realidad.