Francisca Aguirre (Paquita, para todos) acaba de publicar un nuevo libro. En este 2008, se cumplen veinte años de la visita que hiciera Paca Aguirre a Santa Fe para presentar su primer libro de poemas. Llegó invitada por la Fundación Bica y traída afectuosamente por el amigo que se nos fue, por el inolvidable Juan Caso Suárez. Fue un encuentro memorable el mantenido con esta mujer exquisita. Pero, por esas cosas que tiene nuestra Santa Fe, a pesar de las invitaciones, de las llamadas telefónicas de Juancito, sólo éramos tres personas el público que tuvo Francisca Aguirre en esa ocasión. El tema de la soledad campea frecuentemente en la obra de Paquita, creo que ese día la habrá sentido en el alma.
Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930. Como la misma autora dijo en un reportaje que le hiciera el diario El Mundo en 2001: "Considero que pertenezco a esa Generación del '98, paciente, sin prisas, que como explicaba Antonio Machado, pensaba que el arte es largo y además no importa, porque lo único importante es la vida".
Antonio Lucas, en una entrevista que le hiciera en el 2000, la presentó señalando que "es una de esas poetisas que ha hecho su obra a golpe de silencio, escribiendo desde la tramoya, pero atenta a lo que sucede, constante, firme, coherente. Ha publicado en ediciones limitadas, en editoriales pequeñas... por eso, hasta ahora, no era fácil leerla". Pero las obras se fueron sumando y el crédito que le han dado lectores y críticos, también. Su obra poética registra los siguientes títulos: "Ítaca" (premio Leopoldo Panero 1971), Cultura Hispánica, Madrid 1972; "Los trescientos escalones" (Premio Ciudad de Irún, 1976), Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, San Sebastián 1977; "La otra música", Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1978; "Ensayo General" (Premio "Esquío" 1995), Sociedad de Cultura Valle Inclán, Ferrol, La Coruña, 1996; "Pavana del desasosiego" (Premio María Isabel Fernández Simal, 1998, Ediciones Torremozas, Madrid, 1999; "Ensayo General. Poesía completa 1966-2000", Calambur, Madrid, 2000; "Memoria arrodillada. Antología", Institució Alfons el Magn‡nim, Valencia, 2002; "La herida absurda", Bartleby Editores, Madrid 2006, y la más nueva, "Nanas para dormir desperdicios" (Premio Alfons el Magn‡nim), Hiperión, Madrid, 2008.
De su obra es "Ítaca" el primer libro (elaborado durante seis años) y recibió el premio de poesía Leopoldo Panero en 1971, del Instituto de Cultura Hispánica, bajo la presidencia de don Dámaso Alonso. Un jurado integrado por Gregorio Marañón, Luis Rosales Äde la Real Academia EspañolaÄ, Dionisio Gamillo Fierro Äde la Real Academia GallegaÄ y Rafael Montesinos Ädirector de la Tertulia HispanoamericanaÄ, entre otros, lo escogieron entre 103 trabajos presentados ese año.
Ítaca es la isla de Ulises, de Telémaco, del mito de la fidelidad y la espera. Pero por eso, y sobre todo por eso, es la ínsula de Penélope, de la mujer que teje y desteje tapiz e ilusiones.
Pero en el caso de Francisca Aguirre, el simbolismo tiene un tratamiento temático no agobiante. ["En el mar se respira, por lo menos podemos esperar una brisa salada; la isla no tiene muros... podemos escapar de ella (pero, eso sí, para encontrar otra, ya que soy yo mi propio continente)"]. Además, en "Telar" (Pág. 82-83) el "yo" de la autora se desdobla en un "tú" imperativo en situaciones dialógicas que lo fortifican: "Francisca Aguirre, acompáñate", que darán fuerzas a ese yo-mujer que sigue estando presente en las diferentes voces de la poesía.
No será ésta la última vez que el mar humedezca las riberas de la obra poética de la autora. En "Los trescientos escalones" dirá:
Si Ítaca fue su primer libro, al más nuevo, lo ha titulado "Nanas para dormir desperdicios". Con él acaba de ganar el Premio Valencia de Poesía. Recorriendo esos versos se nos ocurre que el título elegido nos lleva a la metáfora de exorcización: "quien canta sus males espanta". Alguien sabiamente anotó que "la escritura como acto de exorcización es un complejo proceso que tiene por objeto desheredar a los "fantasmas" del reino de la mente". Y las nanas, el arrorró, las canciones de cuna nacieron no sólo para vehiculizar la llegada del sueño a los párpados del niño que se resiste, sino que era el canto salmífido, las palabras mágicas que ahuyentan los malos espíritus. "En la historia de las civilizaciones, los sociólogos le asignan a la canción de cuna un sentido protector, una especie de encantatorio".
Y el fantasma que ahuyenta Paca Aguirre con sus "Nanas" es el del universo de la derrota.
Las cáscaras de papas, los cordones perdidos de los zapatos, todo tiene lugar e ingresa al poema, como esta nana para dormir relojes:
Graciela Pacheco de Balbastro (*)